LOS CELOS
Los niños
pueden tener una actitud celosa hacia sus hermanos u otros niños, en un intento
de conservar todo el afecto de uno o ambos padres dirigido hacia ellos de forma
exclusiva. No se desea compartir el cariño de los padres porque se piensa que
entonces los querrán menos a ellos, ya que a menudo creen que el amor tiene unos
límites cuantitativos, y que si se divide obtendrán una porción menor. A esto
puede añadirse la idea de que el cariño y atención de los padres se va
desplazando hacía los demás, a los que pueden terminar queriendo más que a
ellos. Es posible que algo similar le suceda a uno de los padres, que puede
temer perder el cariño de su hijo si éste se dirige hacia el otro padre, otras
veces simplemente desean, de forma más o menos inconsciente, todo el cariño del
hijo para sí, sintiéndose celosos de que su hijo quiera a su otro progenitor.
También
se pueden producir celos entre los padres y el esposo/a del hijo. Los celos
entre la madre y la esposa del hijo, sobre todo del hijo único, son
relativamente frecuentes, como si ninguna de las dos quisiese compartir formas
distintas de amor. Durante la adolescencia son especialmente frecuentes los
celos entre amigos. Es la época de los amigos íntimos, con los que se comparte
casi todo. La llegada de una nueva amistad se puede vivir como algo que pone en
peligro las cualidades específicas de esa relación que no se desea ampliar ni
compartir.
Con todo,
los celos más comunes son los que se dan en la relación amorosa de pareja. En
estos casos al exagerado afán de posesión y de exigencia egocéntrica propio de
todas las formas de celos, se suma la exigencia de una fidelidad más o menos
pactada y el desprestigio social que puede surgir de la infidelidad. Además,
especialmente en el caso de los hombres el objeto de amor, la mujer, puede verse
resquebrajado por la infidelidad, perdiendo características propias de la
idealización del objeto amado. Los más inseguros pueden pensar que tras una
relación amorosa con otra persona se puede perder el objeto amado porque ésta
resulta más atractiva en su conjunto a su pareja, o bien que, por simple
comparación, su pareja descubra lo poco que él vale en realidad.
En el
amor conyugal es donde se dan las actitudes verdaderamente celosas, ya que se
suele unir a la emoción de los celos una conducta de espionaje o vigilancia de
su pareja; al fin y al cabo, «celar» no significa otra cosa que «vigilar»,
«estar alerta». Esta situación de continua desconfianza genera una gran tensión
emocional en el celoso y en su pareja que se siente continuamente acosada,
vigilada, interrogada, generalmente sin motivos. La vida de la pareja tiene uno
de sus grandes pilares en la comunicación franca y sincera y en la mutua
confianza. Los celos, lógicamente, producen un gran deterioro en la relación y
pueden acabar con ella.
Hay
algunos tipos de personalidad que suelen ser más celosos, como los egocéntricos,
desconfiados, inseguros, narcisistas, necesitados de estimación o histéricos. A
través de los celos se puede llegar a producir el trastorno denominado
desarrollo paranoide o celotipia, en el que a partir de una situación más o
menos real de infidelidad se elabora toda una estructura psicológica sin base
real en relación con la infidelidad de una persona, que puede durar toda la
vida. Algunos trastornos psicopatológicos suelen presentar conductas celosas;
sobre todo destacan el alcoholismo y en menor medida las esquizofrenias de tipo
paranoide.