La
rutina
El ritmo
cotidiano, alcanzada o no la estabilidad emocional, puede hacerse repetitivo, de
forma que cada día parece exactamente igual al anterior y al siguiente.
Desaparecen los incentivos, las variaciones, los éxitos y los fracasos, las
alegrías y las tristezas. En ese momento, el individuo se descubre como una
máquina dentro de un engranaje, sin creatividad y totalmente mecanizado,
moviéndose por reflejos. Las emociones y los sentimientos están congelados y
anulados.
Nos
enfrentamos a uno de los mayores problemas de la sociedad actual, la rutina, que
desemboca invariablemente en el aburrimiento, la frustración y el desengaño de
uno mismo, de los otros y de todo el ambiente en general.
La rutina
se valora muchas veces como algo beneficioso: «esto es simple rutina», «es un
trabajo rutinario», dando a entender que la cuestión carece de importancia y que
es fácilmente manejable. Pero, sólo de forma excepcional uno puede abandonarse a
la rutina, con la seguridad de que a la primera señal de aburrimiento o
cansancio pueda salir de ella.
Toda
actividad humana puede verse afectada por la rutina: desde situaciones parciales
hasta la totalidad de la vida pueden parecer una «absoluta rutina». El amo/a de
casa, nadie puede negarlo, se mueve por rutina. Todos los días limpia, hace las
camas, lava, plancha, cocina, friega los platos..., para hacer exactamente lo
mismo al día siguiente y al otro y al otro. Existen otras profesiones que no
deberían ser rutinarias pero que, sin embargo, lo son. Se pierde el interés por
el trabajo, se hace «porque se tiene que hacer», esperando la paga el fin de
mes, y punto: el resto da igual. La rutina en el trabajo, sea cual sea la
ocupación del individuo, desemboca en un total hastío, el empezar a trabajar por
la mañana supone «una cruz», se pierde el rendimiento y la eficacia y el sujeto
se va quedando atrás. Con los años, si no se subsana la situación, la persona se
encuentra amargada y defraudada y «culpa al sistema» de su mediocridad.
La rutina
en el amor y en la vida de pareja se va creando con los años. Es lógico que los
primeros sentimientos cedan paso a otros nuevos, pero éstos no tienen por qué
verse inmersos en la repetición. La pareja a menudo pierde el cariño y el afecto
y actúa con monotonía. Se está con el otro pero no se vive con él. La situación
se mantiene sin ilusión y sin alegría. Se establece una vida de pareja
rutinaria, manteniendo las relaciones por comodidad, por conformismo o por falta
de iniciativa. Si alguno de los dos miembros se rebela, surge el conflicto que,
o bien resuelve la situación transformando la vida en común, o desencadena la
ruptura de la unión.
Los
entretenimientos, las reuniones con los amigos, las salidas y los viajes, el
trabajo, los hijos y hasta las ideas pueden hacerse rutinarias. Se hacen las
cosas porque siempre se han hecho así, sin que exista interés por cambiarlas;
son actos totalmente reflejos, carentes de estímulo propio. Hay personas que
viven en una continua rutina que afecta a la familia, al trabajo, a las
amistades, las diversiones...
El
individuo puede vivir perfectamente con su rutina. El conflicto surge cuando
pierde el interés y la alegría, recapacita acerca de lo que buscaba y esperaba
de la vida y lo compara con lo que es y lo que ha logrado. Entonces, o se hunde
o lucha con todas sus fuerzas para encontrar el camino y escapar del
aburrimiento.