Vivir con el cáncer
Bastantes
tipos de cánceres tienen un pronóstico relativamente bueno si se inicia un
tratamiento precoz. Por el contrario, hay ocasiones en las que el pronóstico es
francamente malo, y se sabe que inevitablemente la persona que lo padece morirá
en un plazo breve de tiempo. La cuestión está a veces en si es conveniente
informar o no al paciente de la situación, si bien, en muchas ocasiones éstos ya
sospechan que tienen una enfermedad incurable, a lo que suelen reaccionar
psicológicamente a través de diversas fases.
En un
principio aparece un shock emocional como consecuencia de saber que tienen una
enfermedad terminal, incurable. Se genera una cierta situación de miedo o terror
indefinido o referido a la misma muerte y al más allá, que cobra ahora una
dimensión más importante. Generalmente esta etapa es breve, pero durante la
misma puede aparecer una depresión. Más tarde se produce una segunda etapa
caracterizada fundamentalmente por la negación de la enfermedad y sus
consecuencias.
Estas
personas piensan que en realidad tienen una enfermedad menos grave y hacen mucho
caso de la menor fuente de esperanza que alguien les plantea. Pueden surgir
entonces grandes deseos de hacer cosas, de hacer planes para el futuro, que
realmente carecen de sentido práctico.
En una
tercera fase se termina aceptando la situación, que las perspectivas vítales
están francamente limitadas, y entonces, con cierta resignación, estas personas
intentan adaptarse a la situación lo mejor que pueden y colaboran con el médico
a la hora de paliar los dolores y otras consecuencias, muchas veces invalidantes
de la enfermedad; si bien suele quedar una remota esperanza de curación que se
basa en relatos excepcionales de confusiones diagnósticas o en la rápida
invención de una terapéutica eficaz contra el tipo de cáncer que padecen.
Esta
evolución, aun siendo la más típica, no es la que siguen todos los enfermos de
un cáncer grave. A veces, la depresión se mantiene, sobre todo si no se inicia
oportunamente un tratamiento adecuado para la misma. La ansiedad asociada al
proceso, las molestias corporales, que a veces cursan con dolores verdaderamente
intensos, y la falta de perspectivas futuras dan lugar a un profundo sentimiento
de desesperanza por el cual, lo único que desean estos enfermos es que todo
acabe cuanto antes. En estas circunstancias se puede llegar al suicidio.
En la
familia del enfermo con un cáncer terminal también se producen ciertas
repercusiones psicológicas, ya que tienen que enfrentarse con la realidad de la
muerte, compartir el sufrimiento de estas personas, a veces durante períodos de
tiempo prolongados, viviendo una cierta sensación de impotencia y de no saber
bien cómo comportarse con el enfermo. También puede surgir en algunos casos
sentimientos de culpa y ansiedad. Todo el proceso puede terminar suponiendo una
sobrecarga emocional que se traduce en un deterioro del ambiente familiar; si
bien, en otros, la enfermedad contribuye a la aproximación afectiva de los
componentes de la familia. No es raro que surja algún cuadro depresivo en
algunos de sus miembros durante el mismo período de la enfermedad o tras el
fallecimiento de esta persona.