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ELEGIR LOS AMIGOS
A los padres les preocupa, como es natural, la clase de amigos que eligen
sus hijos. Es este asunto uno de los habituales puntos de fricción que a
menudo empañan las relaciones paterno-filiales. La cuestión en concreto es
que las amistades del hijo/hija acostumbran a desagradar extraordinariamente
a los padres y casi nunca las ven adecuadas. Claro que, si preguntamos por
los porqués, muchas veces no encontraremos más que vagas e insulsas
respuestas...
Ya se sabe que los amigos tienen mucho peso en la etapa adolescente y pueden
contrapesar el influjo paterno. La razón está en que los hijos, aunque nos
pese, pertenecen a dos sociedades: la sociedad de los adultos y la de sus
iguales. Y esta dicotomía social se acentúa a medida que llegan a la
adolescencia. El mundo íntimo de los padres permanece secreto para los
hijos, como el de los hijos para sus mayores desde antes de la adolescencia,
desde que los chicos comienzan a depositar su confianza en los amigos.
Durante la adolescencia, los padres se preocupan cada vez con mayor razón
acerca de las malas o buenas influencias que se ejerzan sobre las vidas de
sus hijos. Y, obviamente, las amistades están en el punto de mira de los
progenitores que mantienen el ejercicio parental en activo. Todos conocemos
casos, tanto desgraciados como afortunados, que dan fe del importante
influjo de las amistades en la vida de los jóvenes. Y cuando surgen
problemas, que pueden ir desde el susto de una fuga del hogar hasta la caída
en la drogadicción, no vale aquello de lamentarse luego con la simplona
excusa de que «no sabíamos qué amigos tenía». Es sabido que muchos padres de
hijos delincuentes no se preocupan de con quién se tratan sus hijos, en la
medida en que a ellos no les causen molestias.
Vale la pena, sin duda, hacer el esfuerzo de conocer a los amigos de
nuestros hijos, y ser plenamente conscientes del tipo de grupos o pandillas
en que se mueven. Una buena y práctica medida es darles facilidades a los
hijos y a sus amigos para que se reúnan en la propia casa, disponiendo para
ellos de habitaciones o del espacio adecuado -y aunque no lo haya
físicamente, habrá que inventarlo a fuerza de imaginación y buena voluntad-
para que puedan charlar con suficiente intimidad, escuchar música o tomar
sus refrescos preferidos. El hijo adolescente que está a gusto con su
familia trae sus amigos a casa. Y así, de paso, como el que no quiere la
cosa, se les conoce.
Aunque haya que supervisar las amistades de los vastagos, es muy importante
el estilo que se adopte para hacerlo. Obviamente, no hay que mantener al
hijo bajo una vigilancia permanente (¡para esto está el voto de confianza!),
pero tampoco hay que descuidarla. Es preciso ejercer una atención que
parezca indiferente, pero que nos procure suficiente información sobre la
clase de amigos con que se relaciona nuestro hijo. Así, si uno está
interesado en el buen hacer de sus hijos, el punto de equilibrio no debe
apartarse demasiado de la familia, ni aproximarse excesivamente al grupo de
sus iguales. |
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