LA PÉRDIDA DEL HIJO
Perder un
hijo resulta devastador. Los padres, en gran medida, mueren con él.
Alguien
dijo que la muerte de un anciano es como el final de una travesía, la de un niño
es como un naufragio. Se trata de un terrible impacto dura muchos años, a veces
toda la vida.
Cuando el
hijo muere víctima de un accidente, los padres pueden llegar a sufrir un intenso
sentimiento de culpa, pues se asume que la seguridad de los hijos es competencia
de ellos.
Si la
muerte es por propia elección, la sensación de abandono es extrema y, además,
golpean las dudas, la autocrítica, la búsqueda de explicaciones.
También
suele ser devastadora la muerte súbita infantil, pues se produce sin previo
aviso, al tiempo que la inexistencia de una causa parece señalar a una
negligencia, lo que se complica con la necesaria investigación médico-forense.
Es
preciso conocer algunos aspectos del proceso de duelo para saber que debe
vivirse, que resulta positivo ver el cuerpo y pasar un tiempo con el hijo
muerto. Conocer este proceso permite entender a los padres que no se están
volviendo locos. La dura realidad es que, tras una tragedia como la pérdida de
un hijo, hay muchas parejas que rompen su relación.
A veces,
el sentimiento de culpabilidad también invade a los hermanos, sobre todo si
existían recelos o resentimiento hacía la ahora víctima.
En muchas
ocasiones, los padres se quedan traumatizados y les es realmente difícil cuidar
a los otros hijos; esa ausencia puede ser similar a la producida durante una
larga enfermedad. Otras veces, aunque sea de forma inconsciente, se designa a
los hijos supervivientes como sustitutos del fallecido y, en ocasiones, incluso
se pone el mismo nombre a uno que nace ulteriormente.
Es un
error creer que los padres en proceso de duelo no quieren hablar de su hijo; muy
al contrario, necesitan hacerlo. Les viene muy bien hablar con otras parejas
afectadas por un shock similar.
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