Desde el instante en el que nacemos hasta que morimos pasamos por una
infinidad de problemas de todo tipo. Existe muchísimo miedo en todos los
seres humanos, muchísima ansiedad, incertidumbre, y también está la
persecución del placer, del poder y de la seguridad. Casi todos los seres
humanos de esta bellísima Tierra sufren mucha pena y soledad. Después de
miles de años, el ser humano sigue siendo un bárbaro, cruel, vulgar, lleno
de ansiedad y odio. El hombre siempre ha estado en conflicto, pero sin paz
en lo interno, en lo psicológico, el cerebro no puede florecer, los seres
humano no pueden vivir de manera completa, holística.
Cada uno de nosotros es el
resto de la humanidad. Por lo tanto, psicológicamente, no somos
individuos. La conciencia de un no es “su” conciencia. Es la conciencia
del resto de la humanidad, porque todos pasamos por la misma molienda, por
el mismo conflicto inacabable. Cuando el ser humano comprenda esto, no
emocionalmente, no como un concepto intelectual, sin como algo concreto,
real, verdadero, no matará a otro ser humano. Jamás matará a otro, ni
física, ni verbal o intelectualmente, porque entonces se está matando a sí
mismo.
Pero en todo el mundo se ha
fomentado la individualidad. Cada cual lucha para sí mismo, para lograr su
éxito, su realización, su logro personal, persiguiendo sus deseos y
generando estragos en el mundo.
Debemos descubrir por
nosotros mismo la razón por la que los seres humanos hayan reducido el
mundo a lo que es ahora, tenemos que investigar juntos por qué hay
conflicto en las relaciones personales, si es posible terminar con este
conflicto. De lo contrario, jamás tendremos paz en esta Tierra.
Mucho antes del
cristianismo, el ser humano rendía culto a los árboles, a las piedras, a
los animales, al relámpago, al sol; no había sentido alguno de “Dios”,
porque consideraban que la Tierra era la madre que debía ser venerada,
preservada, salvada de la destrucción, y no destruida como ahora lo
estamos haciendo.
Debemos mirar las cosas tal
como son, no como creemos que son, no desde la idea o del concepto acerca
de lo que es, sin simplemente mirar. Y, si es posible, mirar no
verbalmente, lo cual es mucho más difícil.
Aquí, en este mundo, es en
el que debemos vivir, y no es el mejor camino escapar de él por medio de
los monasterios o de experiencias “religiosas”; uno debe dudar de todas
sus experiencias. El ser humano ha hecho todo lo posible en la Tierra para
escapar de la realidad del vivir cotidiano con todas sus complejidades. El
ser humano persigue su propia ambición, se encuentra impulsado por el
deseo. Por eso es imprescindible que pueda haber una relación adecuada
cuando cada uno está persiguiendo sus propios deseos, sus ambiciones, su
codicia, su propia importancia. A causa de esta división en la relación no
hay amor.
El egoísmo y el interés
propio es el origen de la corrupción, de la destrucción. El interés propio
domina el mundo y, en consecuencia, hay conflicto. Se genera separación;
hay divisiones nacionales, religiosas, personales… Donde hay división
tiene que haber conflicto, esto es una ley. Vivimos nuestra vida cotidiana
desde un pequeño, circunscripto y limitado “yo”. El “yo” es limitado, y
esa es siempre la causa del conflicto. Es el núcleo central de nuestra
lucha, de nuestra pena, de nuestra ansiedad. Cada cual está ocupado
consigo mismo, vive en un mundo separado, todo para él. Por lo tanto hay
división entre uno y otro, entre uno y su religión, entre uno y su dios,
entre uno y sus ideologías. Pero es necesario comprender, no porque se
haya leído en ninguna parte, sino porque se ve como un hecho real, a
fondo, que uno es el resto de la humanidad, se compone de creencias,
miedos, fe, dioses, ambiciones personales, etc. Toda nuestra conciencia se
compone de esto, que es producto del pensamiento.
El pensador es un ente
ficticio que crea el pensamiento. Uno no es el mismo ayer que hoy, ni es
el mismo hoy que será mañana. Uno no es el mismo segundo tras segundo, el
único que hace parecer que uno es el mismo segundo antes y segundo después
es el pensamiento, la mente, la memoria. Es la mente infantil, inmadura,
que busca el sentimiento de seguridad, de permanencia.
La llama de una vela no es
la misma instante tras instante. El ser humano no es un ser individual
separado de sus semejantes. Al contrario, pertenece a un campo único de
consciencia que se vivencia desde la Unidad. Y este es un aspecto muy
importante a tener en cuenta cuando se permite la disolución del espacio
que existe entre el experimentador y lo experimentado.