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Granada: La última
conquista
La reconquista de Hispania fue larga y agotadora. Durante setecientos
ochenta años, cristianos e islámicos litigaron por el control de una
Península Ibérica arrasada por esta pugna sin parangón en el mundo conocido.
Finalmente, las ofensivas bélicas de reyes como Alfonso VIII, Fernando III o
Jaime I acabaron por decantar la balanza del lado cristiano…
En el siglo XV la unión de Aragón y Castilla rubricaría el último episodio
en esta lucha llena de sangre y convivencia. En 1482 Granada se negaba a
pagar los opresivos tributos y estallaba la guerra.
Los ejércitos de los reyes católicos superaban la frontera granadina ese
mismo año, conquistando la simbólica Alhama, ciudad residencial de los reyes
nazaríes. La noticia sembró el desasosiego por los 30.000 km2 que todavía se
mantenían bajo el dominio mahometano.
La guerra de Granada sería larga y quedaría definida por tres fases bien
diferentes. En la primera se combatiría a la usanza medieval con movimientos
clásicos de caballería protagonistas de acciones puntuales que tan sólo
buscaban dañar todo lo posible en razzias primaverales o veraniegas.
A partir de 1483 cambiaría el enfoque cristiano cediendo el papel principal
a la infantería y, sobre todo, la artillería, armas que capitalizarían el
segundo periodo de este conflicto.
Fernando II de Aragón dio pasos certeros para la creación del primer
ejército moderno de Europa; ya no se guerreaba confiando en el
individualismo del combatiente, sino en el esfuerzo de grandes secciones de
la milicia.
En ese tiempo el ejército cristiano llegó a contar con 13.000 jinetes,
50.000 infantes y unas 2.000 piezas de artillería –básicamente lombardas y
culebrinas–, que fueron fundamentales en la toma de plazas hasta entonces
inexpugnables.
Con las tropas hispanas luchaban también cruzados provenientes de otros
lugares europeos, así como mercenarios que buscaban en aquel conflicto una
oportunidad para mejorar su situación económica.
En 1487 caía tras un cruel asedio la importante Málaga, último reducto de
relevancia en el camino hacia la cada vez más aislada Granada.
En 1490 se daba inicio la tercera y definitiva fase de la guerra, cuando las
tropas de Isabel y Fernando levantaban su real a pocos kilómetros de la
capital nazarí.
Lo que en principio fue un inmenso campamento de madera, poco a poco se fue
transformando en una ciudad de adobe dispuesta a no moverse hasta la
consumación de su propósito final.
La espiritualidad de aquel ejército cristiano quiso que el emplazamiento
llevara por nombre Santa Fe. Mientras tanto, la desesperación hacía presa en
el campo musulmán
Desde 1482 las tropas nazaríes no solo luchaban contra el infiel, sino
también entre ellas por el control dinástico de un reino abocado a la
fatalidad del momento.
Muley Hacén desconfiaba de su hijo y heredero Abu Abd Allah Muhammad,
conocido por la crónica como Boabdil “el Chico”. Los recelos entre padre e
hijo desembocaron en un grave conflicto bélico.
El gran beneficiado de esta riña familiar fue Muhammad Ubn Said, llamado por
los cristianos “el Zagal”, hermano de Muley Hacén y tío por tanto de
Boabdil.
“El Zagal” estaba mejor dotado para la guerra que su sobrino, esto lo sabía
Muley Hacén, quien le entregó el mando para retirarse a un confortable
segundo plano.
Las tropas de Said respondieron con energía a las internadas cristianas; las
de Boabdil no quisieron ser menos lanzándose a una inútil ofensiva contra
Lucena que acabó en desastre y con la captura del propio Boabdil.
Éste, una vez prisionero de Fernando II aceptó negociar su libertad a cambio
de las habituales promesas vasalláticas. El rey católico, conocedor de las
buenas dotes militares del “Zagal”, no puso trabas a la liberación de
Boabdil, consciente que la debilidad de éste le permitiría, tarde o
temprano, concretar su ambicioso plan sobre la anexión total de Granada.
En efecto, en 1485 Boabdil, quien reinó con el nombre de Muhammad XI,
regresó a la capital nazarí para enfrentarse a su tío, que lo hacía con el
nombre de Muhammad XII.
Una vez más, las fuerzas musulmanas se dividieron para mayor alegría del
bando cristiano. Tras esto no fue difícil atacar las posesiones del “Zagal”,
arrebatándole su cuartel general establecido en Baza.
La derrota de éste dejaba solo a Boabdil atrincherado en Granada. No
obstante, lejos de entregar la plaza a los reyes católicos optó por romper
los acuerdos con éstos y resistir a ultranza en una decisión dominada por el
fanatismo religioso.
El cerco de Granada
El asedio al último reducto musulmán de Occidente fue penoso para la
población. La escasez de alimentos se hizo notar entre unos habitantes,
numerosos e incrementados por la llegada incesante de miles de refugiados.
Granada no sólo aguantaba un asedio terrestre, sino también, un eficaz
bloqueo naval que impedía el arribo de cualquier ayuda africana.
Con todo, Boabdil disponía en 1491 de unos 60.000 efectivos armados, bien es
cierto que muy faltos de pertrechos y de motivación suficientes para una
resistencia organizada.
Aún así, los integristas musulmanes impedían cualquier tipo de negociación
con los cristianos; todo hacía ver que el último episodio de la Reconquista
hispana se iba a convertir en una masacre horrible si nadie ponía remedio.
En el otoño de ese año se cruzaron múltiples embajadas de uno y otro bando
con la esperanza de encontrar solución favorable para ambos mundos.
Afortunadamente, los asesores hicieron muy bien su trabajo, y a finales de
año todo estaba listo para la rendición de la ciudad.
La rendición de Boabdil
El rey Fernando, con el apoyo de la reina Isabel, ofreció condiciones
generosas a Boabdil. En ellas se reflejaba el respeto a la población
musulmana en cuanto a su forma de gobierno, práctica religiosa y derecho a
la propiedad privada.
Esta oferta gustó a las principales familias granadinas, quienes animaron al
atribulado Boabdil a una capitulación sin más contemplaciones.
El último rey nazarí era consciente que esta decisión no gustaría a los
miles de fanáticos que pedían a gritos morir en Granada defendiendo el
Islam.
Sin embargo eligió evitar la hecatombe salvando de ese modo muchas vidas.
También en la decisión tuvo cierto peso la promesa que le habían efectuado
los Reyes Católicos sobre respetar su vida y la de sus seguidores
ofreciéndole un rico territorio en las Alpujarras.
El 2 de enero de 1492 Boabdil “el Chico” salió de Granada con una pequeña
escolta dirigiéndose al campamento de Santa Fe; allí le esperaban los
Católicos rodeados por nobles, sacerdotes y soldados.
Boabdil ofreció las llaves de su querida ciudad con un gesto de sumisión que
el rey Fernando respetuosamente no aceptó, demostrando generosidad con el
vencido al que trataba como igual. El rey cogió las llaves y se las entregó
a la reina Isabel.
De ese modo el reino de Granada pasaba a formar parte de la corona de
Castilla. De inmediato se enviaron tropas para tomar posiciones en el
conjunto palaciego de la Alhambra.
Las unidades castellanas entraron en la ciudad y disciplinadamente se fueron
instalando en aquel recinto lleno de esplendor. En una emocionada ceremonia
fueron izados los estandartes y el pendón de Castilla en la torre más alta
de la Alhambra.
Desde esa impresionante Torre de la Vela se dominaba toda Granada; la visión
de los emblemas castellanos y la cruz cristiana dejó boquiabiertos a los
miles de granadinos que permanecían ignorantes a las capitulaciones
aceptadas por su rey.
Muchos lloraron amargamente, entre ellos el propio monarca que, alejándose
de su ciudad acertó a suspirar con una última mirada. Su orgullosa madre
Aixa le recriminó diciéndole: “llora como mujer lo que no has sabido
defender como hombre”.
Ese fue el capítulo final de la gloriosa Al Andalus y las primeras líneas de
España, nación que entraba con fuerza en la Edad Moderna convirtiéndose,
gracias al descubrimiento de América ése mismo año, en el imperio más
poderoso del mundo. |
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