La voz de la naturaleza.
Nada
puede manifestarse sino a través de su característica tasa vibratoria. Y
como todo lo que vibra genera un frente de ondas, perceptibles o no por los
sentidos humanos, todas las cosas nos hablan aunque nuestros oídos no sean
capaces de percibirlo. Por lo tanto, sólo es cuestión de aprender a
escuchar.
En
este sentido, el ser humano es un complejo receptor de sensaciones en un
espectro más o menos amplio del acontecer universal, y un ser divino sería
un portentoso receptor cósmico en campos de la realidad que los sentidos
humanos no alcanzan a percibir. Así, el hombre común es poco penetrante en
la Consciencia del Ser (esta es la causa del sufrimiento, la falta de
consciencia), pero es capaz de proezas excepcionales cuando profundiza en la
Consciencia.
El hombre es creador.
El hombre es creador. De
la misma manera que deja tras de sí un reguero de formas físicas,
construyendo y destruyendo cosas continuamente, también deja un reguero de
formas astrales.
Como
decía el maestro de Nazaret: "Si miras a la mujer casada, deseándola, ya has
adulterado en el fondo de tu corazón". Por muy duro que nos parezca es así,
porque el deseo crea formas en lo invisible y, si este deseo es mantenido en
el tiempo, tales formas invisibles toman fuerza y definición, llegando a
convertirse en "entidades" con cierta autonomía e incluso con personalidad
propia, que continuamente buscan a su creador para alimentarse de los mismos
sentimientos con que se formaron.
Estas
formas (depredadores invisibles) pueden llegar a provocar la enfermedad e
incluso la muerte del vehículo físico de su creador.
El
astral, o mundo invisible que rodea al ser humano, es un submundo muy
cercano al físico, con energías que se compenetran con las de éste, dentro
del cual tienen lugar nuestras fastas o nefastas creaciones, que nos
encadenan a nosotros y, tal vez a los seres que intimamos e incluso a
nuestros vecinos más próximos. Así pues, deberíamos tener cuidado al escoger
nuestras amistades más íntimas, porque más allá de la forma que vemos
existen otras que no vemos. La primera puede colmar nuestras emociones; pero
las segundas son capaces de arrastrar nuestra alma hacia los fondos de lo
invisible. Y como estos lastres perduran en el tiempo y en el espacio, sería
prudente no sólo escoger mejor a las amistades sino también los lugares que
físicamente se frecuenten, ya que de todo ello puede depender tanto la salud
del cuerpo como la del alma.
Junto
con nuestras propias creaciones energéticas podemos encontrar ahí a los
"servidores", las energías beneficiosas de la Naturaleza que, siendo
nuestras ayudas, no hemos aprendido todavía a convocar ni a utilizar.
Ayudado por las fuerzas ocultas que le asisten el hombre puede conseguir lo
que se proponga. Pero las fuerzas ocultas le asisten en escasas ocasiones
porque no sabe convocarlas.
El
mundo culto sirve al hombre en la misma medida que éste le sirve al mundo
oculto.
Dicho de otra forma "hay que pactar con Dios o con el Diablo". Este es el
pacto que realizamos día a día con nuestra actitud y nuestro proceder. Si
alimentamos el odio, la agresividad y la lujuria pactamos con el diablo
(los diablos del odia, la agresividad y la lujuria creados por nosotros
mismos), recibiendo por ello ciertos beneficios... que siempre nos
conducirán en el sentido de la densa materia y la fragmentación. En
cambio, si nos decantamos por el amor y la armonía recibiremos otro tipo
de beneficio muy diferente, que nos encaminará hacia la iluminación
espiritual y la Consciencia, hacia la Unidad, que es precisamente lo que
desean las Virtudes divinas.
La
idea de que somos los únicos responsables de cuanto nos ocurre es
importante, ya que con ella descartamos para siempre el pensamiento errado y
peligroso de un Dios justiciero y castigador, una idea que los Mensajeros
han rebatido en muchos de sus dictados. Aunque nos cueste comprenderlo,
inmersos dentro de este universo dual, Dios forma parte de nosotros. Por
tanto, para bien o para mal, su fuerza creadora se manifiesta también en
nuestros actos.
Con
el cuerpo de materia construimos este mundo y con los sentimientos ayudamos
a la creación de mundos invisibles. Si es cierto que la fe en la materia
genera hombres ricos, no lo es menos que la fe en el espíritu genera hombres
felices y santos. Con el deseo nos enterramos y con el desprendimiento nos
aligeramos para aprender a "volar".
La Unidad
Sólo cuando se ha conseguido
una visión global suficiente, una comunión en un nivel determinado, se puede
percibir o incluso acceder a un estado superior.
El ser humano no ha
descubierto que lo que él llama exterior no es más que la consecuencia de
una construcción interior.
El hombre está vivo en la
medida en que alguien mira el universo a través de él, y lo utiliza para
crear o cambiar situaciones en el interior de él mismo, afectando a un todo
un mundo que ni siquiera puede concebir. Quien mira no es el hombre, sino un
observador a través de él, ese componente misterioso de la Consciencia
universal.
También es ese Ser el que
proyecta y construye las sociedades humanas y modela los planetas, y el
mismo que diseña y construye las "herramientas" cósmicas que ponen en órbita
los diferentes sistemas estelares, por medio de otros Grandes Seres. Y todo
ello no es más que un "juego" increíble de este prodigioso Ser, al que
llamamos Dios, manifestándose en la multiplicidad de pequeños seres... que
somos nosotros mismos en la Unidad.
No debemos temer nada del
juego, porque cuando caiga la espada sobre nuestro brazo nos daremos cuenta
de que sólo hemos perdido el guante, y de que la mano invisible sigue siendo
otro guante de ese Ser que percibe todo el proceso de creación y
destrucción.
El Templo como puerta
dimensional.
Un templo es un lugar donde es
posible tomar consciencia de toda un realidad trascendente, donde el juego
de la vida se detiene durante unos instantes para el reposo de la ilusión.
Cuando lo entendemos así estamos ante una verdadera puerta dimensional, y el
Ser puede manifestarse de otra forma ante nuestro cerebro e inducir un salto
con el que franquear el umbral de la Consciencia. El jugador descansa; ha
salido de la cancha de juego y por lo tanto está momentáneamente fuera de
las reglas que lo regulan.
Hay que saber también que toda
la Creación es un templo, y todos y cada uno de nuestros actos un ritual.
Los templos estarán donde
estén los templarios "los hombres de templo", que transforman su cuerpo en
instrumento para el rito, para las ceremonias del alma en nuestro mundo.
Ninguna acción humana tiene el
menor valor si no es capaz de desencadenar una reacción espiritual, de modo
que resulte eficaz en el mundo del alma.
El valor más importante no
está en los actos o las palabras sino en la intención. La fuerza y el poder
de nuestras acciones está en la intención que seamos capaces de imprimir al
rito. Es así como funciona el ritual mágico. Y es así como no funciona casi
ningún ritual de nuestra cultura occidental decadente, en un mundo
industrializado cuya intención está en adquirir bienes de consumo, en
generar un tipo de riqueza que, paradójicamente, empobrece cada vez más al
espíritu del hombre, porque para ello es menester invertir todo el tiempo en
busca de nada, del vacío espiritual. Es la auténtica adoración del becerro
de oro y cuando uno quiere darse cuenta ya es demasiado tarde. Se ha agotado
el tiempo que habíamos soñado para disfrutar la vida en el descubrimiento de
nosotros mismos.
Estar atentos a uno mismo es
como atender al candil que nos permite iluminar el camino de retorno al
hogar que, por supuesto, no está en la Tierra aunque se refleje en ella.
Cada movimiento del cuerpo, cada expresión del rostro, cada gesto y palabra
forman parte del ritual del alma, con el que se pretende atraer a las
energías luminosas o, por el contrario, a las fuerzas de las tinieblas. El
alma luminosa se acerca a la oscuridad del mundo para disipar las tinieblas
y la ignorancia; el alma oscura se acerca a la luz para apagarla.
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