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Historia del descenso
de la consciencia a la materia II
3. El proceso de evolución
Hace unos dieciocho millones de años el proceso de involución debía llegar a
su fin y tenía que iniciarse el de evolución, el de retorno a la esencia
divina. Considerando el tiempo que requirió la involución, éste es un
acontecimiento relativamente reciente en la historia de la humanidad, por
más que a nosotros, con nuestra escala de medir el tiempo, nos parezca muy
lejano.
La finalidad del proceso de evolución es conseguir que esas unidades, cuya
consciencia descendió hasta los niveles de la materia de los tres mundos, la
exploren de manera cada vez más consciente y, una vez hayan adquirido un
dominio absoluto de los mundos físico, emocional y mental, encuentren en
ellos la perfecta libertad y pongan de manifiesto la consciencia divina.
Ese objetivo está aún muy lejos de ser alcanzado. En realidad, la dinámica
de la evolución acaba apenas de empezar. Todavía estamos sometidos a la
intensa fuerza de atracción de la materia, y separados unos de otros. Para
encontrar de nuevo la unidad con la consciencia divina y nuestra auténtica
libertad debemos
a) desprendernos de la fuerza de atracción de la materia
que sirvió para construir el ego, cuyo instrumento es la mente inferior.
Ésta, desconectada del Ser, está constituida por un conjunto de mecanismos
primarios que favorecen el movimiento de involución y la atracción hacia la
materia, y es el origen de los comportamientos humanos descritos en espacios
anteriores. El funcionamiento de la mente inferior, que describiremos en el
próximo espacio y cuyos efectos hemos visto en el espacio anterior, se
comprende mucho mejor desde esta perspectiva. Comprender su funcionamiento
ayudará a disipar la culpabilidad que han creado en los seres humanos
determinadas enseñanzas religiosas o morales y, por lo mismo, permitirá
hacer un trabajo de transformación consciente más rápido y eficaz;
b) encontrar de nuevo la esencia divina que tuvo que ser «olvidada» durante
la construcción del instrumento de manifestación;
c) desarrollar la autoconsciencia para que el proceso de evolución pueda
realizarse mediante una libre elección.
La individualización, el libre albedrío
En ese momento interviene, en efecto, un factor fundamental, una regla de
juego. Porque el proceso de evolución, es decir, el retorno a lo divino,
deberá realizarse por la libre voluntad de esas unidades. Podríamos decir
que Dios, en un acto de amor puro, dio entera libertad a las partes de Sí
mismo para que encontraran de nuevo su propia divinidad y volvieran a Él. Al
mismo tiempo que esa consciencia multiplicada explora la materia, las
unidades que la constituyen pueden, pues, por su libre elección, y sólo por
su libre elección, decidir volver a la esencia divina y realizar así la
unión prevista del espíritu con la materia.
Por eso es por lo que hace unos dieciocho millones de años, cuando el
proceso de involución estaba acabando y se iniciaba el de evolución, el ser
humano pasó por un proceso de individualización que en esencia implicó a la
mente inferior e hizo del ser humano una entidad separada de las demás;
continuaba siendo portadora de la consciencia divina y, al mismo tiempo,
estaba en condiciones de desarrollar plenamente su libre albedrío. Los seres
humanos, ya entonces sin la tutela divina colectiva, tuvieron que empezar a
aprender a vivir de forma autónoma.
El ser humano necesitaba esa aparente separación, para decidir con entera
libertad ir al encuentro de lo divino que había en sí mismo y ponerlo de
manifiesto en la materia. Cuando se profundiza en este aspecto de la
historia de la consciencia de la humanidad, se explica todo el simbolismo
del «paraíso» y de la «caída» de Adán y Eva. El paraíso simboliza el tiempo
en que las unidades de consciencia estaban dirigidas totalmente por
entidades superiores, todo era orden y armonía. La llamada caída representa
simbólicamente la adquisición de la mente inferior. El llamado «pecado»
simboliza la separación, y, de una forma general, representa el momento en
que el ser humano comienza a ser dirigido por su propia personalidad a
través de la mente inferior, con todos sus mecanismos limitadores. Lo cual
sin duda era necesario para permitirle funcionar con independencia de la
tutela divina y llegar a ser libre y responsable de sus actos y de todas las
decisiones que pudiera tomar frente a su propia evolución. Su tarea
consistió entonces en aprender a vivir de forma autónoma dejándose guiar
desde el interior por su alma (tenía que encontrar de nuevo su esencia
divina) sin estar dirigido desde el exterior por los dioses (expulsión del
paraíso). Con ese libre albedrío hará muchas tonterías, por supuesto, y
creará mucho sufrimiento, pero así es como realiza su aprendizaje. Nunca ha
habido pecado; hay, eso sí, una dinámica del plan de evolución que implica
de momento sufrimiento, hasta que la mente superior esté desarrollada lo
suficiente para someter la personalidad a la voluntad del alma.
La ciencia esotérica describe el proceso de individualización de forma muy
concreta. Digamos sólo que el libre albedrío le fue dado a la raza humana
por medio de la mente cuando estuvo suficientemente establecida la conexión
entre los tres cuerpos del Ser y los tres de la personalidad. Estamos ahora
en ese punto. Durante todo el proceso de involución, el ser humano recogió
todo el material necesario para construir su instrumento, el ego. En el
momento de la individualización recibió la libertad de utilizarlo a su
manera, para continuar experimentando el mundo físico y, a partir de esa
experiencia, acabar de construirlo y dominarlo para que el Ser pudiera
manifestarse a través de él. Del mismo modo que durante el proceso de
involución el ser humano tuvo que enfocar su consciencia hacia la
construcción del ego, así durante la segunda fase del proceso, que ya ha
empezado a tener lugar, está siendo empujado por la fuerza de evolución para
enfocar su consciencia hacia su Ser, portador de la vibración divina. Ese
nuevo impulso lo lleva a querer desprender su consciencia del ego, para
hacer de él sólo un instrumento que ejecute la voluntad divina, manifestada
a través del Ser.
Así pues, hace unos dieciocho millones de años se halló provisto de un
instrumento semejante al que tiene hoy en día, pero menos desarrollado,
tanto en lo físico como en lo emocional y mental. Desde entonces ha tenido
que aprender a perfeccionarlo para conocer mejor este mundo y dominarlo, y
llegar así a estar en condiciones de asumir la responsabilidad de sus
acciones y, a través de ellas, de su propio destino.
Las fuerzas de la evolución
¿Qué es lo que empujó al principio al ser humano a aprender a utilizar su
libre albedrío en el sentido de la evolución? El sufrimiento. Hubiéramos
deseado una respuesta más agradable, pero no la hay. Sin embargo, esa toma
de consciencia nos permite ver que el sufrimiento no es inevitable. Podemos
elegir entre seguir atrapados por las fuerzas del ego que nos mantienen
prisioneros de la materia, que es lo que genera el sufrimiento, o hacer el
esfuerzo de elevar voluntariamente el nivel vibratorio de nuestra
consciencia, es decir, aprender a dominar los tres aspectos inferiores de
nuestro vehículo, y así encontrar de nuevo la felicidad, la libertad y la
potencia de nuestra naturaleza divina. Cuando seamos conscientes de que el
mecanismo de la personalidad es el origen del sufrimiento y el que nos priva
de libertad, entonces elegiremos la dinámica del Ser. De modo que aquí en la
Tierra estamos en la escuela de la inteligencia y de la sabiduría. Y, cuanto
más desarrollemos ambas, menos necesitaremos el aguijón del sufrimiento para
avanzar hacia la plena manifestación del alma.
Las
dos dinámicas (involución-evolución) están todavía activas.
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