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El mecanismo de la
mente inferior abandonada a sí misma IV
4. LOS SISTEMAS DE DEFENSA
El ejemplo de Robert
que hemos visto en el espacio anterior es relativamente sencillo. En
realidad, las cosas son más complejas. Durante una experiencia no integrada
con formación de una memoria activa, no sólo se registran las condiciones de
la experiencia propiamente dicha, sino que el mecanismo de la mente inferior
generaliza y saca conclusiones para no volver a correr ningún riesgo. Se
inscriben entonces en él unas decisiones, generales y muy elementales, que
lo protegerán en el futuro ante situaciones que él interpretará como
análogas.
Así es como se crean en el ordenador algunos automatismos de respuesta,
miedos, «necesidades», deseos, atracciones, repulsiones, etc., que no son
más que sistemas de defensa construidos en situaciones pasadas para evitar
la repetición del sufrimiento. Son sistemas primarios, por supuesto, muy
elementales, inadecuados y limitadores, pero la mente inferior, desconectada
de la sabiduría del Ser, es lo mejor que puede hacer. El ordenador se
construye así una especie de falso conocimiento, de falsa sabiduría, que
constituye en la práctica su sistema de defensa y su modo de aprehender la
vida.
Volvamos al ejemplo también anterior de Mariette. Cuando fue agredida, su
mente inferior registró una memoria activa. A partir de ese momento, y
durante el resto de su vida adulta, si no hace nada para desactivar esa
memoria, su actitud frente a la sexualidad se verá fuertemente afectada.
Inconscientemente, y de forma automática, asociará la experiencia sexual al
trauma pasado. Cualquier persona del sexo masculino que trate de intimar
demasiado con ella será relacionada inconscientemente con su primo. Para
evitar el sufrimiento pasado, el ordenador construye diversos sistemas de
defensa. Si, por ejemplo, sobreviene un problema de peso, no es por
casualidad. El inconsciente sabe lo que hace: «Si estoy gorda, seré menos
atractiva, y correré menos riesgo de ser agredida». Se ha puesto en marcha
un sistema de defensa, un mecanismo cuyo objetivo es tratar de limitar la
actividad sexual por todos los medios porque, en su memoria, sexualidad
equivale a sufrimiento. Y, para asegurar esa seudoprotección, utilizará
todos los medios a su alcance tanto físicos como emocionales, como frigidez,
incapacidad de mantener una relación estable con un hombre, cambios de
humor, miedo, etc., y tendrá unos comportamientos y tomará unas decisiones
que le impedirán vivir la sexualidad con naturalidad y libertad.
Podríamos poner otro ejemplo, el de Benoît, hundido tras haber leído su
poema en clase:
Al llegar a la edad adulta, Benoît encontró un empleo interesante. Al cabo
de varios años, gracias a su competencia y a la calidad de su trabajo, fue
ascendido a un puesto de gran responsabilidad, Que, para colmo de males,
suponía que tenía que hablar con bastante frecuencia a diversos grupos de
clientes. En cada uno de esos encuentros, Benoît vivía un auténtico
suplicio. Incluso pensó en dimitir, aunque aquel puesto le convenía mucho.
Su sistema de defensa le prohibía arriesgarse a hablar en público, aunque
razonablemente tuviera competencia para hacerlo. Un trabajo específico sobre
la consciencia para desactivar esa memoria le permitió encontrar de nuevo su
natural potencial de expresión.
A los sencillos relatos precedentes, podría añadir otros miles de los que
hemos sido testigos en la práctica de nuestra profesión. Provienen de
personas normales, que actúan en la vida corriente como todo el mundo. Es
cierto que, a veces, esos choques emocionales pueden llevar a
comportamientos irracionales y aberrantes, hasta el punto de paralizar a la
persona. Pero, en general, los comportamientos inadecuados de los que
hablamos no nos impiden llevar una vida normal. Sin embargo, nos hacen tener
un sinfín de dificultades: relaciones difíciles, baja energía, creatividad
limitada, fracasos, decisiones desastrosas, miedos de todo tipo, estrés,
ansiedad, cólera, depresiones, hiperactividad, problemas de salud, etc.,
dificultades que arruinan la calidad de nuestra vida.
Alguna que otra vez, todos nos hemos dicho: «No sé por qué he actuado así,
ha sido más fuerte que yo», o «No he podido hacer otra cosa». Esas palabras
son el reconocimiento implícito de que ha sido el inconsciente el que ha
tomado el mando. Pero la mayor parte del tiempo ni siquiera nos damos cuenta
de que actuamos de manera inadecuada. Creemos que percibimos las cosas tal
como son, y nos fiamos plenamente de nuestra percepción, de lo que hemos
sentido. Pero ¿de dónde procede nuestra percepción, o lo que hemos sentido?
No se nos ocurre ponerlo en entredicho, y, sin embargo, es lo que hace que
perdamos el control de nuestra vida.
Encontramos aquí el concepto de defensa tal como lo define el Diccionario
del psicoanálisis. Desde el punto de vista, del psicoanálisis, una defensa,
se define como:
1) una operación de preservación y de protección contra la irrupción interna
o externa de fuerzas, situaciones o representaciones que amenazarían la
integridad de la personalidad (física y psíquica); procede mediante el
refuerzo de mecanismos adquiridos y de disolución de los elementos extraños
amenazadores;
2) un mecanismo que responde a una economía de conservación: si la amenaza
reside sobre todo en las agresiones que vienen del exterior (impulsos,
representaciones, etc.) el mecanismo de defensa del yo trata
fundamentalmente de encontrar los medios que reduzcan las tensiones;
3) una actividad en la cual participan el yo y el superyó, y que, como tal,
puede ser al mismo tiempo consciente e inconsciente: se dice que cada uno de
ellos posee medios de defensa que le son propios y que funcionan en general
como reacciones personales parcialmente conscientes (por ejemplo, el que
suele dormirse regularmente en determinadas circunstancias; o el que
encuentra una derivación defensiva a su angustia en el trabajo o en el
juego, etc.)...
Hemos escogido aquí unos ejemplos que databan de la infancia porque es en
esa época cuando se recrean casi todos los registros que condicionan
posteriormente la vida adulta. Veremos más adelante por qué decimos aquí «se
recrean» y no «se crean». En realidad, la infancia no es más que una
actualización de memorias que provienen de mucho más lejos. Precisaremos
este punto en el próximo espacio. Para ilustrar el funcionamiento de la
mente inferior, por ahora nos basta considerar lo que ocurre en la infancia.
Después ampliaremos fácilmente la perspectiva.
En efecto, durante la primera infancia es cuando el ser humano comienza a
experimentar la vida física y de relación, suponiendo que su mente inferior
no esté marcada por ninguna memoria en el momento del nacimiento. Como ya
sabemos, es la época en la que se graban mayor número de memorias activas.
Cada vez que el niño se siente frustrado, o poco amado, o reprimido, o no
respetado, o rechazado, o no reconocido, o que se ve obligado a ser el
mejor, o simplemente a hacer cosas que no tiene ningunas ganas de hacer,
tanto si la situación es real como si él la percibe como
tal, almacena en su inconsciente una memoria activa. Al cabo de cierto
tiempo, todo lo que se presenta de nuevo en la vida se parece de cerca o de
lejos a algo que ya se ha vivido. Después de los 4 o 5 años,
aproximadamente, el niño, el adulto después, si no aprende a controlar y a
desactivar ese mecanismo, no hará más que representar de nuevo
inconscientemente una y otra vez escenarios del pasado, activando
constantemente sus sistemas de defensa a fin de protegerse. En la segunda
parte de este espacio web tendremos ocasión de estudiar más a fondo los
sistemas de defensa fundamentales que condicionan la consciencia de la mayor
parte de los seres humanos actuales.
El hombre robot
Lo peor de todo esto es que no nos damos cuenta de que la mente inferior
coloca un tupido velo entre nosotros y la realidad; en consecuencia
reaccionamos de forma automática ante una realidad falsa.
La mente interior hace que perdamos creatividad y libertad. Cuando es ella
la que dirige nuestra vida, no somos más que robots programados de antemano.
Creemos sinceramente que reaccionamos ante la situación presente, porque la
mente inferior paraliza la consciencia. Incluso el más brillante intelecto
puede verse atrapado por ese mecanismo; aunque, eso sí, tendrá argumentos
más brillantes para justificar «lógicamente» sus acciones, que no por eso
estarán menos determinadas por el mecanismo inconsciente.
No sólo esos mecanismos nos hacen estar ciegos, ser ineficaces y vivir
prisioneros de automatismos, sino que, además, nos hacen manipulables por
cualquier fuerza exterior. Porque un robot no tiene poder, ni libertad;
basta estudiar el manual de instrucciones para estar en condiciones de
manipularlo con facilidad. Si alguien tiene la habilidad, consciente o
intuitiva, de darse cuenta de algunas de nuestras programaciones
automáticas, puede accionarlas sin dificultad. Es como si nos paseáramos por
el mundo provistos de un teclado en el que están inscritos todos nuestros
automatismos. Cualquiera puede teclear en él y hacernos reaccionar como
quiera (consciente o inconscientemente), tanto más cuanto que nuestras
programaciones no son nada originales.
Hemos visto en espacios anteriores hasta qué punto son frecuentes los
comportamientos procedentes de la personalidad. En los capítulos siguientes
veremos cuáles son las estructuras fundamentales del carácter; están
ancladas en la consciencia colectiva actual, y nos permitirán ver que el ego
no es muy original.
De hecho, los grandes sistemas de manipulación de nuestro tiempo utilizan
mucho ese aspecto robótico del ser humano y juegan con las masas haciéndolas
hacer casi cualquier cosa. Si queremos que esto cese, es muy urgente
despertar...
En resumen, cuando estamos atrapados en el mecanismo de la mente inferior
1) identificamos la situación presente con otra (generalmente traumática)
procedente del pasado;
2) percibimos la situación presente de forma errónea;
3) la personalidad reacciona en función de esa falsa percepción poniendo en
marcha unos sistemas de defensa que provienen de las memorias activas.
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