El aborto conlleva
siempre unas repercusiones psicológicas de cierta gravedad para la mujer. En
primer lugar se produce un sentimiento de frustración como consecuencia de la
pérdida del hijo esperado en que se habían depositado, tal vez, una serie de
expectativas previas. Al igual que en otras situaciones de pérdida del ser
querido, se favorece la aparición de una depresión. En estos casos se añade,
además, un cierto temor a no poder tener más hijos, lo que no siempre está
justificado. La presunción de esterilidad puede tener repercusiones en el
terreno afectivo sí se piensa que se trata de un motivo de
minusvalía o rechazo a los ojos del marido, etc.
Las consecuencias del
aborto espontáneo se pueden enmarcar dentro de los cuadros de tipo depresivo y
de los trastornos afectivos. Pueden plantearse las consecuencias comunes a los
traumas psicológicos, con una especial proyección en el terreno de la pareja y
la maternidad. Si se descubre a partir de este momento una incapacidad para
tener hijos, es necesaria una cierta capacidad de adaptación de ambos miembros
de la pareja, lo que no siempre es fácil. A veces se instaura en la madre
frustrada un deseo de tener otro hijo rápidamente, como si se tratase de una
necesidad de suplir al anterior; mientras que en otros casos se genera un temor
importante a tener un nuevo aborto, y a padecer las mismas repercusiones
psicológicas, o bien a exponerse al riesgo para la vida de la madre que implican
determinados casos, cada día más excepcionales debido al progreso de la
ginecología.
En los casos en los que
el aborto ha sido provocado deliberadamente por la madre se añade al cuadro
anterior un sentimiento de culpa que hace acto de presencia poco después de
forma más o menos consciente, que se agrava por las circunstancias en las que se
realizó la práctica abortiva y por el posible abandono posterior de la pareja.