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Consciencia corporal
y consciencia en general
Los niños deben descubrir que la consciencia no sólo reside en una parte del
cuerpo. Generalmente, cuando se pregunta a los occidentales dónde está su
consciencia, contestan que en la cabeza o detrás de los ojos. Eso no es más
que una simple costumbre. En Oriente, la gente casi siempre señala la boca
del estómago, el plexo solar, es decir, el lugar donde se sienten más
intensamente las emociones y ahí donde tenemos la mayor atención de nervios
corporales, después del cerebro.
Lo cierto es que la consciencia no está exclusivamente en ninguna región
anatómica. Ni que decir tiene que el cerebro está relacionado con la
consciencia, pero eso no quiere decir que la consciencia se halle en su
interior. Si nos cortamos un dedo, la consciencia de dolor se nota en el
dedo, no dentro del cerebro. La razón por la que imaginamos que nuestra vida
se desarrolla en la cabeza o detrás de los ojos se basa en que, en
condiciones normales, las sensaciones visuales son las primeras en despertar
nuestra consciencia.
Lee este párrafo y luego intenta realizar este breve experimento. Cierra los
ojos y pregúntate dónde está tu consciencia en estos momentos. Nueve de cada
diez personas responderán que está localizada en las sensaciones que sienten
a causa de tener los párpados cerrados. Pues bien, este test demuestra dos
cosas: primera, que no "vive" detrás de tus ojos -lo has demostrado
desplazando la consciencia hasta un punto situado delante de los ojos, es
decir, los párpados-; y segunda, también has demostrado lo arraigados que
vivimos muchos de nosotros a las sensaciones relacionadas con la región
ocular. Incluso cuando los ojos están cerrados, nuestra consciencia sigue
girando en torno a las sensaciones más próximas a ellos, como por ejemplo,
las que percibimos en los párpados.
Pregunta a los niños dónde tienen la sensación de "estar viviendo" en el
interior de su cuerpo. Si responden que en la cabeza o detrás de los ojos,
propónles que realicen el test que acabamos de explicar, y cuando su
consciencia se haya desplazado hasta los párpados, pídeles que continúen el
periplo, como por ejemplo hasta la punta de la nariz y, luego, bajando hasta
los labios, la garganta cuando tragan saliva, el tórax cuando toman y
expulsan el aire, el dorso de los muslos apoyados en la silla en la que
están sentados y las plantas de los pies apoyados en el suelo. Si les cuesta
hacer este ejercicio, pídeles que pongan los dedos en cada una de las
diferentes regiones corporales a medida que las van mencionando.
Kinhin.
En el budismo zen, existe una meditación ambulatoria llamada kin-hin. En el
kinhin, el meditador practica lo se podría definir como inmovilidad en
movimiento. Cada pie se levanta lentamente y con una infinita precisión, y
se adelanta exactamente la misma distancia (generalmente, unos diez
centímetros), mientras el peso corporal fluye uniformemente hacia delante.
No existe nada forzado, brusco o desequilibrado en este movimiento. El
meditador se concentra en todos y cada uno de los pequeños cambios que
experimenta la posición de su cuerpo. Para él, el cuerpo no es un conjunto
de partes separadas y faltas de coordinación, sino una unidad completa, y la
mente se halla en armonía con el cuerpo, en lugar de distraerse con sus
propios pensamientos. Cuando la atención titubea y el meditador pierde la
conexión mente-cuerpo, el resultado es inevitable: un traspié y una pérdida
del equilibrio físico.
Cris.
Cris, una joven adolescente que había tenido grandes dificultades para
mantenerse inmóvil durante la meditación en posición de sentados, probó el
kinhin. Fue increíble lo equilibrado que estaba su cuerpo al desplazarse
lentamente hacia delante. No había el menor signo de vacilación ni de
temblor, una señal inequívoca de la profundidad de su estado de atención.
Una vez finalizada la sesión, se quedó para hablarnos de su experiencia,
explicando que la meditación había "incluido toda mi persona, como si mi
mente se moviera físicamente con mi cuerpo". Era afortunada de disponer de
un sendero largo y recto en el jardín de su casa, que era ideal para
practicar el kinhin, y se acostumbró a usarlo para meditar, reservando el
descansillo de la planta superior para los días de lluvia. Además de
ayudarle a estabilizar la mente, el kinhin le permitió ser más consciente de
su cuerpo a lo largo de la jornada diaria, mejorando la postura y ayudándole
a sentirse más segura de sí misma en su aspecto físico.
Cuando los niños practican kinhin, al hacerlo, aplican la consciencia a los
movimientos de la vida cotidiana, lo que les ayuda no sólo a mantener un
estado de relajación, sino también a apaciguar la mente, a ser conscientes y
a obrar apropiadamente.
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