LA OPINIÓN DE HIJOS Y PADRES SOBRE SUS RELACIONES
Hijos y
padres coinciden al señalar como el valor más importante el «mantener buenas
relaciones familiares» (subrayemos que el 94 por ciento de los hijos manifiestan
la gran importancia que conceden a este objetivo).
Se
aprecia que los sistemas de valores de los hijos coinciden en gran medida con
los de sus padres. Las discrepancias en los puntos de vista se refieren a la
enfatización de los conflictos domésticos que verbalizan los padres y que no
comparten los hijos, mientras que éstos señalan cuestiones en la calle (drogas,
prostitución, violencia), que los padres desconocen. En estos casos de falta de
sintonía se detectan problemas más o menos graves.
Si
analizamos distintos factores, observamos que lo más valorado por hijos y padres
respecto a las pautas educativas es que los progenitores tengan y muestren
criterios claros, que impongan límites, que hagan responsables a los hijos y que
sean flexibles.
Los
padres exponen que hay temas problemáticos que se sienten incapaces de resolver,
como los horarios nocturnos o el alejamiento de los adolescentes.
Por otro
lado, los padres se encuentran en una continua ambigüedad entre establecer
límites y darles un alto grado de libertad a los hijos (mayor que el que ellos
disfrutaron). Un 8 por ciento refieren sentimientos de impotencia y
desesperación. Las madres tienen una visión más favorable de la realidad
familiar, pareciera que edulcoraran la misma y, además, se adaptan mejor a los
cambios acontecidos en la familia y su entorno. En cuanto a los amigos de los
hijos, aproximadamente un 8 por ciento de los padres verbalizan un claro rechazo
hacia su manera de ser y comportarse.
Respecto
a las opiniones de los hijos, se constata que en un 25 por ciento de las veces
se imponen sobre las de los padres. Si se debaten temas genéricos, se tienen en
consideración en torno al 50 por ciento.
Los
adolescentes y jóvenes que consiguen que sus criterios se impongan en el hogar,
valoran como fuente primordial de su socialización al grupo de amigos y mucho
menos a los padres y maestros.
El
porcentaje de hijos que considera que a los miembros familiares les gusta
disfrutar del tiempo libre juntos no alcanza el 40 por ciento.
Al hablar
con los padres se aprecia un gran esfuerzo por parte de éstos por democratizar
su relación con los hijos, por adaptar posiciones protectoras y permisivas, pero
añorando las relaciones de autoridad que facilitaban que las normas se
cumplieran.
Los
padres se quejan de la inhibición de las instituciones en la educación de sus
hijos. También proyectan responsabilidades en la figura del maestro, que
entienden no impone la necesaria disciplina. Junto a ello, los padres culpan a
la sociedad de manera genérica por transmitir auténticos antivalores, por ser
tan competitiva y rendida al dinero, por impedir con los horarios laborales que
puedan dedicar el tiempo necesario a la educación de los hijos. Esa crítica se
tiñe de indignación al referirse a los espacios emitidos por las televisiones.
Dentro de
la pareja, de forma conjunta, se transmite la angustia por la inseguridad de si
son unos padres que actúan correctamente y, en bastantes casos, se percibe
sentimiento de culpabilidad por no cumplir los mínimos que el rol paternal
exige. Las madres acusan a los padres de abandono de sus funciones y ellos a
ellas de excesiva permisividad. Hay un porcentaje elevado de madres que
manifiestan que se sienten solas en la función educativa y bastantes madres y
padres que transmiten que se sienten privados de sus derechos dadas las
obligaciones que el rol familiar les exige.
Aproximadamente un 40 por ciento de los padres dicen sentirse desbordados en la
función educativa, es más, entienden que no educan bien porque no saben hacerlo.
Un 20 por ciento de los padres se sienten agobiados por las exigencias
económicas de sus hijos.
Los
padres entienden que requieren apoyo del exterior (incluyendo las fuerzas de
seguridad y operadores jurídicos), y un 8 por ciento reconoce que su hijo le
insulta o amenaza cuando se enfada.
Los hijos
se relacionan más y mejor con las madres, y los que dicen tener buenas
relaciones con sus progenitores entienden que sus agentes de socialización son
la familia, el centro de enseñanza y los libros, mientras que los que tienen
malas relaciones valoran primordial mente a los amigos y los medios de
comunicación.
Se
aprecia que los padres que admiten más comportamientos incívicos de los hijos y
mantienen el criterio de «dejar hacer» acaban llevándose peor con ellos.
Se
detecta que mayoritariamente los padres transmiten (o lo intentan) a sus hijos
ilusión por alcanzar puestos laborales reconocidos, amor al estudio, desarrollo
del esfuerzo y asunción de responsabilidad. Los padres inciden muchísimo menos
en valores ideológicos, sociales, políticos o religiosos. Claramente, transmiten
pragmatismo (aunque quizás miope).
Dentro de
los múltiples tipos de familia actuales en España hemos de destacar por su
importancia numérica las «familias light», aproximadamente un 40 por ciento. Son
aquéllas en las que la valoración máxima se da a la amistad, por que se estima
esencial el grupo de referencia (los amigos) del hijo, dado que la educación es
del tipo horizontal. Los padres han dimitido de su función socializadora, y
tampoco se potencian otras instituciones como la escuela.
Otro
grupo importante es el de las familias cooperativas, aproximadamente el 25 por
ciento; sus miembros buscan estar juntos, son autosuficientes, dan valor no sólo
a la capacitación profesional sino al desarrollo ético, moral y ciudadano. Todos
ellos transmiten ideas y opiniones y crean un correcto y cálido clima en el
hogar.
Hay una
nueva familia española, que podríamos denominar «de puertas abiertas», que se
caracteriza por una comunicación fluida; en ella se tienen en cuenta las
opiniones de los hijos. Los padres con alto nivel formativo buscan dotar de
autonomía a los hijos, intentando inculcarles solidaridad, lealtad, honradez y
un adecuado nivel educativo. Este grupo de correctas y novedosas familias
alcanza un porcentaje del 20 por ciento.
Por
último, hay familias conflictivas, que suponen un 15 por ciento del total. La
relación padres/hijos es mala. Aquéllos tienen un universo de valores muy
distinto del de éstos. Desean mostrarse rígidos, pero son reiteradamente
desbordados. Los comportamientos de los hijos acaban siendo conflictivos.
En
general, las relaciones padres e hijos son buenas, afectuosas, cálidas. Tanto
padres como hijos tienen una positiva vivencia de sus relaciones. No hay que
dejar de fomentarlas. Hay que animar a los niños a tener confianza en los
padres, y viceversa. Deben compartir sus alegrías y frustraciones. Los lazos,
más que de consanguineidad, son de afectividad. Decir de vez en cuando «te
quiero» es una terapia mutua.
Si antes
no ha existido el hábito de la relación, es muy difícil forjarlo cuando el niño
alcanza la adolescencia. Estos primeros años son preciosos, pasan rápido y no
vuelven.
La
importancia de la relación paterno-filial está en proporción inversa a la edad.
En algún
momento de su vida dirán o valorarán que no nos quieren, porque es imposible no
hacerles sufrir puntualmente. A veces parece que sólo recuerdan las peores
situaciones que han vivido, como si no se les hubiera dedicado tiempo, ilusión,
dedicación.
Lo
importante es que sepan que estamos a su lado, siempre, y que tratarnos de
hacerlo lo mejor que podemos.
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