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Las aparentes
contradicciones en el proceso de la evolución y en el objetivo a alcanzar
En el seno de las tradiciones espirituales parece haber ciertas
contradicciones que con frecuencia desconciertan al que quiere entrar en un
camino interior. Pero las contradicciones no existen realmente; lo único que
existe es falta de perspectiva. La que hemos adoptado en este espacio
permite reconciliar dos puntos de vista que a menudo han sido contrapuestos.
Según el primero, el mundo es sólo una ilusión y lo mejor que uno puede
hacer es salir de él lo más pronto posible mediante el desprendimiento, la
liberación de los deseos terrenales y la negación de la identidad del ego,
alcanzando así un estado de gracia que no tiene nada que ver con lo que pasa
en la Tierra. No hay necesidad de «evolucionar» puesto que ya somos
perfectos, de modo que se puede alcanzar la gran liberación.
Según el segundo punto de vista, estamos en la Tierra para evolucionar y, si
trabajamos con rigor y asiduidad sobre nosotros mismos, alcanzaremos algún
día la perfección. Ambos enfoques dicen lo mismo, sólo que lo expresan de
forma distinta.
Es cierto que nuestra alma es perfecta y, como no existe la separatividad
tal como la entiende la consciencia ordinaria, tampoco hay identidad.
Tenemos marcado un objetivo: liberarnos de la prisión de la personalidad y
poner de manifiesto la divinidad que hay en nosotros, la que somos
realmente.
Pero ¿por qué estamos aprisionados en la personalidad? ¿Fue un error de la
Naturaleza haber caído en esa trampa, o fue nuestro el error? ¿Hemos de
salir de él cuanto antes, rechazando y despreciando todo lo relacionado con
este bajo mundo? O, según otra tradición que nos resulta familiar, si el ser
humano ha caído en la trampa, ¿es porque, siendo estúpido y malo, ha pecado?
Y, en definitiva, ¿qué quiere decir pecar?
Es cierto que liberarse de la influencia de este mundo es esencial en el
proceso de transformación. Pero la liberación no consiste en huir de él,
sino en adquirir sobre él dominio y maestría. De ahí procede parte de la
confusión.
Los dos enfoques tienen ventajas, y ambos encierran algunas trampas. Según
el primero, la consciencia no se identifica con los deseos de la
personalidad, puesto que intenta aniquilarlos. Eso es una ventaja, ya que
facilita, en cierta medida, el proceso por el que la consciencia deja de
identificarse con el ego. Pero encierra una trampa: la de deslizarse hacia
un retiro pseudoespiritual que bloquee de hecho el verdadero proceso de
aprendizaje. Huir de este mundo para ir a experimentar una especie de
nirvana es una ofensa a la ley del amor. Porque el amor lleva a la unión con
todo el Universo, con este bajo mundo y con todos los seres que lo habitan;
separarse de ellos, abandonándolos a su triste suerte, no encaja en la ley
del amor. La confusión se debe a que el ego se ha apoderado de esa tradición
espiritual para sacarle partido, evitando que la persona realice un
auténtico trabajo de desidentificación, y así seguir él al frente. La trampa
no procede del enfoque en sí mismo, sino del ego.
El segundo enfoque favorece la flexibilización de la personalidad,
haciéndola así más receptiva a las energías del alma y más transparente a la
expresión de la divinidad en la materia, lo cual es una ventaja. Pero, como
pone el énfasis en la personalidad, la consciencia sigue identificándose con
el ego, que es justo de lo que se ha de liberar. He ahí la trampa.
Los dos enfoques convergen si se comprende el proceso de la evolución de
forma global. La identificación con la personalidad no fue un error; fue
necesaria durante miles de años para que tuviera lugar la construcción del
instrumento físico, emocional y mental, para que Dios pudiera manifestarse
en el mundo uniendo el espíritu con la materia. Ahora el instrumento está ya
suficientemente construido. Sólo falta liberar la consciencia de la
influencia de la materia, es decir, de la separatividad, de la identidad con
el ego, para dar al Ser el control del instrumento. Así pues, negar el ego
no es malo; sólo hay que adoptar la perspectiva adecuada.
Podríamos aclarar esto comparando el proceso a un viaje. Un buen día
abandonamos nuestro país y nos vamos al extranjero a fin de aprender a
cultivar unos frutos que sólo existen allí, pues nos gustaría producirlos en
nuestra patria. Y llegamos a un país en el que las condiciones de vida son
más bien difíciles. Nos ponemos a trabajar con los campesinos del lugar para
adquirir los conocimientos necesarios. Trabajamos tan intensamente y durante
tanto tiempo que acabamos por olvidar nuestro país de origen y el objetivo
de nuestro viaje. Cultivamos aquellos frutos porque todo el mundo lo hace,
así de simple, y porque, desde hace mucho tiempo, «¡la vida es así!». Pero
estamos profundamente insatisfechos, nos falta algo. En realidad, hemos
olvidado el doble objetivo de nuestro viaje: aprender a cultivar los frutos
de aquel país (el dominio de los tres mundos); y, una vez realizado el
aprendizaje, volver a nuestra patria con ese conocimiento (manifestación de
la esencia divina en los tres mundos).
La primera tradición espiritual de la que hemos hablado nos dice: «No os
ocupéis más de esos frutos; intentad volver a vuestra patria lo más pronto
posible. Ése no es vuestro país. ¡Vosotros venís de otro lugar!». E
intentamos marcharnos sin acabar nuestro aprendizaje. Si volvemos a nuestro
país sin los conocimientos suficientes, tendremos que regresar para
completar nuestro aprendizaje (adquisición del dominio de los tres
mundos)... El segundo enfoque nos dice: «Aprended a cultivar esos frutos, es
el objetivo de vuestro viaje». Pero olvida recordarnos que debemos llevar
ese conocimiento a nuestro país de origen, que no debemos quedarnos en el
extranjero para siempre. No nos lo recuerda porque no le interesa, porque
las fuerzas materialistas que nos han empujado a venir aquí, ahora no
quieren dejarnos partir: perderían a sus operarios... Y nos quedamos
aprisionados aquí, cultivando sin parar, y preguntándonos para qué sirve, en
definitiva, esta vida. Hemos caído en la trampa, hemos olvidado que teníamos
que volver a casa.
En la actualidad son muchas las personas que están preparadas para actuar
mediante el alma, pero aún subsisten los viejos mecanismos de la
consciencia, lo que hace que interfieran dos dinámicas distintas según las
circunstancias. Pero llega un momento en el que hay que elegir: o bien dejar
que la consciencia continúe identificándose con los mecanismos del ego,
soportando las consecuencias más bien penosas que describiremos en el
espacio siguiente, o bien desplazar la consciencia hacia la realidad del
alma mediante un trabajo interior consciente, descubriendo así nuestra
verdadera naturaleza, el sentido profundo de nuestra vida, la alegría y la
libertad (volver a casa llevando a nuestra alma los frutos del dominio de
los tres mundos).
¿Qué hemos de hacer para que la personalidad quede definitivamente
construida y sea receptiva a la voluntad del alma? He aquí cuatro puntos
fundamentales que iremos profundizando a lo largo de este espacio de la Web:
1) Tomar consciencia de la situación actual de nuestro instrumento: de sus
mecanismos, de su composición y de su funcionamiento; reconocer que no somos
el instrumento, pero que tenemos la responsabilidad de su construcción;
conocer los mecanismos conscientes e inconscientes de la personalidad, y,
con ayuda de ese conocimiento, empezar a dejar de identificarnos con el
instrumento (el ego).
2) Tomar consciencia de las mejoras y reparaciones que hay que efectuar en
la estructura actual, a fin de que el instrumento resulte más adecuado para
la manifestación de las cualidades del Ser (sanación, liberación del dominio
del pasado).
3) Reconocer la necesidad de desarrollar la parte superior del ser humano a
fin de activar todo el potencial del instrumento (desarrollo de la mente
superior, de la inteligencia, del corazón y de todas las cualidades del
Ser).
4) Profundizar el contacto directo con el Ser; identificar cada vez más la
consciencia con el alma. Y... estar preparado para una gran aventura
interior, exigente, por supuesto, pero inmensamente rica, con la riqueza que
nos dará haber encontrado la libertad.
A lo largo de esta primera parte, examinaremos de cerca los mecanismos de la
personalidad, así como su origen. En otras palabras, examinaremos el estado
del violín, su funcionamiento, sus límites, y veremos qué clase de música se
puede interpretar con él en su estado actual. Para ello, veremos en primer
lugar lo que ocurre en concreto cada día cuando la personalidad está
gobernada por la mente inferior. Es el tema que trataremos en el espacio
siguiente.
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