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EL LEGADO DE
MARÍA MAGDALENA
El
éxito de la novela El Código Da Vinci ha convertido en tema de moda la
cuestión de si existió una descendencia de Jesús. El autor de un libro de
reciente aparición, titulado “El legado de María Magdalena”, ha realizado
una fascinante investigación iconográfica que se saldó con importantes
descubrimientos inéditos. En este artículo extractamos algunos de sus
hallazgos.
Mi fuente de información me había emplazado a realizar un enigmático viaje
que me llevaría a descubrir aspectos insólitos y desconocidos sobre la
figura de María Magdalena, el nombre que la tradición cristiana dio a la
Myriam Migdal o Myriam de Magdala en el judío original, que desempeña un
papel tan relevante en el Nuevo Testamento.
Mucho se ha escrito sobre Jesús “el Nazareno”, nombre que algunos
atribuyen a la aldea de Nazareth. En cambio, otros autores sostienen que
indicaba su pertenencia a la secta judía de los nazaritas o nazareos,
entre cuyos votos se incluía no cortarse el cabello ni la barba.
Sin embargo, muy poco sabemos con certeza sobre su vida. Los cuatro
Evangelios canónicos recogen algunos momentos fundamentales de la
existencia de Jesús. Pero sólo hacen referencia a su vida pública, con el
objetivo de demostrar que era el Mesías prometido a Israel, y únicamente
aluden de manera muy escueta a su vida privada.
Sin embargo, en los evangelios apócrifos obtenemos una información
complementaria. Entre éstos destacan los descubiertos en 1945 en Nag
Hammadi (Alto Egipto).
En dichos apócrifos de cuño gnóstico se habla de un Jesús íntimamente
vinculado con María Magdalena, e incluso se afirma que Pedro mostraba
hostilidad hacia esta mujer, negándose a aceptar que, tras su muerte,
Cristo resucitado le hubiese confiado sus enseñanzas secretas y el
liderazgo sobre la comunidad de sus seguidores.
Según alguno de estos apócrifos, como el Evangelio de Felipe, Magdalena
era la compañera o consorte de Jesús, e incluso se menciona la existencia
de una descendencia de ambos en términos aparentemente claros: “existe el
misterio del Hijo del Hombre y el misterio del hijo del Hijo del Hombre”.
Más aún: este evangelio sostiene que Cristo tenía la capacidad de crear y
también la de “engendrar”, para culminar sugiriendo que su unión con
Magdalena fue un “matrimonio sagrado”, al que califica de “auténtico
misterio” y lo diferencia del “matrimonio de poluciones” o profano. En
este tema es importante que el navegante que desconoce el tema de la
sexualidad sagrada visite el espacio, que está en esta misma Web, “Más
allá de la materia”.
No cabe duda de que estos textos –perseguidos y destruidos por la Iglesia
desde los años que siguieron al Concilio de Nicea en el siglo IV d.C.–
dieron lugar a una leyenda que circuló ampliamente durante la Edad Media.
Pero, ¿hasta qué punto era posible documentar la persistencia de esta
tradición?
Mis primeros hallazgos se situaron en el Camino de Santiago, al que
considero más apropiado llamar de Prisciliano, el “Obispo hereje”. Nacido
en Galicia en el año de 340 d. C. Prisciliano predicaba una doctrina
gnóstica que tuvo un notable éxito en el norte de Hispania y en el sur de
la Galia.
Muchos lugares relacionados con el Camino en el sur de Francia y el norte
de España están salpicados de referencias que lo vinculan con María de
Magdala y el secreto del Grial en el Languedoc, situándonos en el entorno
de Rennes-le-Château, una de las claves de esta tradición apócrifa.
Fue en el Monasterio de Santa María de Oia, en su iglesia monacal
cisterciense del siglo XII, donde encontré la primera pista. Allí se halla
un retablo que reproduce la venida del Espíritu Santo. Por un lado, llamó
mi atención su gran parecido con el sello de los caballeros templarios de
la abadía de Nuestra Señora del Monte Sión. Por otro, la figura central
representa a Magdalena rodeada por los apóstoles, mientras el Espíritu
Santo en forma de paloma desciende sobre ellos.
Muy cerca de donde yo vivía descubrí otro elemento significativo. Se
trataba del Reial Monestir de Santes Creus, perteneciente a la orden del
Císter, situado en Aiguamurcia, provincia de Tarragona (España).
Al margen de la indudable calidad artística de los diferentes estilos
representados en esta iglesia monacal, atrajo mi atención una de las dos
capillas dispuestas en los laterales del templo, junto a la puerta de la
entrada principal.
Esta capilla, denominada de San Juan Evangelista, me iba a deparar grandes
y gratas sorpresas ya que, en la imagen central del retablo, aparece la
figura de un San Juan con aspecto señaladamente femenino, de largos y
rizados cabellos pelirrojos, labios de color carmesí carnosos y sensuales,
sosteniendo una copa o grial con la mano izquierda, a la altura del pecho.
Conforme fui contemplando con más detenimiento el retablo, realizado en
madera policromada y pintada al óleo, descubrí que había siete iconos
adicionales en la parte inferior del mismo y, al observarlos de cerca, vi
que reproducían diferentes pasajes bíblicos sobre Jesús y María Magdalena.
Aunque la figura central del retablo pretende ser la de San Juan
Evangelista, demasiados detalles contradicen esta atribución.
Tradicionalmente a éste se le representa con aspecto varonil, barba
poblada y edad madura, casi siempre con un libro en las manos.
Baste recordar los lienzos sobre San Juan Evangelista de pintores como El
Greco, Tiziano o Velázquez. En cambio, la imagen central del retablo es
indudablemente femenina.
Yo la identifiqué como María Magdalena, por la larga melena de color
cobre-rojizo y el tipo de vestimenta y colorido más utilizado en las
representaciones de esta santa. También por el hecho de sujetar con la
mano izquierda la urna donde se guardan los óleos con que ungió a Jesús,
un dato inequívoco, pues así es como se la ha representado
mayoritariamente.
Como hemos mencionado, debajo de la imagen central hay siete iconografías
de menor tamaño, cuatro de cuyas figuras se identifican con María
Magdalena, y otras tres centrales, que representan episodios de la vida de
Jesús: el nacimiento, la crucifixión y el descendimiento de la cruz.
Exponer y describir en detalle lo representado en todos los iconos
resultaría imposible en el presente artículo.
Pero como la principal evidencia a la que nos hemos estado refiriendo se
encuentra precisamente en algunos de estas imágenes, vamos a abordar en
concreto este tema resumidamente.
En el central aparece la escena de la crucifixión de Jesús, junto a los
dos ladrones, y a los pies encontramos la mayor de las sorpresas: ¡María
Magdalena embarazada! Contemplé la escena desde todos los ángulos posibles
para excluir la posibilidad de una ilusión óptica. Pero no se trataba de
ningún error de apreciación.
La Magdalena representada a los pies de la cruz de Jesús, totalmente
desolada, con el cabello suelto y el pañuelo en la mano izquierda
enjugándose las lágrimas, había sido evocada como una mujer embarazada,
con sus pechos hinchados y su vientre abultado de forma característica.
Es un vientre muy bajo, a punto de parir, en la posición que adoptaban
antiguamente las mujeres de Oriente para dar a luz. Junto a ella aparece
una calavera, símbolo tradicionalmente asociado con Magdalena en la
iconografía cristiana.
Para no dejar ninguna duda respecto de su embarazo, el autor del icono
pintó una especie de cíngulo –tal como se hacía entonces para remarcar los
pechos en las embarazadas, según me indicó Manuel de Perea, pintor,
orfebre y escultor–, que va desde el hombro hasta la cintura, remarcando
el pecho hinchado de Magdalena.
En esta imagen sólo aparecen las dos mujeres que, tradicionalmente, son
identificadas con María la Virgen (madre de Jesús) y María Magdalena, lo
que despeja cualquier duda sobre la identidad y el estado de embarazo de
la segunda mujer. El tercer personaje representado es el apóstol Juan.
Esta era la prueba o evidencia definitiva que había estado buscando.
¿Sería posible que nadie antes lo hubiese advertido? ¿Durante cuánto
tiempo había permanecido oculto el mensaje del retablo?
Ahora empezaban a encajar todas las piezas del rompecabezas. Pero
necesitaba observar con atención el resto de la iconografía.
No tocar a los muertos
En la siguiente escena, correspondiente al icono de la derecha, podemos
ver el descenso de la cruz de Jesús ya fallecido, rodeado de varios
personajes.
De izquierda a derecha aparecen María, esposa de Cleofás y prima de la
madre de Jesús; José de Arimatea, con barba y el turbante que llevaban
algunos fariseos; Magdalena, quien aparece con la urna de los óleos en sus
manos; Juan, sujetando por los brazos a la Virgen María; Juana, hermana de
la Virgen María y tía de Jesús, quien aparece arrodillada, recogiendo los
pies del crucificado; y por último y subido en la escalera que hay apoyada
en la cruz, un personaje que bien podría ser Nicodemo.
En las imágenes del descenso de la cruz, el autor nos da un detalle de
suma importancia: todos los personajes que aparecen en esta escena, por
fuerza tenían que ser parientes de Jesús.
Según la Ley de Moisés no estaba permitido tocar a los muertos, a menos
que fuesen parientes, como podemos confirmar en Números 19,11: “El que
tocare un muerto, el cadáver de un hombre cualquiera, será impuro por
siete días”, un tabú de contacto con el cadáver reiterado en Números 19,
14 y 19, 16.
En Levítico 21, 1-3, tenemos una mayor precisión: «Yahveh dijo a Moisés:
‘Habla a los sacerdotes, hijos de Aaron, y diles: Ninguno se contamine con
el cadáver de uno de los suyos, excepto si es de alguno de sus parientes
más próximos: su madre, su padre, su hijo, su hija, su hermano.
Podrá también hacerse impuro por el cadáver de su hermana, todavía virgen,
si, por no haber pertenecido a ningún hombre, era su pariente próxima’».
Un pasaje que también corrobora Ezequiel 44, 25: “No se acerquen a una
persona muerta para no contaminarse, pero por el padre, la madre, el hijo,
la hija, el hermano, la hermana que no tenga marido, si podrán
contaminarse”.
Como vemos, sólo estaba permitido tocar a los muertos a los familiares más
cercanos. En este caso, el autor del icono dejaba claro una vez más la
relación de pariente próximo que ostentaba María Magdalena con respecto a
Jesús, aunque cabe objetar que entre los familiares que pueden tocar el
cadáver la Biblia no menciona a la esposa.
En cualquier caso, el resto de las imágenes también hace referencia a la
relación entre ésta y Jesús. De hecho, vuelve a insistir en la misma idea,
como podemos ver en la imagen en la cual aparece ella con los signos
inequívocos del embarazo.
Finalmente, la posible descendencia de Jesús y María Magdalena queda
testimoniada por el autor del retablo en otra de las figuras, en la cual
podemos observar a esta mujer acompañada ya por sus dos vástagos, en este
caso dos niñas gemelas.
Por tanto, el retablo dejó constancia de una tradición antiquísima que, a
pesar de la hostilidad de la Iglesia y de su notoria heterodoxia, se
transmitió a lo largo de toda la Edad Media.
Básicamente, dicha tradición comunica el mensaje siguiente:
- El estatus social de María Magdalena, representada como princesa y
acompañada con la inscripción de IVSTICIA.
- Esposa de Jesús, vestida de luto tras la crucifixión, con la palma de
martirio, igualmente testigo del martirio al que fue sometida su memoria,
al ser presentada como una prostituta, cuando no existe ninguna base firme
para relacionarla con el personaje de la pecadora evangélica. Esta
arbitraria identificación se consolidó en los siglos V y VI.
- Grial viviente, en calidad de portadora de la sangre de Jesús a través
de su descendencia (imagen que la presenta embarazada, soportando la cruz,
la carga).
- Confirmación de la descendencia (icono con los dos niños gemelos en
brazos, mostrando claramente su parecido con los progenitores).
No es posible detallar en un artículo toda la información que recabé
respecto al autor del retablo –tarea que abordo en mi libro–, pero baste
recordar que el Monasterio de Santes Creus pertenecía al Císter, fundado
por San Bernardo de Claraval, quien a su vez intervino decisivamente en la
creación de la Orden de los Caballeros Templarios.
Posteriormente, éstos llegaron hasta el Monasterio de Santes Creus, a
través de la Orden Militar de Santa María de Montesa, fundada en 1319 por
el monarca Jaume II de Aragón para acoger a los caballeros de la Orden del
Temple que consiguieron huir de la persecución de Felipe IV “el Hermoso”.
Los caballeros templarios que lograron escapar de Francia, también se
refugiaron en otras órdenes, como la de Calatrava. Con ellos llegarían los
conocimientos secretos de la Orden, por los cuales habían sido acusados de
herejes.
Entre estos secretos se ha destacado el de la existencia de una sangre
real (Santo Grial) que reivindica una ascendencia sagrada y se remonta a
Jesús y Magdalena.
El retablo que hemos examinado fue realizado en el año 1603, según consta
en el mismo, utilizando el lenguaje oculto de los iniciados para
transmitir de forma encubierta una tradición considerada herética, cuyos
depositarios en Europa occidental habían sido los caballeros templarios y,
antes, los cátaros.
Las evidencias hablan por sí solas. Más si tenemos en cuenta que se trata
de un retablo de principios del siglo XVII y que, con anterioridad a esa
época, ya existían diversas iconografías sobradamente conocidas de San
Juan Evangelista que presentan una imagen acusadamente viril de esta
figura, excluyendo que este personaje pueda corresponderse con la imagen
femenina representada en el Monasterio de les Santes Creus.
Me parece increíble que aparentemente aquel retablo no hubiese llamado la
atención de nadie con anterioridad. Pero como dijera “Hermes” (mi
enigmático informante): “Todo tiene su momento”. Y quizá ahora había
llegado el momento propicio. |
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