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LA
EXPLOTACIÓN LABORAL DE LOS NIÑOS
Los niños pueden empezar a trabajar a los 5 años,
ganando una miseria y sufriendo riesgos laborales y amenazas de abusos por
parte de los empleadores. Millones de ellos trabajan esclavizados en todos
los sectores: agrícola, servicio doméstico, minería, textil, pesca de gran
profundidad –buceadores-, construcción, material deportivo, calzado
deportivo, equipamiento quirúrgico, cerillas y pirotecnia, carbón vegetal,
fábricas de cristal y cerámica.
La pobreza
también incide en la infancia. Nunca se ha visto un niño rico trabajar. La
relación entre pobreza familiar y trabajo infantil es evidente. El trabajo
que depende de los niños como mano de obra barata, sumisa y vulnerable, es
también causa y no sólo consecuencia, de la pobreza social e individual. Un
niño, que será un futuro adulto, su familia y su país son vendidos por menos
de cinco dólares al mes. Analfabetos de por vida, si tienen tiempo y no
están agotados, podrán ir a una escuela informal, no reglada por el Estado,
pero nunca tendrán un título elemental. Analfabeto, no podrá defender sus
derechos, tampoco cundo sea adulto.
Sólo los hijos
de las familias pobres trabajan, pues todos ellos se encuentran en una
situación de carencia. La explotación infantil está en estrecha correlación
con la distribución injusta de la riqueza y aumenta cuando se dejan solas a
las familias para afrontar su pobreza. Sin escuelas y sin sanidad gratuitas,
sin seguridad social, para satisfacer sus necesidades básicas las familias
deben pedir a todos sus miembros la colaboración para lograr sobrevivir.
Cuando la
situación económica se degrada aumenta el paro de la población adulta,
entonces las familias piden la ayuda, aunque limitada, que procede del
trabajo infantil. Las empresas prefieren a los niños porque se les puede
explotar mejor. Los gobiernos son a menudo cómplices directos o indirectos,
pues permiten que los trabajadores adultos perciban salarios insuficientes
para mantener a sus familias -el mismo salario mínimo legal, en la mayor
parte de los países garantiza un poder adquisitivo ínfimo.
Las
consecuencias del trabajo para la salud de los niños son muy graves. Sufren
lesiones visuales y óseas, deformaciones, numerosos accidentes, muerte
temprana... Gran parte de los niños sometidos a trabajo forzoso no llega
nunca a los 12 años. Muchos niños sufren trastornos de estómago o dolores de
cabeza como consecuencia de su aislamiento emocional. Otros parecen
retardados física y psíquicamente, sin que en realidad lo sean. De hecho,
una vez liberados de su situación e integrados en una comunidad pueden
convertirse en los mejores alumnos de la clase.
Estos niños
tienen la salud hipotecada. Casi todas las criaturas que trabajan acarrean
pesos y mantienen posturas forzadas por mucho tiempo, y no tienen ni un
crecimiento ni un desarrollo óseo adecuados. Se suelen quedar más bajos de
estatura, jorobados y cansados, tal vez con tuberculosis. La exposición
continua al polvo, a los productos químicos, al calor y quizás a la falta de
luz –en algunos casos por ser la luz excesiva- afecta a los pulmones, a los
ojos, al hígado y a los riñones. Los ruidos también les causan sorderas
parciales.
Además sufren daños psicológicos. La ausencia de tiempo para jugar y de
descanso y el distanciamiento de las familias tienen repercusiones nefastas
sobre la sicología infantil. Los efectos psíquicos y físicos de la
explotación infantil son devastadores.
Con el trabajo
infantil, la sociedad queda empobrecida para siempre. La relación
niños/fuerza de trabajo lleva consigo una alta tasa de mortalidad, incentiva
una mayor natalidad y alimenta la espiral de la pobreza. Las naciones
heredan una nueva generación de trabajadores con bajos ingresos, sin
especialización, analfabetos, tal vez enfermos o inválidos. En vez de
conseguir aliviar la pobreza esta se agrava.
Un niño
produce casi lo mismo que un adulto, pero gana mucho menos, normalmente un
tercio. Por el trabajo de los niños, el poder adquisitivo de las familias
aumenta como máximo entre un 10 y un 20%, lo que significa que éstas
continúan en el mismo nivel de pobreza. Sin hacer mención a los casos de las
familias que han obtenido anticipos y el niño es obligado a trabajar gratis.
Es raro que un niño que trabaje de forma dependiente gane a la semana más de
los que cuesta un kilo de arroz.
Los niños no
tienen elección, son traídos de pueblos lejanos, engañados por supuestas
buenas perspectivas y con el pago de una contrapartida a sus paupérrimos e
ignorantes padres. Muchos de esos niños mueren cada año manipulando
pesticidas en las plantaciones. Los pesticidas significan un grave peligro
para los niños que trabajan en plantaciones, a los que son especialmente
sensibles por estar en una etapa de crecimiento. En áreas rurales del tercer
mundo hay más muertes infantiles causadas por los pesticidas que por todas
las demás enfermedades propias de la infancia juntas.
En muchas
ocasiones, el esfuerzo físico requerido para trabajar es abrumador.
Descalzos y con las manos desprotegidas, suelen utilizar herramientas con
las que corren constantemente el riesgo de cortarse los dedos, las manos y
mutilarse. Las criaturas constituyen un tanto por ciento muy elevado de la
mano de obra y se ven involucrados en muchos de los accidentes laborales. A
pesar de todo, muchos creen estar en deuda con su amo, aunque su mayor queja
es el cansancio.
En las
etiquetas de los juguetes podrán estar escritas diferentes marcas
comerciales que son conocidas por todos, pero la práctica totalidad de los
juguetes se producen en el Tercer Mundo, donde niños y niñas trabajan
durante doce horas al día, en contacto con materiales plásticos inflamables,
en ambientes sofocantes, en medio de la suciedad casi sin comida,
desnutridos, y durmiendo en campamentos-guetos o en el mismo local.
Millones de
niños trabajan también en las calles. Escalando montañas humeantes de
basura, en los basureros de muchas ciudades, para rescatar cualquier residuo
útil. Un trabajo extremadamente arriesgado desde el punto de vista sanitario
y que, además, atrae el desprecio sobre quien lo realiza.
Sus jornadas
de trabajo empiezan a las cuatro y media de la mañana. Lustran zapatos,
portean bultos, venden géneros diversos, mendigan, limpian cristales,
parabrisas o son limpiabotas. Muchos hacen de animales de carga,
transportando mercancías y personas sobre carritos, explotados por sus
propietarios. Los niños de la calle se encuentran principalmente en los
núcleos urbanos y no tienen lugar fijo de residencia. Vagan de un sitio para
otro, duermen en el exterior de edificios o tiendas en colchones de cartón o
de paja, y comen alimentos poco nutritivos que compran en la calle con sus
escasos ingresos.
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