Cuando uno viaja alrededor del mundo se da cuenta
hasta qué grado tan extraordinario la naturaleza humana es la misma, ya sea
que nos encontremos en Asia o en América, en Europa o en Oceanía. Uno se da
cuenta de esto especialmente en colegios y universidades. Desafortunadamente
estamos produciendo, como si estuviéramos utilizando un molde, un tipo de
ser humano cuyo interés principal es encontrar seguridad, llegar a ser
alguien importante, o divertirse eludiendo la más mínima reflexión.
La educación convencional
vuelve extremadamente difícil el pensar independiente. El amoldamiento nos
condena a la mediocridad. Ser diferente del grupo o resistir el entorno no
es fácil, y a menudo es peligroso en tanto rindamos culto al éxito. El
impulso de triunfar, que implica perseguir la recompensa, ya sea en el mundo
material o en la esfera así llamada espiritual, la búsqueda de seguridad
interna o externa, el deseo de comodidades, el anhelo de poder... todo este
proceso sofoca el descontento, pone fin a la espontaneidad y engendra miedo;
y el miedo bloquea la inteligente comprensión de la vida. Con el
envejecimiento, sobreviene la insensibilidad de la mente y del corazón.
Al buscar bienestar, consuelo,
encontramos por lo general un rincón tranquilo en la vida, y entonces
tenemos miedo de salir de ese aislamiento. Este miedo a la vida, este miedo
a la lucha y a una nueva experiencia, mata en nosotros el espíritu de
aventura; toda nuestra crianza y educación nos han infundido temor a ser
diferentes de nuestro prójimo, temor a pensar de modo contrario al patrón
establecido por la sociedad, falsamente respetuoso de la autoridad y la
tradición.
Afortunadamente, hay sobre
esta bella Tierra algunas personas que son serias, que desean y están
dispuestos a examinar nuestros problemas humanos, sin el prejuicio de la
derecha o de la izquierda, sin la losa de ninguna religión o ideal. Pero en
la inmensa mayoría de seres humanos no hay un verdadero espíritu de
descontento, de rebelión. Cuando sin comprender el entorno, el medio en el
que vive, una persona cede a él, cualquier espíritu de rebelión que pudiera
haber tenido se extingue gradualmente y sus responsabilidades pronto le
ponen fin.
La rebelión puede ser de dos
clases. Por un lado está la rebelión violenta, que es una simple reacción
-en la que no hay comprensión alguna— contra el orden existente; y por otro
está la profunda rebelión psicológica que realiza la inteligencia. Hay
muchos que se rebelan contra las ortodoxias establecidas, pero no son
conscientes de que lo hacen sólo para caer en nuevas ortodoxias, para quedar
atrapados en más ilusiones y encubiertas autoindulgencias. Lo que por lo
general sucede es que rompemos con un grupo o con una serie de ideales y nos
adherimos a otro grupo, adoptamos otros ideales, generando así un nuevo
patrón de pensamiento contra el cual nuevamente tenemos que rebelarnos. La
reacción sólo genera oposición, y la reforma necesita siempre de posteriores
reformas.
Pero
hay una rebelión inteligente que no es reacción, y que llega con el
conocimiento propio, mediante la percepción de nuestro propio pensar y
sentir. Cuando nos enfrentamos a la experiencia tal como se presenta
y no evitamos las perturbaciones, sólo entonces, mantenemos la inteligencia
altamente despierta; y la inteligencia altamente despierta es
discernimiento directo, el cual constituye la única guía verdadera en la
vida.
Ahora bien, los seres humanos
no conocemos el significado de la vida, la razón por la que vivimos y
luchamos. Si se nos educa tan sólo para lograr distinción social, para
obtener un empleo mejor, para ser más eficientes, para ejercer un dominio
más amplio sobre los demás, entonces nuestras vidas serán superficiales y
vacías. Si se nos educa tan sólo para ser científicos, eruditos apegados a
los libros, o especialistas adictos al conocimiento, estaremos contribuyendo
a la destrucción y a la desdicha del mundo.
Si bien existe un significado
más elevado y vasto de la vida, poco valor tiene nuestra educación si no nos
ayuda jamás a descubrirlo. Podemos ser sumamente educados, pero si no hay en
nosotros una integración profunda de pensamiento y de sentimiento nuestras
vidas serán incompletas, contradictorias, y se hallarán atormentadas por
múltiples temores; y en tanto los educadores no trabajemos para que en las
personas florezca una vida unificada, la educación tendrá muy poco valor.
En nuestra civilización actual
hemos dividido la vida en tantas secciones, que la educación tiene poco
sentido excepto para aprender determinada técnica o profesión. En vez de
despertar la inteligencia, que surge de la integración de la persona, la
educación le incita a amoldarse a un patrón determinado, y de esa forma, la
misma educación le está impidiendo que se comprenda a sí misma como un
proceso total. El intento de resolver los innumerables problemas de la
existencia en sus respectivos niveles, separados como están en diversas
categorías, denota una absoluta falta de comprensión.
El ser humano está compuesto
de diferentes entidades, pero acentuar las diferencias y estimular el
desarrollo de un tipo definido de entidad, conduce a múltiples complejidades
y contradicciones. La educación debe originar la integración de estas
entidades separadas, porque sin integración la vida se convierte en una
serie interminable de conflictos y sufrimientos. De poco vale que se nos
eduque como abogados, si perpetuamos los litigios. Ciertamente, el
conocimiento que intentamos transmitir no tiene ningún valor si continuamos
con nuestra confusión, y tampoco tiene ningún significado inteligente
adquirir ninguna capacidad técnica e industrial, si la usamos para
destruirnos unos a otros. Ningún sentido tiene nuestra existencia si ella
nos conduce a la violencia y a la completa infelicidad. Aunque podamos tener
dinero y seamos capaces de ganarlo, aunque tengamos nuestros placeres y
nuestras religiones organizadas, nos debatimos en un conflicto interminable.
Lo personal es lo accidental,
las circunstancias del nacimiento, el entorno en el que nos tocó criarnos,
con sus nacionalismos, sus supersticiones, sus diferencias de clase y sus
prejuicios. Lo personal o accidental es momentáneo, aunque ese momento pueda
durar toda una vida; y como el actual sistema educativo se basa en lo
personal, en lo accidental, lo momentáneo, conduce a la perversión del
pensamiento e inculca en nosotros los miedos autodefensivos.
Todos hemos sido preparados
por la educación y el medio para buscar el provecho personal y la seguridad,
y para luchar por nosotros mismos. Aunque lo disimulemos con frases
agradables, hemos sido educados por las diversas profesiones, dentro de un
sistema basado en el temor, la explotación y el afán adquisitivo. Una
educación semejante debe traer inevitablemente confusión y desdicha para
nosotros mismos y para el mundo, porque crea en cada individuo esas barreras
psicológicas divisivas que lo mantienen separado de los demás.
La educación no es un mero
asunto de adiestrar la mente. El adiestramiento contribuye a la eficiencia,
pero no genera integración. Una mente que tan sólo ha sido adiestrada es la
continuación del pasado, una mente así jamás puede descubrir lo nuevo. Por
eso, para averiguar qué es la verdadera educación, tendremos que investigar
todo el significado del vivir.
Para la mayoría de nosotros,
el significado de la vida como una totalidad no es de primordial
importancia, y nuestra educación acentúa los valores secundarios,
volviéndonos expertos en alguna rama del conocimiento. El conocimiento y la
eficiencia son necesarios, pero hacer un hincapié fundamental en ellos sólo
da por resultado conflicto y confusión.
Existe una eficiencia que,
inspirada en el amor, va mucho más allá y es más grande que la eficiencia de
la ambición. Y sin amor, que trae consigo una comprensión integrada de la
vida, la mera eficiencia engendra crueldad. Y es esto lo que actualmente
está ocurriendo en todo el mundo. Nuestra educación presente está adaptada a
la industrialización y la guerra, siendo su principal propósito desarrollar
la eficiencia; y nosotros nos hallamos atrapados en esta maquinaria de
competencia despiadada y destrucción mutua. Si la educación nos conduce a la
guerra, si nos enseña a destruir o ser destruidos, esto quiere decir que la
educación ha fracasado completamente.
Para dar origen a la verdadera
educación, es obvio que debemos comprender el significado de la vida como
una totalidad, y para eso tenemos que ser capaces de pensar, no
consecuentemente, sino de manera directa y veraz. Un pensador consecuente es
una persona irreflexiva, porque se ajusta a un modelo; repite frases y
piensa conforme a una rutina. No podemos comprender la existencia de modo
abstracto o teórico. Comprender la vida es comprendernos a nosotros mismos,
y eso es tanto el principio como el fin de la educación.
La educación no consiste tan
sólo en adquirir conocimientos, en reunir datos y correlacionarlos; la
educación es ver el significado de la vida como una totalidad. Pero lo total
no puede ser abordado a través de la parte, que es lo que intentan hacer los
gobiernos, las religiones organizadas y los partidos políticos autoritarios.
El objeto de la educación es
crear seres humanos integrados y, por lo tanto, inteligentes. Podemos
adquirir títulos y ser eficientes desde el punto de vista mecánico, sin que
por eso seamos inteligentes. La inteligencia no es simple información; no se
obtiene de los libros ni consiste en ingeniosas respuestas autoprotectoras y
afirmaciones agresivas. Una persona que no ha estudiado puede ser más
inteligente que una erudita. Hemos hecho de los exámenes y los títulos la
norma de inteligencia, y hemos desarrollado mentes astutas que eluden las
cuestiones humanas vitales. La inteligencia es la capacidad de percibir lo
esencial, lo que es; y la educación consiste en despertar esta
capacidad en uno mismo y en los demás.
La educación debe ayudarnos a
descubrir valores auténticos y perdurables, con el fin de que no nos
aferremos simplemente a fórmulas ni a repetir eslogans. La educación debe
ayudarnos a derribar nuestras barreras nacionales y sociales en vez de
acentuarlas, porque las fronteras, cualquiera que sea su género, engendran
antagonismo entre los seres humanos. Desgraciadamente, el sistema actual de
educación nos vuelve serviles, mecánicos y profundamente irreflexivos.
Aunque nos despierta intelectualmente, en lo interno nos deja incompletos,
atontados y faltos de creatividad.
Sin una comprensión integrada
de la vida, nuestros problemas intelectuales y colectivos sólo se ahondarán
y extenderán. El propósito de la educación no es producir meros eruditos,
técnicos y buscadores de empleos, sino seres humanos integrados y libres de
miedo; porque únicamente entre seres humanos así puede haber paz duradera.
En la comprensión de nosotros
mismos, el miedo llega a su fin. Si el ser humano ha de abordar la vida de
instante en instante, si tiene que enfrentarse a sus complicaciones, a sus
desdichas y exigencias repentinas, debe ser infinitamente flexible y, por lo
tanto, debe estar libre de teorías y de patrones particulares de
pensamiento.
La educación no ha de
estimular al ser humano para que se amolde a la sociedad ni para que se
oponga a ella, sino que debe ayudarle a descubrir los verdaderos valores que
se revelan con la investigación imparcial y la percepción de nosotros
mismos. Cuando no hay conocimiento propio, la autoexpresión se vuelve
autoafirmacion, con todos sus conflictos ambiciosos y agresivos. La
educación debe despertar la capacidad de conocernos a nosotros mismos y, por
eso mismo, no complacernos meramente en la gratificadora autoexpresión.
De nada sirve que aprendamos
si en el proceso del vivir nos destruimos a nosotros mismos. Por poco que
miremos a nuestro alrededor nos daremos cuenta de que es evidente que hay
algo radicalmente erróneo en el modo como educamos a nuestros hijos. Casi
todos nos damos cuenta de esto, pero no sabemos cómo afrontarlo.
Los sistemas, ya sean
educativos o políticos, no cambian por arte de magia; se transforman cuando
hay un cambio fundamental en nosotros mismos. Lo que tiene importancia
básica es el ser humano, no el sistema; y mientras el ser humano no
comprenda la totalidad de sí mismo, ningún sistema de la izquierda o de la
derecha, podrá traer orden y paz al mundo.