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La flor de loto de
diez pétalos
El desenvolvimiento
de la flor de loto de diez pétalos requiere un cultivo anímico
particularmente delicado. Aquí se trata de aprender a dominar
conscientemente las impresiones sensorias mismas. Esto es sumamente
necesario en los pasos iniciales hacia la clarividencia, pues sólo de ese
modo se es capaz de evitar muchas ilusiones y arbitrariedades espirituales.
Comúnmente, el ser humano no se da cuenta de cuántas cosas influyen sobre
sus ocurrencias y sus recuerdos, y cómo éstos se producen. Tomemos, por
ejemplo, el caso siguiente. Alguien viaja en tren absorto en un pensamiento.
Súbitamente, este pensamiento toma otro giro; la persona se acuerda de algo
vivido años atrás y lo entrelaza con su pensamiento de ahora, pero no se da
cuenta de que su mirada estuvo dirigida hacia una persona que se parecía a
otra que había estado involucrada en la experiencia recordada. No tiene
conciencia de lo que ha visto, pero sí del efecto; y se imagina que el
recuerdo ha sido "espontáneo". ¡Cuántas cosas acontecen así en la vida!
¡Cómo se entreteje en nuestra vida lo que hemos experimentado o lo que hemos
leído, sin que nuestra conciencia se dé cuenta de la asociación!
Otro ejemplo: alguien siente antipatía hacia un determinado color sin ser
consciente de que esto le sucede porque el maestro que le atormentaba hace
muchos años vestía un traje de ese color. Innumerables son las ilusiones que
se basan en semejantes circunstancias. Muchas cosas se impregnan en el alma
sin grabarse también en la conciencia.
Puede darse el siguiente caso: alguien lee en un periódico la noticia de la
muerte de un personaje conocido. Afirma ahora con plena convicción haber
tenido "ayer" un presentimiento de esta muerte, aunque nada había visto ni
oído que hubiera podido sugerirle esta idea. Y, efectivamente, es cierto que
"ayer" le vino, como "espontáneamente", el pensamiento de que iba a morir
esa persona. Sólo que se le escapó un detalle: unas horas antes de que le
viniera ese pensamiento, se encontraba de visita en casa de un amigo, donde
había un diario en la mesa, y aunque no lo leyó, sus ojos fueron a dar sobre
la noticia de la grave enfermedad de la persona en cuestión. Esta impresión
no llegó a su conciencia; pero tuvo como efecto el "presentimiento".
Cuando se reflexiona sobre semejantes hechos, es fácil imaginarse cuántas
ilusiones y fantasías se derivan de ellos. Y el que quiera desenvolver la
flor de loto de diez pétalos, deberá cerrar la fuente de esas ilusiones y
fantasías, ya que esta flor de loto permite percibir cualidades recónditas
del alma. Pero esas percepciones sólo corresponden a la verdad si el
discípulo se ha liberado totalmente de tales ilusiones.
Con este fin, es preciso lograr el dominio de todas las impresiones que
provienen del mundo circundante, a tal punto que se cierre el paso a toda
impresión que no se quiera recibir. El desarrollar semejante facultad sólo
es posible mediante una vida interior fortalecida. El discípulo debe
adquirir suficiente fuerza de voluntad para que sólo le causen impresión las
cosas a que diríjala atención y para sustraerse a las impresiones que
intencionalmente no busque. No verá más que lo que quiera ver; y para él
efectivamente no existirá aquello hacia lo cual no dirija la atención.
Cuanto más vivido e intenso se vuelva el trabajo interior del alma, tanto
mejor se alcanzará este fin. El discípulo debe evitar el pasear la mirada y
curiosear con el oído distraídamente; sólo existirán para él las cosas hacia
las cuales dirija sus sentidos. Deberá ejercitarse en esfuerzos de no oír
nada, aún en medio del mayor barullo, si no quiere oír. Deberá procurar que
sus ojos sean insensibles a las cosas que no mire intencionalmente.
Algo como una coraza deberá proteger su alma contra toda impresión
inconsciente. En este sentido, debe poner particular cuidado en su manera de
pensar. Escogerá un pensamiento determinado y procurará no vincular con él
otros pensamientos que los que él quiera asociar conscientemente y con plena
libertad; rehusará las ocurrencias incontroladas y, antes de enlazar un
pensamiento con otro, reflexionará cuidadosamente dónde se le había
presentado este último.
Todavía irá más lejos. Cuando, por ejemplo, sienta cierta antipatía con
respecto a no importa qué cosa, se empeñará en combatirla y tratará de
establecer una relación consciente con ella. De esta manera, los elementos
inconscientes que invaden su alma van disminuyendo progresivamente. Sólo
mediante esta rigurosa autodisciplina, la flor de loto de diez pétalos irá
adquiriendo la forma que debe tener.
La vida anímica del discípulo debe ser una vida de atención, y hay que saber
alejar de sí mismo todo aquello a lo cual no se quiere o no se debe prestar
atención. Cuando a semejante autodisciplina se le añade la meditación
conforme a las instrucciones de la Ciencia Espiritual, se ve madurar de
manera normal la flor de loto en la región del epigastrio, y lo que antes se
percibía solamente como forma y calor mediante los órganos espirituales
citados, aparece ahora espiritualmente dotado de luz y color.
Gracias a ello se revelan, por ejemplo, dotes y facultades de otras almas,
así como fuerzas y cualidades ocultas de la Naturaleza; se hacen visibles
los colores del aura de los seres vivientes; el mundo circundante nos revela
sus cualidades de índole anímica. Se comprende que es precisamente en esta
esfera del desarrollo donde se requiere el mayor cuidado, puesto que entra
en juego una inmensa multitud de recuerdos inconscientes.
De no ser así, muchos poseerían el sentido en cuestión, puesto que éste
aparece casi inmediatamente después que el hombre domina en verdad sus
impresiones sensorias hasta el punto de someterlas por completo a su
atención o desvío de la atención. Este sentido anímico sólo permanece
inactivo mientras el predominio de los sentidos exteriores lo ensordece y
embota.
El desenvolvimiento de la flor de loto de seis pétalos, situada en el centro
del cuerpo, ofrece más dificultades que el de la anterior, porque requiere
el absoluto dominio de todo el ser humano por medio de la autoconciencia, de
modo que cuerpo, alma y espíritu, se encuentren en absoluta armonía.
Las funciones del cuerpo, las inclinaciones y pasiones del alma, los
pensamientos y las ideas del espíritu deben armonizarse perfectamente. El
cuerpo debe ser tan ennoblecido y purificado que sus órganos no impulsen a
nada que no se realice al servicio del alma y del espíritu. El alma no debe
ser impulsada por el cuerpo hacia deseos y pasiones contrarias al pensar
puro y noble. El espíritu, por su parte, no debe tener necesidad de imponer
al alma deberes y leyes como un amo a su esclavo, sino que ella ha de
obedecer a los deberes y preceptos por su propia y libre inclinación.
El discípulo ha de considerar el deber, no como imposición a la que se
supedite a pesar suyo, sino como algo que practica porque lo ama; debe
desarrollar en sí mismo un alma libre que mantenga el equilibrio entre lo
sensual y lo espiritual, a tal punto que pueda obedecer a su sensualidad,
porque ésta estará tan purificada que ya ha perdido la fuerza de rebajarle
al nivel de ella. Así, no tendrá necesidad de refrenar sus pasiones, pues
éstas, por sí mismas, se orientan hacia lo correcto.
Mientras el hombre tenga necesidad de mortificarse, no podrá ser discípulo
de lo oculto de cierto grado evolutivo, pues toda virtud que el hombre se
arranca forzadamente, carece de valor para el discipulado. Mientras subsista
una apetencia se verá perturbado el desarrollo oculto, aun cuando el
discípulo se esfuerce en no satisfacerla, y es indiferente que el deseo
ataña más al cuerpo o al alma. Si, por ejemplo, alguien se priva
voluntariamente de determinado estimulante con el fin de purificarse por la
privación del goce, esto sólo le será útil si su salud no se afecta por esta
abstinencia. En caso que sí, es obvio que el cuerpo apetece ese estimulante,
y entonces la privación será inútil. En tal caso puede ser necesario que el
hombre tenga que renunciar momentáneamente al fin anhelado y esperar a que
se presenten condiciones exteriores más favorables, quizá hasta una vida
futura.
En cierta situación es mucho más provechoso renunciar prudentemente, que
ansiar un objetivo que, en las condiciones dadas, está fuera del alcance; y
tal renuncia juiciosa es más favorable para la evolución que la actitud
opuesta. |
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