LA RELACIÓN EN LA VIDA
No hay ser alguno que esté aislado. Ser es
estar en relación, y sin relación no hay existencia. El reto y la
respuesta en el trato entre dos personas es relación. La relación de dos
personas crea la sociedad; la sociedad no es independiente de nosotros, de
uno mismo; la masa no es por sí misma una entidad separada, sino que tú y
yo, en nuestra mutua relación, creamos la masa, el grupo, la sociedad. La
relación es el darse cuenta de la conexión existente entre dos personas.
Esta relación se basa, por lo general, en
la llamada “interdependencia”, y muchos piensan que en la ayuda mutua.
Decimos por lo menos que la relación es ayuda mutua, auxilio mutuo, y así
sucesivamente; pero en realidad, independientemente de las palabras, la
relación se basa en la mutua satisfacción. Si yo no os agrado, prescindís
de mí; si yo os agrado, me aceptamos como esposa, vecino o amigo. Ese es
el hecho.
La familia es, evidentemente, es una
relación de intimidad, de comunión. En nuestra familia, en la relación con
nuestra esposa, con nuestro esposo,
¿existe comunión? Eso, por
cierto, es lo que es en realidad la verdadera relación. La relación
significa comunión en la que no hay temor, libertad para comprenderse el
uno al otro, para comunicarse al instante. Es obvio que la relación
significa eso, estar en comunión con otro. Y es muy importante saber si
uno mismo está en comunión con las personas con las que se relaciona.
¿Lo
estamos nosotros? ¿Estamos en comunión con nuestra esposa? Tal vez
lo estemos físicamente, pero eso no es relación. Uno y su esposa viven en
lados opuestos de un muro de aislamiento. Tenemos nuestros propios
empeños, nuestras ambiciones, y ella tiene los suyos. Vivimos detrás del
muro y de vez en cuando miramos por encima de él, y a eso le llamamos
“relación”. Eso es un hecho, podemos magnificarlo, suavizarlo, introducir
un nuevo juego de palabras para describirlo, pero el hecho es ése: que
nosotros y los que nos rodean vivimos aislados, y a esa vida en
aislamiento le llamamos “relación”.
Si hay verdadera relación entre dos
personas, lo cual significa que entre ellas hay comunión, entonces las
implicaciones son enormes. Entonces no hay aislamiento; hay amor y no
responsabilidad o deber. Las personas que se aíslan detrás de sus muros
son las que hablan de deber y responsabilidad. El ser humano que ama, no
habla de responsabilidad, ama. Por lo tanto comparte con otro su júbilo,
su pena, su dinero. pero así no son nuestras familias, no existe comunión
directa con nuestra esposa, con nuestros hijos, es obvio que no. Por
consiguiente la familia es un mero pretexto para continuar con nuestro
nombre y tradición, para que ella nos dé lo que deseamos, en lo sexual o
en lo psicológico, de suerte que la familia llega a ser un medio de
autoperpetuación, de prolongar nuestro nombre. Esa es una clase de
inmortalidad, de permanencia. La familia también se utiliza como medio de
satisfacción. Yo exploto a los demás sin piedad, en el mundo de los
negocios, en el mundo exterior político o social; y en el hogar procuro
ser bueno y generoso. ¡Qué absurdo! O bien el mundo me agobia y quiero
paz, y me voy a casa. En el mundo exterior yo sufro; me voy a casa y trato
de hallar consuelo. Utilizo, pues, la relación como medio de satisfacción,
lo cual significa que no me quiero ver perturbado por mis relaciones.
De suerte que la relación se busca donde
hay mutua satisfacción, halago. Donde no hallamos esa satisfacción,
cambiamos de relaciones; o bien nos divorciamos, o continuamos juntos pero
buscamos satisfacción en otra parte, hasta hallar lo que buscamos, es
decir, satisfacción, halago, y una sensación de estar protegidos y
cómodos. Después de todo, esa es nuestra vida de relación en el mundo; y
así es, en realidad. Se busca la relación donde pueda haber seguridad,
donde nosotros como individuos podamos vivir en un estado de seguridad, en
un estado de satisfacción, en un estado de ignorancia, todo lo cual causa
siempre conflicto. Si tu no me satisfaces y yo busco satisfacción, es
natural que haya conflicto, porque ambos buscamos seguridad el uno en el
otro; y cuando esa seguridad se torna incierta, nos ponemos celosos, nos
volvemos violentos, posesivos, y lo demás. La relación, pues, conduce a la
posesión, a la condena, a las exigencias autoafirmativas de seguridad, de
comodidad y de satisfacción; y en eso, naturalmente, no hay amor.
Hablamos de amor, hablamos de
responsabilidad, de deber, pero en realidad no hay amor; la realización se
basa en la satisfacción, de lo cual vemos el efecto en la civilización
actual. El modo como tratamos a nuestras esposas, a nuestros hijos, a los
vecinos y amigos, es un indicio de que en nuestra vida de relación no hay
realmente nada de amor. Ella es mera búsqueda de satisfacción. Y siendo
ello así, deberíamos ver con claridad qué objeto tiene entonces la
relación y su significado esencial.
Si nos observamos a nosotros mismos en
relación con los demás, encontramos que la relación es un proceso de
autorrevelación. Si me
doy cuenta, si estoy bastante alerta para tener conciencia de mi propia
reacción en la vida de relación, mi contacto contigo revela el
estado de mi propio ser. La relación es realmente un proceso de revelación
de uno mismo, es decir, un proceso de conocimiento propio; y en esa
revelación hay muchas cosas desagradables, pensamientos y actividades
inquietantes, molestos. Como no me gusta lo que descubro, huyo de una
relación que no es agradable hacia una relación que sea grata. La
relación, por lo tanto, tiene muy poco sentido cuando sólo buscamos
satisfacción mutua; pero se vuelve en extremo significativa cuando es un
medio de revelación y conocimiento de uno mismo.
Después de todo, en el amor no hay
relación. Sólo cuando amamos algo y esperamos retribución de nuestro amor,
hay una relación. Cuando amamos, es decir, cuando nos entregamos a algo
enteramente, plenamente, entonces no hay relación.
Si realmente amamos, si existe un amor así
surge entonces algo maravilloso. En semejante amor no hay razonamiento, no
existe el uno y el otro, hay unidad completa. Es un estado de integración,
un completo ser. En esos momentos tan raros, dichosos, jubilosos, entonces
hay completo amor, comunión total.
Lo que generalmente ocurre es que lo
importante no es el amor sino el
otro, el objeto del amor; aquel a quien se da el amor se vuelve lo
importante, no el amor en sí. Por diversas razones, ya sean biológicas o
verbales, o por un deseo de satisfacción, de consuelo, y lo demás, el
objeto del amor llega entonces a ser lo importante; y el amor se aleja. Entonces
la posesión, los celos y las exigencias causan conflicto, y el amor se
aleja cada vez más; y cuanto más se aleja, tanto más el problema de la
relación pierde su significación, su valor y su sentido. Por eso el amor
es una de las cosas más difíciles de comprender. No puede provenir de una
urgencia intelectual, no puede ser fabricado por diversos métodos, medios
y disciplinas. Es un estado de ser cuando las actividades del “yo” han
cesado; pero ellas no cesarán si simplemente las reprimimos, las rehuimos
o las disciplinamos. Es preciso que comprendamos las actividades del “yo”
en todas las diferentes capas de la conciencia.
Hay momentos en que realmente amamos, en
que no hay pensamiento ni móvil; pero esos momentos son muy raros. Y es
porque son raros que nos aferramos a ellos en el recuerdo y así creamos
una barrera entre la viviente realidad y la acción de nuestra existencia
diaria. Para comprender la vida de relación es importante comprender
primero lo que es, lo que realmente está ocurriendo en nuestra vida, en
todas las diferentes formas sutiles; y también lo que la relación
significa en realidad. La relación es autorrevelación. Es porque no
queremos revelarnos a nosotros mismos que nos refugiamos en la comodidad,
y entonces la relación pierde su extraordinaria hondura, significación y
belleza. Sólo puede haber verdadera relación cuando hay amor, pero el amor
no es la búsqueda de satisfacción. El amor existe tan sólo cuando hay
olvido de uno mismo, cuando hay completa comunión, no entre uno o dos sino
comunión con lo supremo; y eso sólo puede acontecer cuando se olvida el
“yo”.