Los estudiantes de psicología que han seguido
atentamente el tren del pensamiento moderno en lo que respecta a los
fenómenos mentales habrán quedado extrañados de la rara insistencia de la
idea o concepto de la dualidad mental que se ha manifestado tan fuertemente
durante los diez o quince años últimos, y que ha dado origen a gran número
de plausibles teorías concernientes a la naturaleza y constitución de esa
"doble mente". El difunto Thomson J. Hudson alcanzó gran popularidad en 1983
al enunciar su conocida teoría sobre las "mentes objetiva y subjetiva", que,
según sostenía, existían en cada individuo. Otros autores han llamado
igualmente la atención con sus teorías referentes a las mentes "consciente y
subconsciente", mentes voluntaria e involuntaria, mente activa y pasiva,
etc. Esas teorías podrán diferir según cada autor, pero siempre queda el
principio básico que es el de la dualidad mental.
El estudiante de la filosofía hermética se
siente tentado por la sonrisa cuando lee y oye hablar de esas numerosas
teorías nuevas, respecto a la dualidad d3e la mente, adhiriéndose cada
escuela tenazmente a su propia doctrina, proclamando cada una con empeño que
ha sido ella la que ha descubierto la verdad. El estudiante que hojee el
libro de la historia oculta encontrará en su mismo principio referencias a
las antiguas enseñanzas herméticas sobre el principio del género. Y si
prosigue su examen, encontrará que esa antigua filosofía conoció el fenómeno
de la dualidad mental y la explicó mediante la teoría del género en la
mente. Este concepto del género mental puede ser explicado en pocas palabras
a los estudiantes que ya se han familiarizado con las teorías modernas que
aluden al mismo. El principio masculino de la mente corresponde a la llamada
mente objetiva, mente consciente, mente voluntaria o activa, etc., en tanto
que el principio femenino corresponde a la llamada mente subjetiva,
subconsciente, involuntaria, pasiva, etc.
Por supuesto, la enseñanza hermética no
concuerda con las muchas teorías modernas concernientes a las dos fases de
la mente, ni admite muchos de los hechos proclamados por esas escuelas en
apoyo de ese doble aspecto. Si indicamos la base de la concordancia es para
facilitar al estudiante la asimilación de los conocimientos adquiridos con
anterioridad sobre la filosofía hermética. Los estudiantes de Hudson
conocerán la proposición que se hace en el principio del segundo capítulo de
su obra "The Law of Psychic Phenomena" (la Ley de los Fenómenos Psíquicos),
que dice: "la jerigonza mística de los filósofos herméticos expresa la misma
idea general"... o sea la dualidad de la mente. Si el doctor Hudson se
hubiera tomado el trabajo de descifrar algo más "la jerigonza mística de la
Filosofía Hermética" hubiera recibido mucha luz sobre el punto de la
dualidad de la mente; pero entonces, quizás, su obra más interesante no
hubiera sido escrita. Consideremos ahora las enseñanzas herméticas
concernientes al género mental.
Los instructores herméticos imparten
enseñanzas concernientes a este punto, pidiendo a sus discípulos que se
atengan al proceso de su propia conciencia, a su propio yo. El discípulo
fija entonces su atención internamente sobre el ego que está en cada uno de
nosotros. Cada estudiante ve que su propia conciencia le da como primer
resultante de la existencia de su yo: "Yo Soy". Esto, al principio, parece
ser la palabra final de la conciencia, pero un examen ulterior desprende el
hecho de que esto "yo soy" puede separarse en dos partes distintas o
aspectos que, si bien trabajan al unísono y en conjunción, sin embargo puede
ser separadas en la conciencia.
Si bien al principio parece que solo existe un
único Yo, un examen más cuidadoso revela que existe un "yo" y un "mí". Este
par mental difiere en características y naturaleza, y el examen de esta, así
como de los fenómenos que surgen de la misma, arrojan gran luz sobre muchos
de los problemas de la influencia mental.
Comencemos considerando el "mí", que
generalmente se confunde con el "yo", si no se profundiza mucho en los
recesos de la conciencia. El hombre piensa de sí mismo (en su aspecto de
"mí" o "me") como si estuvieran compuesto por ciertos sentimientos, agrados,
gustos, y disgustos, hábitos, lazos especiales, características, etc., todo
lo cual forma su personalidad, o el ser que conoce él mismo y los demás. El
hombre sabe que estas emociones y sentimientos cambian, que nacen y mueren,
que están sujetos al principio del Ritmo y al de la Polaridad, cuyos
principios lo llevan de un extremo a otro. También piensa de sí mismo como
cierta suma de conocimientos agrupados en su mente, que forman así una parte
de él.
Éste es el "mí" o "me" del hombre.
Pero quizás hemos precedido demasiado aprisa.
El "mí" de muchos hombres está compuesto en gran parte de la conciencia que
tiene de su propio cuerpo y de sus apetitos físicos, etc. Y, estando su
conciencia limitadas en alto grado a su naturaleza corporal, prácticamente
"viven allí2. Algunos hombres van tan allá en esto que consideran su
apariencia personal como parte de su "mí", y realmente la consideran parte
de sí mismo. Un escritor dijo con mucho humorismo en una oportunidad que el
hombre se compone de tres partes: "Alma, cuerpo y vestidos". Y esto haría
que muchos perdieran su personalidad si se les despojara de sus vestidos.
Pero, aun aquellos que no están tan estrechamente esclavizados con la idea
de su apariencia personal, lo están por la conciencia de sus cuerpos. No
pueden concebirse sin él. Su mente les parece que es algo "que pertenece" a
su cuerpo, lo que, en muchos casos, es realmente cierto.
Pero conforme el hombre adelanta en la escala
de la conciencia, va adquiriendo el poder de desprender a su "mí" de esa
idea corporal, y puede pensar de su cuerpo que es algo "que pertenece" a su
propia parte mental. Pero aun entonces es muy capaz de identificar el "mí"
completamente con sus estados mentales, sensaciones, etc., que siente
existen dentro de él. E identificará esos estados consigo mismo, en vez de
estimarlos como simples "cosas" producidas por su mentalidad, existentes en
él, dentro de él y proviniendo de él, pero que, sin embargo, no son él
mismo. Puede comprobar también que esos estados cambian mediante un esfuerzo
volitivo, y que es capaz de producir una sensación o estado de naturaleza
completamente opuesta de la misma manera, y, sin embargo, sigue existiendo
siempre el mismo "mí". Después de un tiempo, podrá así dejar a un lado esos
diversos estados mentales, emociones, sentimientos, hábitos, cualidades,
características y otras posesiones personales, considerándolas como una
colección de cualidades, curiosidades o valiosas posesiones del "no mí".
Esto exige mucha concentración mental y poder de análisis de parte del
estudiante. Pero ese trabajo es posible, y hasta los que no están muy
adelantados pueden ver, en su imaginación, como se realiza el proceso
descripto.
Después de realizado ese ejercicio el
discípulo se encontrará en posesión consciente de un "Ser" que puede ser
considerado bajo su doble aspecto del "yo" y de "mí". El "mí" se sentirá
como algo mental en lo que pueden producirse los pensamientos, ideas,
emociones, sentimientos y otros estados mentales. Puede ser considerado como
si fuera la "matriz mental", según decían los antiguos, capaz de generar
mentalmente. Este "mí" se denuncia a la conciencia poseyendo poderes de
creación y generación latentes, de todas clases. Su poder de energía
creadora es enorme, según puede sentirlo uno mismo. Pero, a pesar de todo,
se tiene la conciencia de que debe recibir alguna forma de energía, bien del
mismo "yo", inseparable compañero, o bien de algún otro "yo", a fin de que
así pueda producir sus creaciones mentales. Esta conciencia aporta consigo
una realización de la enorme capacidad de trabajo mental y de poder creador
que encierra.
El estudiante encuentra pronto que no es todo
lo que hay en conciencia íntima, pues ve que existe un algo mental que puede
"querer" que el "mí" obre de acuerdo con cierta línea creadora y que, sin
embargo, permanece aparte, como testigo de esa creación mental. A esta parte
de sí mismo se le da el nombre del "yo". Y puede reposar en su conciencia a
voluntad. Allí se encuentra, no una conciencia de una capacidad de generar y
crear activamente en el sentido del proceso gradual común a las operaciones
mentales, sino más bien de la conciencia de una capacidad de proyectar una
energía del "yo" al "mí": "Querer" que la creación mental comience y
proceda.
También se experimenta que el "yo" puede
permanecer aparte, testigo de las operaciones o creaciones mentales del
"mí". Este doble aspecto existe en la mente de toda persona, el "yo"
representa al Principio Masculino del género mental, y el "mí" al Principio
Femenino. El "yo" representa el aspecto de Ser; el "mí" el aspecto de
"devenir". Se notará que el principio de correspondencia opera en este plano
lo mismo que en el que se realiza la creación del Universo. Los dos son
parecidos, si bien difieren enormemente de grado. "Como arriba es abajo,
como abajo es arriba".
Estos aspectos de la mente - los principios
masculinos y femeninos - el "yo" y el "mí" - considerados en relación con
los fenómenos psíquicos y mentales ya conocidos, dan la clave maestra para
dilucidar la operación y manifestación de esas nebulosas regiones de la
mente. El principio del género mental aporta la verdad que se encierra en
todo el campo de los fenómenos de influencia mental.
La tendencia del principio femenino es siempre
la de recibir impresiones, mientras que la tendencia del masculino es a
darlas o a expresarlas. El principio femenino tiene un campo de acción mucho
más variado que el masculino. El principio femenino conduce el trabajo de
generar nuevos pensamientos, conceptos, ideas, incluso la obra de la
imaginación. El masculino se contenta con el acto de "querer" en sus varias
fases. Sin embargo, sin la ayuda activa de la voluntad del principio
masculino, el femenino puede contentarse con generar imágenes mentales que
son el resultado de impresiones recibidas del exterior, en vez de producir
creaciones mentales originales.
Las personas que pueden prestar continuada
atención a un sujeto emplean activamente ambos principios mentales: el
femenino, en el trabajo activo de la generación mental, y el masculino en
estimular y dar energía a la porción creadora de la mente. La mayoría apenas
hace uso del principio masculino, y se contenta con vivir de acuerdo con los
pensamientos e ideas que se filtran en su "mí" y provienen del "yo" de otras
mentalidades. Pero no es nuestro propósito detenernos en esta faz del
asunto, cosa que puede estudiarse en cualquier tratado bueno de psicología,
con la clave ya indicada sobre el género mental.
El estudiante de los fenómenos psíquicos
conoce la realidad de los maravillosos fenómenos clasificados como
telepatía, influencia mental, sugestión, hipnotismo, etc. Muchos han buscado
explicación a estas diversas fases de los fenómenos, siguiendo las teorías
de dualidad mental promulgadas por los diferentes instructores. Y, hasta
cierto punto, están en lo cierto, porque, realmente existe una manifestación
clara y definida de dos fases distintas de actividad mental. Pero si esos
estudiantes consideran esa dualidad a la luz de las enseñanzas herméticas
concernientes a la vibración y al género mental, verían que la clave tan
buscada la tienen al alcance de la mano.
En los fenómenos telepáticos se ve que la
energía vibratoria del principio masculino se proyecta hacia el principio
femenino de otra persona, y que esta última absorbe ese pensamiento y le
permite desarrollarlo y madurarlo. En la misma forma obra la sugestión y el
hipnotismo. El principio masculino de una persona da la sugestión dirigiendo
una corriente de energía o poder vibratorio hacia el principio femenino de
otra, y ésta, al aceptarla, la hace suya y piensa en consecuencia. Una idea
así alojada en la mente de otra persona crece y se desenvuelve, y a su
tiempo es considerada como una verdadera creación mental del individuo,
mientras que en realidad no es más que el huevo de un cuco puesto en el nido
del gorrión, pues aquel pájaro pone sus huevos en un nido ajeno. El proceso
normal es que el principio masculino y el femenino de una persona obren
coordinada y armoniosamente conjuntamente. Pero, desgraciadamente, el
principio masculino del hombre corriente es demasiado inerte y perezoso para
obrar y el y el despliegue de poder volitivo es muy ligero, y, en
consecuencia, la mayoría está dirigida por las mentes y voluntades de los
demás a quienes se permite querer y pensar por uno mismo. ¿Cuántos
pensamientos u obras originales hace el hombre corriente? ¿No es la mayoría
de los hombres simple sombra o eco de los que tienen una mente o voluntad
más fuerte que la suya? La perturbación proviene de que el hombre corriente
descansa casi completamente en su conciencia del "mí" y no comprende que,
realmente tiene un "yo". Está polarizado en su principio femenino mental, y
su principio masculino, en el que reside la voluntad, está inactivo e
inerte.
El hombre fuerte del mundo manifiesta
invariablemente el principio masculino de voluntad, y su fuerza depende
materialmente de este hecho. Y en vez de vivir en las impresiones que le
producen otras mentalidades, domina su propia mente, mediante su voluntad,
obteniendo así la clase de imágenes mentales que quiere y domina y dominando
así también las mentes ajenas de la misma manera.
Contémplese un hombre fuerte y véase como se
las arregla para implantar sus gérmenes mentales en la mente de las masas,
obligándolas así a pensar de acuerdo con sus deseos. Este es el porqué las
masas son como rebaños de carneros, que nunca originan una idea propia ni
emplean sus propios poderes y actividades mentales.
La manifestación del género mental puede
notarse en todas partes diariamente. Las personas magnéticas son las que
pueden emplear su principio masculino para imprimir sus ideas sobre los
demás. El actor que hace reír o llorar a la concurrencia está haciendo uso
de este principio. Igualmente sucede con el orador, político, predicador o
cualquier o cualquier otro que atraiga la atención pública. La influencia
peculiar que ejerce un hombre sobre otro es debido a la manifestación del
género mental según las líneas vibratorias ya indicadas. En este principio
está el secreto del magnetismo personal, de la fascinación, etc., así como
también de los fenómenos agrupados bajo el nombre de hipnotismo.
El estudiante que se ha familiarizado con los
fenómenos generalmente denominados psíquicos habrá descubierto la importante
parte que desempeña en los citados fenómenos esa fuerza que la ciencia llama
"sugestión", por cuyo término se indica el proceso o método por el cual se
transfiere una idea o se imprime sobre la mente de otro, obligando así a la
segunda mentalidad a obrar concordantemente. Una verdadera comprensión de la
sugestión es necesaria para comprender inteligentemente los varios fenómenos
psíquicos a que la sugestión da origen. Pero aun es más necesario el
conocimiento de la vibración y del género mental, porque todo el principio
sugestivo depende de estos.
Los escritores sobre la materia de sugestión
dicen que la mente objetiva o voluntaria es la que hace la impresión mental,
o sugestión, sobre la mente subjetiva o involuntaria. Pero no describen el
proceso ni indican alguna analogía mediante la cual sea más fácil comprender
la idea. Si se contempla el asunto a la luz de las enseñanzas herméticas, se
verá que la energización del principio femenino por la energía vibratoria
del masculino está de acuerdo con las leyes universales de la naturaleza, y
el mundo natural ofrece innumerables analogías que facilitan la comprensión
del principio. En realidad, la doctrina hermética afirma que la misma
creación del universo obedece a dicha ley y que en todas las manifestaciones
creadoras sobre los planos espiritual, mental, y físico, siempre está en
operación el principio de género: la expresión de los principios masculino y
femenino. "Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba". Y aun más que
esto: cuando se comprende este principio se es capaz de clasificar
inteligentemente de inmediato los variados fenómenos psicológicos, en vez de
quedarse confuso ante ellos. El principio realmente trabaja en la práctica,
porque está basado sobre las leyes universales e inmutables de la vida.
No entraremos ahora en una dilucidación
detallada de los diversos fenómenos concernientes a la influencia mental o a
la actividad psíquica. Hay muchos libros, en su mayor parte muy buenos, que
se han escrito últimamente sobre el asunto. Los hechos principales señalados
en esas obras son exactos, aunque los diversos autores tratan de explicarlos
por las diferentes teorías de su propia cosecha. El estudiante puede
familiarizarse con estas materias, y utilizando la doctrina del género
mental podrá coordinar convenientemente la masa caótica de teorías y
enseñanzas en conflicto, y podrá, además, adueñarse completamente del asunto
si a ello se sintiera inclinado. El objeto de esta obra no es el de dar una
explicación extensa de los fenómenos psíquicos, sino más bien el de indicar
sencillamente la clave maestra que abre las muchas puertas que conducen al
Templo del Saber, si se desea explorar su interior. Creemos que al examinar
las enseñanzas encerradas en el "Kybalion" es fácil encontrar la explicación
de muchas dificultades que confunden. De nada sirve entrar en detalles
referentes a las muchas características de los fenómenos psíquicos y
mentales si al estudiante le son dados los medios para comprender el asunto
que atrae su atención. Con la ayuda del "Kibalion" se puede entrar en
cualquier biblioteca, pues la antigua luz de Egipto iluminará las páginas
confusas y los problemas obscuros. Éste es el verdadero objeto de esta obra.
No venimos a exponer una filosofía nueva, sino a suministrar las bases
fundamentales de la antigua enseñanza universal que esclarece todas las
doctrinas, y que servirá para conciliar todas las teorías, por diferentes u
opuestas que parezcan.