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LA
IMAGINACIÓN
La imaginación es una
facultad maravillosa a la que mucho deben el arte, las ciencias y todas las
actividades humanas. Pero es muy peligrosa en aquellos que no saben
distinguir lo esencial de lo secundario. La imaginación es una máquina de
gran fuerza que debe ser dirigida por la prudencia y la sabiduría porque, si
discurre a sus anchas, desfigura la realidad de las cosas y de las personas.
Es como una muela que todo lo tritura y pulveriza, un Pegaso, a veces
invencible, que tiene por alas la inestabilidad y la inconstancia. No conoce
ni la paz ni el sosiego, es una cuerda fina muy sensible que sólo bien
sujeta a la voluntad y a la razón emite sonidos armónicos. Es la loca de la
casa, desprovista por completo de sentido común. Cuando no la sujetan el
juicio y la voluntad, la imaginación obliga a nuestra alma a navegar por el
mar de la vida sin velas ni timón.
La imaginación desbordada nos lleva desde la confianza excesiva hasta la
desesperación, estropea la sensibilidad, agranda los males reales de la
existencia y es violenta, extremista y fugaz. Allí donde ella predomina todo
es superficial, intranquilidad, prácticas espirituales escogidas entre las
del último modelo, ardor y turbulencia. Pero no hay paz ni orden. Si la
imaginación entrara en una colmena no habría no habría paz por fuera ni miel
por dentro. Es un demonio que entra en nuestra alma tan sutilmente que
muchas personas se han lamentado de sus agudos sufrimientos porque no
supieron distinguir a tiempo entre lo que es imaginación y lo que es la
realidad de las cosas del cielo y de la tierra.
Para poder utilizar correctamente las poderosas fuerzas de la imaginación es
preciso poner en juego la sabiduría. Ésta es como un fino olfato que nos
descubre el perfume de lo adecuado. La sabiduría nos enseña a deshacernos de
la esclavitud de la imaginación por que nos capacita para poder juzgar todas
las cosas con justicia y con rectitud de corazón, con un criterio que surge
de la grandeza de Dios para que podamos ver con claridad la propia flaqueza,
la ineptitud y los fantasmas del ego. La sabiduría surge de la consciencia y
todo lo sabe, entiende todas las cosas, guía a los que la poseen en todas
sus empresas y les protege con su poder. Nuestras imaginaciones son
engañosas, alucinógenas, incapaces de mostrarnos la verdad de las cosas y
totalmente ineptas cuando necesitamos discernir.
La sabiduría no permite la embriaguez que abruma cuando la fortuna sonríe ni
consiente el abatimiento en horas adversas. Quien no trata íntimamente con
la sabiduría puede conquistar, mediante su frivolidad y desenvoltura
exterior, la simpatía de aquellas personas irreflexivas, y con ello
encuentra compañeros entre los filósofos mundanos. Pero tan pronto como
soplan vientos adversos podemos comprobar lo poco que sirven esos
fundamentos. Debemos vivir de manera consciente, sabia y obrar
adecuadamente. Si no vivimos espiritualmente cuando llegue la hora de la
prueba nos sentiremos perdidos, fuera de sitio y arrastrados al fuego de la
perdición. En los falsos espirituales todo es superficialidad. Cuando la
vida les va viento en popa se muestran simpáticos y seductores, pero en
realidad les falta ese don que impulsa a las personas verdaderamente
espirituales a obrar como si la virtud hubiera nacido con ellas, a obrar con
tanta facilidad y placer como si todos los deberes fueran acordes con sus
más íntimas inclinaciones.
Las personas espirituales no tienen nada que ver con “la alegría que pasa” o
con “la alegría del mercado”. Su felicidad es por completo diferente. No
desconocen las dificultades pero, acostumbrados a mirarlo todo con
consciencia y con sabiduría, desde una perspectiva divina, avanzan
magnánimamente y, a través de dificultades insospechadas, obran con
justicia.
La consciencia de la verdad da sabiduría sobre las cosas que se necesitan
conocer y libra de la equivocación y del error en los pensamientos y obras.
Pero el acre olor de la vida equivocada y del error no perciben los seres
humanos de nuestro tiempo. Éstos están saturados por todo lo que les llega a
los sentidos y no perciben la seguridad y la dulzura de los caminos de Dios.
Todas las imprudencias y los errores que se pueden observar en la vida de
muchas personas “espirituales”, más bien intencionadas que inteligentes,
nacen del predominio de la imaginación sobre la prudencia y la sabiduría. La
fuente de las verdaderas riquezas, de la inteligencia, de la justicia, del
poder y de todos los bienes es la consciencia. Si dejamos que surja en
nosotros su luz nos dará la victoria sobre la oscuridad y nos conducirá por
caminos maravillosos. No hay ninguna persona superior que se deje guiar por
la imaginación.
No pretendemos ahogar la sensibilidad cortándole las alas a la imaginación,
ni dejar de reconocer los servicios que la imaginación presta a la
humanidad, pero es necesario que observemos un equilibrio en nuestras
facultades y sometamos la facultad inferior a las más elevadas, y aquí es
imprescindible someter la imaginación a la inteligencia y a la voluntad.
La responsabilidad moral reside en el querer deliberado y racional, por eso
no hay defecto más peligroso que el de dar demasiados vuelos a la
imaginación. Ésta se encuentra siempre cargada de mil fantasmas que oprimen
y debilitan al alma. En la vida espiritual somos lo que es nuestra voluntad,
pues nadie puede ser obligado a querer si no quiere. La imaginación es
inquieta, rebelde y caprichosa, pero sus fantasías no pueden quebrantar la
fuerza de la voluntad, que debe estar siempre anclada en Dios y en la verdad
en todas las decisiones y propósitos. La voluntad, solicitada aquí y allá
por bajos deseos normalmente contrarios entre sí, debe ser nuestra reina
interior que, aconsejada por la inteligencia, resida en un castillo
inaccesible a las potestades infernales y terrenales. La voluntad nada puede
por sí sola y todo lo puede con el auxilio de Dios. No perdemos nada de
nuestra libertad por la participación de Dios, que nos ayuda a sujetarnos a
la verdad y al bien. Somos personas espirituales si vivimos conscientemente
y obramos apropiadamente, si nuestra voluntad determina que en nosotros todo
se dirija a Dios y al bien. Somos de la Luz si a la Luz dirigimos el
pensamiento, el afecto y la voluntad.
El mal surge cuando la voluntad se desvía y toma una mala dirección o cuando
se rompe. Hoy en día se vive bajo una especie de anarquía y libertinaje en
vez de vivir bajo la autoridad que nace de la consciencia. Los seres humanos
cambiamos constantemente, somos como camaleones que cambian de color a cada
momento porque no impera en nosotros una voluntad firme al servicio de la
verdad y del bien. Nos guían la imaginación y el deseo en lugar de la
cordura, la reflexión y la sensatez. Vivimos separados de la verdad y de la
sencillez. Y dondequiera que estemos echamos de menos la unidad y la firmeza
de vida, cuando es éste uno de los mayores atractivos y la nota quizás más
sorprendente en la conducta de las personas desarrolladas espiritualmente.
La persona espiritual escribe el libro de su vida con la tinta de la verdad
y de la rectitud. Su imaginación es limpia, la verdad es la luz de su
inteligencia y la rectitud la regla de su voluntad. La sencillez, la
sensibilidad y la voluntad, que resplandecen por el equilibrio de la
inteligencia, son una nota muy característica de la espiritualidad y de
todas las personas evolucionadas. La doblez y la espiritualidad se repelen;
estas son enemigas de toda afectación e ignoran esa diplomacia que quiere
dejar buena impresión de sí en casa ajena. Si algo les preocupa es engañar a
otras personas al infundirles demasiada buena opinión de ellas mismas.
Aquello que una persona espiritual ha resuelto llevar a cabo lo realiza con
un decidido valor, sometiendo todo impulso humano a su propia consciencia,
que siempre tiene presente. No se amilanan ante las cosas extraordinarias,
sino que se alegran de hacer lo que les exige desarrollar el mayor esfuerzo
antes que aquello que no opone dificultad. Saben tratar a los grandes con la
misma franqueza que si pertenecieran a la misma clase social y, si lo creen
necesario, les dicen la verdad y condenan sus defectos. La conversación con
estos seres evolucionados suele ser a la vez amable, dulce, jovial, franca,
seria y prudente. En su relación con todo el mundo son cordiales y afables
cuando deben serlo. Tienen siempre libre el espíritu, de forma que quienes
conocen los grandes dones que poseen de Dios y los difíciles asuntos que
continuamente tienen que resolver se asombran de verlos obrar exteriormente
como si nada tuvieran que hacer. El menor disimulo, la más pequeña
maledicencia hallan en ellas un enemigo encarnizado. La gratitud de estas
almas es tal que jamás olvidan un favor que se les haya hecho, y en medio de
su sencillez son ordenados, limpios y elegantes. Todo es fruto de su
consciencia y de obrar adecuadamente.
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