PROGRAMA DE AUTOCONTROL
En el
momento de llevar a cabo un Programa de Autocontrol, es importante tener en
cuenta una serie de elementos que influyen de manera decisiva en el éxito de su
aplicación. A continuación comentamos algunos de los más relevantes.
Control de estímulos
Los
comportamientos y emociones están determinados en gran medida por las
situaciones estimulares en que se producen, o por estímulos concretos que
facilitan su aparición. Como ejemplo, en lo relativo a la ingesta de dulces, el
ver un pastel apetitoso puede inducirnos a probarlo y a acabar comiéndolo, aun
cuando no tuviéramos ningún apetito. En este caso diríamos que nuestro
comportamiento de comer el pastel ha sido provocado por la simple presencia del
estímulo «pastel delicioso». Si no lo hubiéramos visto o tenido al alcance, no
se hubiera provocado el acto impulsivo de comerlo.
En
relación a un tema como el control de la ingesta para personas con problemas de
sobrepeso, el control de estímulos implicaría prácticas del tipo de:
• Ir a
hacer la compra con una lista cerrada de lo que vamos a adquirir y a ser posible
después de haber comido.
• Hacer
dicha lista de la compra después de haber comido y sentirnos saciados, de modo
que difícilmente vayamos a estar pensando ni anotemos en ella productos que no
sean necesarios.
• No
transitar por los pasillos del supermercado donde sabemos que hay productos que
nos resultan atractivos. Si hemos decidido adquirir excepcionalmente alguno de
estos alimentos, pedir a alguien que nos lo compre, en vez de hacerlo
directamente nosotros.
• No
comprar ni tener en casa alimentos de consumo inmediato, como dulces, frutos
secos, latas o envases de comida preparada. Disponer, sin embargo, de productos
que requieran ser cocinados para su consumo, como pasta, arroz, legumbres, carne
y pescado.
•
Determinar un lugar fijo y único de la casa para comer; por ejemplo, el salón,
evitando hacerlo en el resto de las estancias. De este modo, irá perdiendo
fuerza estimular para provocar el impulso de comer el resto de la casa (por
ejemplo, la cocina). Poner la mesa —mantel, cubiertos, servilleta— siempre que
vayamos a tomar algo, aunque sea simplemente una manzana. Utilizar siempre los
cubiertos para comer, incluso si se trata de un bocadillo.
•
Utilizar platos pequeños para comer, ya que nos darán la sensación de mayor
cantidad y de que estamos comiendo más. Decidir de antemano unas cantidades
moderadas de lo que vamos a comer, y respetarlas.
•
Servirnos en la cocina lo que nos vayamos a comer, y no llevar las fuentes de
comida a la mesa. De esta manera evitaremos la tentación de servirnos más con
sólo estirar el brazo. Una vez el plato en la mesa, retrasar el comienzo de la
comida un par de minutos, demostrándonos con ello cierta capacidad para demorar
la gratificación que implica la comida, y que vamos adquiriendo por tanto
autocontrol sobre ella. Reposar los cubiertos en la mesa después de cada bocado,
y masticarlo lentamente, al menos diez veces, saboreándolo. Con esta práctica
alargaremos la duración de la comida, y daremos tiempo a que aparezca el
estímulo de saciación, que suele llegarnos entre veinte y treinta minutos
después de haber comenzado a comer.
• Una vez
terminada la comida, levantarnos y recoger la mesa con prontitud, asumiendo que
el acto de comer ha finalizado, y no dándonos la oportunidad para pensar cómo
nos hemos quedado o si nos apetecería tomar alguna cosa más.
Consecuencias inmediatas versus demoradas
Como
hemos señalado previamente, los comportamientos suelen estar fundamentalmente
controlados por las consecuencias que los siguen, de manera que aquellos que van
seguidos de premios o recompensas tenderemos a repetirlos en el futuro, en tanto
que los que van continuados por castigos trataremos de evitarlos. Aunque esto es
así de forma general, influye enormemente sobre nuestros comportamientos el que
las consecuencias de los mismos las obtengamos de un modo inmediato o se demoren
en el tiempo. Todo el mundo sabe, por ejemplo, lo pernicioso que es fumar, y
cómo muchos fumadores, a largo plazo, acaban padeciendo importantes enfermedades
respiratorias, que incluso terminan prematuramente con sus vidas. Y sin embargo
eso no les motiva ni les impulsa a abandonar el hábito de fumar. ¿Por qué?
Pues
porque el placer de fumar —el premio— suele ser inmediato. Basta sacar el
cigarrillo, encenderlo y darle una profunda calada para sentir un intenso
placer. Y, sin embargo, el castigo, aunque mucho más intenso, suele estar muy
demorado en el tiempo: se presenta después de años de consumo de tabaco, y
además ni siquiera es seguro al ciento por ciento que eso vaya a ocurrimos
precisamente a nosotros, cuando sabemos que hay fumadores empedernidos de muy
avanzada edad y que están ¿perfectamente sanos? (los fumadores se justifican
pensando en personajes públicos como el músico cubano Compay Segundo, que
incluso a los 92 años seguía fumándose unos tremendos habanos).
Con el
castigo demorado, todos aprendemos mal. De manera que es fundamental
autopremiarnos lo más inmediatamente posible por nuestros esfuerzos/logros, para
que el proceso de aprendizaje sea más efectivo.
Programa de consecuencias (refuerzo-castigo) continuo frente a programa de
consecuencias parcial
También
el aprendizaje de cualquier comportamiento depende en gran medida del programa
de refuerzo que le apliquemos. Aprendemos mejor y más rápidamente con programas
de refuerzo continuo, es decir, recibiendo el premio en cada ocasión que
efectuamos el comportamiento que deseamos instaurar. Pero, sin embargo, para
hacer estable ese aprendizaje, es preciso que pase a un régimen de refuerzo
parcial, es decir, que sólo recibamos el premio de vez en cuando.
Importancia de la intensidad de las consecuencias
Otro
elemento esencial para un programa de autocontrol exitoso es elegir
adecuadamente la intensidad o importancia de los premios o castigos que nos
vamos a autoadministrar, por la realización o no de los comportamientos «diana».
En el
ejemplo de la comida, si nos vamos a privar de un refuerzo muy apetecible (vamos
a decir no a un trozo de tarta de trufa que nos encanta), hemos de poner en su
lugar y de manera inmediata algo igualmente gratificante para premiarnos, como
puede ser un masaje, un CD que me apetecía mucho tener...
Y sobre
todo atender a la ley básica: No privarnos de nada agradable sin poner algo a
cambio.
Aprendizaje de demora de la gratificación para el autocontrol de la conducta
Aprender
a demorar los premios o refuerzos es un elemento esencial a la hora de hacernos
más capaces para regular nuestros comportamientos. Esta capacidad solemos
comenzar a adquirirla a partir del control externo que los adultos de nuestro
entorno ejercen sobre nuestros comportamientos, a través de pedirnos que
retrasemos, por ejemplo, el momento de ir al baño cuando tenemos ganas de
orinar, o de beber agua cuando tenemos sed. Esto se puede introducir como un
juego con los niños, dándoles algún pequeño premio —un juguetito sin
importancia, o un halago chocando la mano— cuando retrasan unos instantes el
comportamiento que les gratifica (progresivamente se va alargando este tiempo).
RECUERDA
• El autocontrol es una capacidad que todos podemos aprender para mantener
nuestros comportamientos y emociones bajo control.
• Para
poder adquirir autocontrol hemos de conocernos a nosotros mismos, y eso podemos
conseguirlo a través de la autoobservación y la autoevaluación de nuestros
comportamientos y emociones. En esa labor podemos ayudarnos de los
autorregistros.
• El
método para adquirir autocontrol implica los pasos siguientes:
•
Observar y autoevaluar nuestros comportamientos y/o emociones, y determinar
sobre cuáles deseamos actuar: "diana".
• Definir
el/los objetivo/s sobre los comportamientos y/o emociones "diana".
•
Concretar las consecuencias (premios y castigos) a obtener.
•
Establecer compromisos, con nosotros mismos y/o con otras personas.
•
Planificar cuándo llevar a efecto el programa.
Aunque a
lo largo de este espacio hemos intentado dar una visión clara de lo que es la
capacidad de autocontrol, y proporcionado pautas concretas para poder adquirirlo
y aplicarlo a diferentes temas (como son los abordados en los ejemplos citados),
es evidente que en muchos casos, especialmente en aquellos que implican estados
emocionales intensamente afectados y de larga duración (depresiones profundas,
problemas de ansiedad o estrés muy asentados, ira y agresividad intensas,
etcétera) o comportamientos fuertemente arraigados (como pueden ser los
múltiples y variados problemas de adicciones a drogas, juego, etcétera),
aconsejamos vivamente recurrir a la ayuda de profesionales de la psicología, que
son quienes habrán de determinar los tratamientos más pertinentes a realizar, y
llevarlos a efecto.
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