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EL SECRETO DE LA MONA
LISA
Muchos creen adivinar un secreto cuya clave podría estar en el nombre que
popularmente se da al cuadro: Mona Lisa.
El primer enigma de la
Gioconda es la identidad de la modelo. Algunos creen que se trata de Lisa
Gerardini, esposa de un rico comerciante florentino llamado Francesco
Giocondo. Pero en esta pintura, como en otras de Leonardo, nada es lo que
parece. Según Antonio de Beatis, que visitó al pintor en 1517 y se sintió
interesado por el cuadro, Leonardo le habría confiado que se trataba de una
dama florentina y que lo había realizado a instancias de su amigo Juliano de
Médicis. De hecho, la única fuente que lo atribuye a un encargo de Giocondo
es el historiador Giorgio Vasari. Pero, de ser esto cierto, ¿por qué
Leonardo se quedó con el cuadro? Una solución sería que hubiese realizado
varias versiones. Algunos indicios apoyan esta teoría.
El primero es un boceto realizado por Rafael Sanzio en 1504, tras visitar el
estudio de Leonardo. En éste aparecen unas columnas griegas de las que no
hay rastro en el cuadro que hoy podemos ver en el Louvre. Por otro lado,
Vasari comenta algunos detalles, como las cejas saliendo por cada poro de la
piel o las pestañas. Pero “la mujer del Louvre” no tiene cejas ni pestañas.
Las modernas técnicas revelan que nunca las tuvo y que tampoco hubo
columnas. ¿Hubo dos Giocondas distintas? En el Museo del Prado de Madrid
encontramos una copia realizada por un pintor español en el siglo XVI.
En ésta la modelo sí tiene cejas y pestañas. Un hallazgo realizado en 1914
por Hugh Blaker, experto en arte renacentista, añade más misterio. Según el
historiador Nacho Ares se trata de un cuadro muy parecido a la Mona Lisa,
descubierto por este erudito en la ciudad de Bath (Inglaterra). En este
retrato se pueden ver no sólo las columnas, sino también las cejas y
pestañas, y la mujer es muy joven, como lo era Lisa Gerardini, mientras que
la del Louvre parece haber sobrepasado la treintena. En 1962, el cuadro de
Blaker fue adquirido por el multimillonario Henry F. Pulitzer. En su libro
¿Dónde está la Mona Lisa?, éste afirmó que la dama era la esposa de
Francesco Giocondo. Pero, entonces, ¿quién era la del Louvre? La
interpretación que más coherencia podría guardar con el gusto de Leonardo
por el equívoco y los mensajes heréticos es la que cree descubrir la pista
del secreto en el nombre Mona Lisa.
Como explica El código da Vinci de Dan Brown, estas ocho letras forman el
anagrama de Amón y L’isa. Se trataría, por lo tanto, de una alusión a los
dos dioses egipcios de la fertilidad: Amón (aunque no aclara que se trata de
Amón-Min, antiguo dios de la magia sexual egipcia, representado con el pene
en erección) e Isis. Pero tampoco falta quien ve en este Lisa una referencia
a la flor de lis, símbolo de la casa real francesa, protectora del artista,
pero que también identificaría a la dinastía mítica, cuyo derecho al trono
es defendido por el Priorato de Sión. De acuerdo con dicha hipótesis,
Leonardo habría entonado en esta pintura un canto a los antiguos cultos de
la naturaleza y la divinidad femenina. Y, si el genio hubiese pertenecido a
una sociedad secreta que profesara estos ritos y creencias, ello explicaría
la preferencia que siempre tuvo por este cuadro.
El horizonte
Otro detalle significativo es que Leonardo pintó el horizonte izquierdo más
bajo que que el de la derecha. Se trata de un truco óptico para que la
Gioconda se vea más majestuosa desde la izquierda. Pero, si tenemos en
cuenta que a lo femenino y lo masculino se ha atribuido tradicionalmente la
parte izquierda y derecha del cuerpo, puede que sea un guiño para expresar
la necesidad que tiene el hombre de dar más preponderancia a su lado
femenino si desea alcanzar el equilibrio.
Otros sostienen que la dama no es sino el autorretrato de Leonardo, en
definitiva un emblema del andrógino, anunciado veladamente en el anagrama de
Mona Lisa (masculino-femenino). Según una investigación, publicada en 1995
en la revista Scientific American por los expertos informáticos Swartz y
Hoizman, un análisis comparativo entre el único autorretrato reconocido del
pintor y el rostro de la Gioconda demuestra que existe un gran paralelismo
entre ambos. El paisaje que enmarca a la dama ha sido también objeto de
numerosas interpretaciones. Con la técnica del sfumato Leonardo habría
podido encubrir otros mensajes velados. El más claro es el formado por las
aguas turbias del río que se ve en el lado derecho.
En opinión de Franck Zöllner representan el río subterráneo del
Conocimiento, simbolismo platónico-hermético al que Leonardo no era ajeno.
La identidad enigmática de dicho paisaje se ve reforzada porque, como señala
Richard Khaitzine, no se corresponde con ningún paraje toscano. Las rocas
que se hallan a la izquierda de la Mona Lisa guardan una asombrosa similitud
con el “Sillón del Diablo”, pequeño promontorio próximo a Rennes-le-Château.
El hecho de que el sfumato otorgue al paisaje un aspecto neblinoso hace
pensar a Khaitzine que su elección no fue sólo de orden estético, sino que
tuvo otra intención más profunda. Durante el renacimiento existió en Europa
una sociedad secreta, literaria y artística, conocida como La Niebla o
Sociedad Angélica, que fue reactivada en el siglo XIX y a la cual
pertenecieron notables figuras, como Julio Verne, que conoció bien el
misterio de Rennes-le-Château. Esta sociedad parece formar parte de una
antigua tradición esotérica que se remonta a Grecia y que entroncaría con
los cátaros, con Dante y con la familia Albizzi de Florencia.
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