CAMBIAR LA
PERSONALIDAD
La
personalidad no tiene una estructura inmóvil, sino que está sometida a ciertos
cambios en función de los estímulos externos y, sobre todo, de las experiencias
que vamos acumulando a lo largo de la vida. Entendemos entonces la personalidad
como algo dinámico, capaz de sufrir diversas modificaciones. Durante la infancia
y la adolescencia resulta mucho más fácil introducir transformaciones en la
personalidad, ya que ésta no se ha configurado plenamente, con lo que todo tipo
de influencias ejercen un mayor poder sobre ésta. Es evidente que es más fácil
cambiar cuanto más joven se es, lo que no impide que se puedan realizar cambios
a edades más avanzadas, aunque muchas personas crean que a su edad ya es
imposible cambiar.
Las
modificaciones de la personalidad son una necesidad terapéutica para aquellos
que tienen un trastorno de la personalidad. Estas personas han ido estructurando
una serie de patrones de conducta y mecanismos psicológicos que les dificultan
la adecuada elaboración de algunas vivencias, que se traducen generalmente en
angustia, ansiedad, agresividad, pérdida del autocontrol, insatisfacción, etc.
Las relaciones interpersonales también se ven afectadas por este tipo de
trastornos que, además, se suelen acompañar de dificultades de adaptación e
integración social, y del subsiguiente aislamiento.
Esta
labor no es fácil, ya que desmontar y sustituir estos patrones de conducta por
otros más adecuados requiere siempre bastante tiempo y la colaboración de estas
personas, para las que dichos cambios suponen un esfuerzo importante que no da
demasiados resultados a corto plazo, por lo que es necesaria una relativa
constancia.
Un patrón
de conducta se establece mediante la repetición de un cierto tipo de
comportamiento como forma de resolver situaciones similares. Por ejemplo, hay
personas cuyos patrones de conducta se han estructurado utilizando
exageradamente los mecanismos psicológicos de huida o evitación. Si saben que
tienen que enfrentarse a una situación en la que no se saben desenvolver
adecuadamente, o que les va a generar ansiedad (una situación social, ambiental,
etc.), reaccionan evitándola, aun a sabiendas de que, a medio o largo plazo, les
ocasionará un perjuicio personal. Si, de forma inesperada, se ven envueltos en
una de estas situaciones pueden reaccionar mediante mecanismos de huida,
escapando de esa situación, con lo que a corto plazo se sienten aliviados.
El
resultado es que, evitando estas situaciones o huyendo de ellas, dichas personas
consiguen evitar el sufrimiento que les producen, pero a medio o largo plazo
sufren, si cabe, más, ya que se sienten incapacitadas para llevar una vida
normal, encontrándose condenadas, muchas veces, a un mayor o menor aislamiento.
Son personas que no están acostumbradas a superar dificultades, sino a evitarlas
o, en apariencia, ignorarlas, ya que la puesta en marcha de estos mecanismos
psicológicos de huida y evitación forma parte de la estructura de su
personalidad, puesto que, a fuerza de repetir este tipo de comportamientos, se
sienten incapaces de utilizar otros; es decir, se han establecido como un patrón
de su conducta, por lo que ante situaciones similares reaccionan así casi de
forma automática.
Un cambio
de personalidad supone el abandono de estos mecanismos patológicos para ser
sustituidos progresivamente por otros más adecuados. En el ejemplo anterior
estas personas deben intentar enfrentarse a estas situaciones de forma decidida
y comprobar cómo, en muchos casos, son capaces de superarlas, lo que además
incrementará su seguridad en sí mismos. La persona aprende entonces a
enfrentarse y asumir las dificultades propias de su existencia, que pueden
constituir una fuente de maduración y superación personal. Los cambios de
personalidad son más fáciles de lograr cuando al sujeto se le plantean de una
forma concreta los objetivos psicológicos que necesita alcanzar, a la vez que se
facilitan técnicas o instrumentos psicológicos que le ayuden a conquistar los
objetivos propuestos.