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Historia del descenso
de la consciencia a la materia I
1. La finalidad del viaje
De una manera muy general, la ciencia esotérica enseña que una gran
consciencia, de una frecuencia vibratoria elevadísima, quiso experimentar
ciertos aspectos de sí misma explorando unos mundos de frecuencias
vibratorias inferiores. El viaje hacia esos mundos constituye la historia de
la consciencia humana.
El objetivo del viaje es muy complejo. Expresándolo en términos sumamente
sencillos y generales, digamos que un gran juego cósmico, con unas reglas
muy concretas, hizo que esa gran consciencia se dividiera en millones de
partículas para poder fundirse con los distintos mundos, descendiendo de
plano en plano y llegando hasta el mundo físico. Parece como si se hubiera
«perdido» en él, pero no es así. El objetivo del viaje es experimentar en la
materia a fin de realizar la unión de ésta con el espíritu. Ese proceso, que
parece tan lejos de nuestra realidad cotidiana, es, no obstante, el que
subyace interior y exteriormente en nuestra realidad personal y colectiva.
Aunque esta perspectiva nos parezca muy general por el momento, cuando la
hayamos precisado veremos cuan útil y coherente resulta para hacer frente a
los numerosos desafíos, tanto psicológicos como físicos, que presenta la
vida cotidiana actual.
El largo viaje se desarrolla en dos grandes etapas: un primer período
llamado «involución» y un segundo llamado «evolución».
2. El proceso de involución
Al principio, hace miles de millones de años, todos éramos uno con esa gran
consciencia que los seres humanos han llamado con frecuencia Dios. Ha sido
calificada como divina para expresar sencillamente el hecho de que está muy
por encima de la consciencia ordinaria, y porque es una realidad
incomprensible para el ser humano medio. Su frecuencia vibratoria es
elevadísima comparada con la de la materia.
El objetivo del proceso de involución era hacer que la consciencia divina
descendiera al nivel vibratorio de la materia. Para ello, la gran
consciencia universal decidió emanar de sí misma una gran multitud de
unidades de consciencia, cada una de las cuales portaba en sí la totalidad
de la consciencia divina, según el principio del holograma. Pero la fuerza
de atracción hacia la materia a la que eran sometidas esas unidades a medida
que iban descendiendo de plano en plano era tan intensa que fueron perdiendo
poco a poco la consciencia de su divinidad. Porque, para que pudiera hacerse
el «descenso», las unidades de consciencia debían sumergirse en niveles
vibratorios cada vez más bajos, lo que ocultó de momento su lado divino;
incluso tuvieron que «olvidarlo» para poder penetrar más profundamente en el
plano físico.
No sólo eso sino que, para que pudiera llevarse a cabo todo el proceso, las
unidades de consciencia debieron «olvidar» también su unidad original.
Tuvieron que aprender a separarse entre sí cada vez más para satisfacer las
exigencias de los mundos inferiores y poder así penetrar en ellos.
El descenso hasta los tres mundos, físico, emocional y mental, es lo que se
llama involución, cuya finalidad era traer a la materia la presencia de esas
unidades «divinas».
La construcción del ser humano en el curso de la involución
A medida que esas unidades energéticas (o unidades de consciencia, en el
lenguaje esotérico, consciencia y energía son sinónimos, algo de lo que
empieza a darse cuenta la ciencia actual), que posteriormente serían los
seres humanos, iban descendiendo de plano en plano fueron elaborándose los
diferentes «cuerpos» que permitían a cada una de esas unidades explorar y
experimentar cada uno de los planos que iban atravesando. Al final del
proceso de involución, el esbozo del ser humano actual
a) constaba de un vehículo de manifestación, constituido a su vez por el
esbozo de tres cuerpos hechos de la materia de los tres mundos inferiores
(físico, emocional y mental inferior), al que se ha llamado ego, o
personalidad, o yo inferior; y
b) estaba habitado por la chispa divina, revestida a su vez de tres cuerpos
(mental superior, búdico y átmico), al que se ha llamado Ser, yo superior,
alma, etc. El descenso se efectuó a lo largo de miles y miles de millones de
años, de forma sistemática y muy bien estructurada.
A lo largo del proceso de involución, mientras tenía lugar el descenso hacia
la materia, las unidades energéticas estaban totalmente dirigidas por
entidades de una consciencia superior a la de la humanidad. El descenso se
efectuó poco a poco y sin ruptura, según la voluntad divina, puesto que esas
unidades no poseían todavía voluntad independiente. El objetivo era,
sencillamente, construir un esbozo suficiente de los tres cuerpos del ego
—físico, emocional y mental inferior— y de los tres aspectos del Ser.
La involución requería una identificación momentánea con la materia. Porque,
para poder construir los distintos cuerpos, la consciencia divina debía
prestar un interés absoluto a ese proceso, de modo que tuvo que «perderse»
de momento y olvidar su fuente original. La fuerza activa en aquel momento
era la fuerza de atracción hacia la materia; para las unidades energéticas
no había otra elección posible, y seguir esa fuerza estaba en el orden
natural de las cosas. Así es como se construyó la mente inferior (la parte
de la mente que pertenece a la personalidad), con unos mecanismos de base
primarios que correspondían a las exigencias del proceso de involución. El
objetivo era asegurar provisionalmente la supervivencia de la personalidad,
a la espera de que el todo se uniera de nuevo a la sabiduría divina a través
de la mente superior y del alma. Esas exigencias generaron, al final del
proceso, los mecanismos primarios que todos conocemos: miedo, separatividad,
búsqueda del poder, búsqueda del placer, egoísmo, materialismo, negación del
ser espiritual, etc.; mecanismos que no son malos en sí mismos, puesto que
fueron indispensables para asegurar la construcción y la supervivencia del
ego mientras duró el descenso. Pero, lo que fue una necesidad para la
involución es un obstáculo para la evolución.
Podemos hacer uso de nuevo de la analogía utilizada en el primer espacio: el
violinista y su violín. Cada ser humano ha construido «su violín» durante el
proceso de involución. Ahora tiene que recordar que, ante todo, es músico, y
que debe aprender a dominar su instrumento para poder expresar en el mundo
físico la belleza de la música que lleva grabada en lo profundo de sí mismo.
Llegará a su máxima expresión cuando forme parte plenamente de la inmensa
orquesta compuesta por miles de millones de músicos como él.
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