LA PERSONALIDAD Y EL
TRABAJO
Múltiples
estudios psicológicos y sociológicos se han realizado alrededor del ser humano
en relación con el trabajo. Entre sentencias bíblicas como: «Ganarás el pan con
el sudor de tu frente», y filosóficas como: «El trabajo dignifica al hombre»,
existen infinidad de posturas intermedias que analizan el binomio hombre-trabajo
desde todas las perspectivas posibles.
Las
llamadas teorías X e y de McGregor nos muestran dos puntos de vista opuestos
sobre la significación del trabajo para el hombre. Según la teoría X, al ser
humano le repugna intrínsecamente el trabajo y lo evitará siempre que pueda; por
ello debe ser obligado por la fuerza a que lo desempeñe, mediante amenazas y
castigos, y prefiere ser dirigido en el mismo para evitar responsabilidades.
Según la teoría Y, el desarrollo del trabajo en el hombre es tan natural como el
juego o el descanso; se compromete al mismo sin necesidad de amenazas, buscando
las compensaciones asociadas a su logro y se ve fuertemente motivado si durante
su realización desarrolla iniciativa, imaginación y capacidad creadora.
Tal vez
ambas teorías sean demasiado extremas como para inclinarse a favor de una o de
la otra. Si tuviéramos que elegir, probablemente diríamos que según los casos. Y
es que precisamente ahí radica la cuestión: en el gran número de casos, de tipos
de personalidad existentes.
Para
unos, el trabajo supone un medio de subsistencia a través del cual consigue
cubrir sus necesidades materiales, o bien situarse en una escala social deseada.
Para
otros, el trabajo es un fin en sí. Ya no es a través de él sino en él mismo
donde logra su satisfacción personal; la labor que realiza da sentido a su vida.
Desgraciadamente, las actuales dificultades económicas y laborales que atraviesa
la sociedad no permiten al ser humano tener libertad de elección a la hora de
trabajar. En demasiadas ocasiones el individuo se conformaría con tener un
trabajo, el que fuera. Obviamente, el «parado» que busca empleo lo hace porque
precisa de un medio de subsistencia. Realizarse en su trabajo sería ya un sueño.
Pero en
el supuesto utópico de que toda persona pudiera elegir su trabajo, ¿qué factores
de su personalidad influirían en su elección?
En primer
lugar, sus aptitudes y aficiones. Para algunos el trabajo manual resulta
monótono y fatigoso; mientras que para otros, el trabajo intelectual requiere
demasiado esfuerzo mental y psicológico. Y según las aptitudes, todos conocemos
gente «manilas» y gente «lumbreras», cualidades que lógicamente condicionarán su
elección ante este dilema laboral.
En
segundo lugar, su carácter. El sujeto dinámico, emprendedor, seguro de sí mismo
y con dotes de mando se inclinará por las labores directivas y empresariales con
más facilidad. Por el contrario, el tímido, introvertido e inseguro preferirá un
trabajo cómodo, poco arriesgado y bajo las órdenes de un jefe que decida por él.
El individuo expansivo, sociable y con don de gentes se sentirá mejor en puestos
de relaciones públicas. El creativo, ingenioso e imaginativo desarrollará
fácilmente tareas artísticas. Y así sucesivamente encontraríamos siempre un
trabajo adecuado para cada tipo psicológico.
Un factor
a tener en cuenta a la hora de definirse laboralmente es la elección entre un
trabajo liberal o subordinado. El primero aporta independencia y libertad de
acción con la posibilidad de desarrollar las propias iniciativas. A cambio,
exige mayor riesgo, pues el mantenimiento y futuro del trabajo depende
exclusivamente de uno mismo.
El
trabajo subordinado requiere un proceso de adaptación del empleado a su puesto
laboral y debe acatar unas normas establecidas, perdiendo libertad e iniciativa,
pero a cambio tiene, en general, menos responsabilidades, más comodidad, dados
los escasos cambios que se producen en su trabajo y una mayor seguridad, que
sólo depende del futuro de la empresa para la que trabaje.
Habrá
otros muchos factores más, pero recordemos que estamos dejando a un lado toda
consideración del trabajo como necesidad remunerativa.
Resumiendo, podemos afirmar que el éxito en el trabajo tiene lugar cuando los
intereses y fines del trabajo realizado coinciden con los del trabajador como
persona.