|
SENTIDO DE LA RESPONSABILIDAD
Las consecuencias de nuestros
actos nos siguen como la propia sombra. Nadie es responsable de los
pensamientos que de modo mec ánico
anegan el espacio mental y que muchas veces no son laudables o encomiables.
Pero uno sí que es responsable de permitirlos inconscientemente en su propia
mente, como lo es de sus palabras y de sus actos, por acción u omisión
y, lo queramos o no, hemos de atenernos a sus consecuencias. Es signo de
equilibrio mental y emocional asumir la responsabilidad de los propios
pensamientos, sentimientos y actos y, cuando uno los considere impropios,
tratar de poner los medios, actitudes y conductas apropiados para
rectificar.
En tanto el ser humano no
madura y no va completando su proceso de evoluci ón,
el yo infantil se perpetúa en él, con sus pueriles tendencias a desplazar la
responsabilidad a los otros y negarse a asumir la propia. Entonces la
persona puede incurrir en el extremo de una absoluta irresponsabilidad como
en el del deber compulsivo. Ambas actitudes son inarmónicas, porque la
irresponsabilidad conduce a la negligencia, a la tendencia a culpabilizar a
los otros, a la desidia y a la inercia neurótica, pero el sentimiento de
deber exacerbado es contrario a la vida espiritual y sofoca las genuinas
tendencias e inclinaciones. Entonces el ser humano no actúa porque quiere o
porque hace lo que cree oportuno, sino condicionado por esas fuerzas
inconscientes que le impelen y le imponen, a veces a su pesar, generándole
sentimientos de culpa o malestar o incluso de desprecio de sí
mismo si el deber no se cumple.
El ant ídoto
contra esos dos extremos es la consciente aceptación de la responsabilidad,
aceptar las consecuencias de los actos sabiendo, con humildad constructiva,
rectificar cuando sea apropiado. Si uno recurre a autodefensas narcisistas,
a engaños, ocultamientos y pretextos falsos, no deja por ello de ser
responsable de sus actos pero, al no querer asumir esa responsabilidad,
pierde la preciosa oportunidad de evolucionar y madurar. Por mucho que uno
cierre los ojos, la luna sigue reflejándose en las aguas del lago. En la
senda del camino espiritual hay que tener los ojos muy abiertos. Puede ser
que veamos muchas cosas de nosotros mismos que no sean apropiadas, pero esta
es la forma de ir madurando y obrando progresivamente de forma cada vez más
adecuada.
|
|