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EL NIÑO TIRANO
El niño
en muchos hogares se ha convertido en el dominador de la casa, se ve lo que él
quiere en la televisión, se entra y se sale a la calle si así a él le interesa,
se come según sus apetencias. Cualquier cambio que implique pérdida de poder
para él, conlleva tensiones en la vida familiar, lo vive como algo difícil, y se
deprime o se vuelve agresivo.
Los niños
tiranos son caprichosos, consentidos, sin normas, sin límites, e imponen sus
deseos ante unos padres que no saben decir «no».
Molestan
a quienes tienen a su alrededor, quieren ser constantemente el centro de
atención, que se les oiga sólo a ellos. Hacen rabiar a sus padres. Son niños
desobedientes, desafiantes. Perseverantes hasta conseguir lo que desean. No
toleran los fracasos, no aceptan la frustración. Echan la culpa a los demás de
las consecuencias de sus actos. No comparten nada. Contradicen a todo, sin
aportar soluciones. Son niños manipuladores, listos, ágiles, con capacidad de
reacción, que frecuentemente van «por delante de los hechos» y que saben
improvisar de forma ingeniosa ante situaciones comprometidas. Piensan que todos
giran a su alrededor. Son niños a los que no se les ha dado responsabilidades,
no se les ha mostrado lo que piensa o siente el otro. La dureza emocional crece,
y la tiranía se aprende si no se le pone límites. Hay niños de 7 años y menos
que dan puntapiés a las madres, y éstas les dicen «eso no se hace» mientras
sonríen. O que tiran al suelo el bocadillo que les han preparado y ellas les
compran un bollo. Recordemos esos niños que todos hemos padecido y que se nos
hacen insufribles por culpa de unos padres que no ponen coto a sus desmanes....
Su
comportamiento colérico, más allá de la simple pataleta, hace temer una
adolescencia conflictiva y quizá contribuya a aumentar un problema social ya
serio: la violencia juvenil.
Niños con
conductas agresivas, o niños huidizos, introvertidos, indescifrables, que a
veces utilizan a sus padres como «cajeros automáticos», o les chantajean, o
manifiestan un gran desapego hacia ellos, tratando de transmitir que
profundamente no se les quiere.
A veces,
los padres llegan a denunciar la tiranía de algún hijo cuando éste se hace
mayor, por estimar que el estado de agresividad y violencia que ejerce afecta
ostensiblemente al entorno familiar. Los medios de comunicación se hacen eco de
lo que está pasando en algunos hogares. Hay violencia (en distintos grados) y
desesperación. Hay fugas del domicilio, absentismo escolar, robos, engaños; en
otros casos, el hijo o la hija entra en contacto con la droga y es a partir de
ahí donde se muestra agresivo/a, a veces con los hermanos...
A la
penosa situación en que un hijo arremete contra su progenitor no se llega porque
sea un perverso moral, o un psicópata, sino por la ociosidad no canalizada, la
demanda perentoria de dinero, la presión del grupo de iguales... pero,
básicamente, por el fracaso educativo, en especial en la transmisión del
respeto, y, si no: ¿por qué en la etnia gitana no acontecen estas conductas, muy
al contrario, se respeta al más mayor?
Todos
tienen nexos de confluencia, tales como los desajustes familiares, la
«desaparición» del padre varón (o bien no es conocido, o está separado y
despreocupado, o sufre algún tipo de dependencia o simplemente no es informado
por la madre para evitar el conflicto padre-hijo, si bien la realidad es que
prefiere no enterarse de lo que pasa en casa en su ausencia). No se aprecian
diferencias por niveles socioeconómico y culturales. Los motivos que provocan la
irrupción violenta son nimios. La tiranía hace años que inició su carrera
ascendente. El hijo es único, o es el único varón, o el resto de los hermanos
mayores han abandonado el hogar.
La
tiranía se convierte en hábito o costumbre, cursa in crescendo, no olvidemos que
la violencia engendra violencia. Las exigencias cada vez mayores obligan
necesariamente a decir un día NO, pero esta negativa ni es comprendida, pues en
su historia vivida no han existido topes, ni es aceptada, pues supondría validar
una revolución contra el statu quo establecido. La presión a estas alturas de la
desviada evolución impele a las conductas auto y heteroagresivas. El no es
«consustancialmente» inaceptable.
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