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Educación e Integridad.
La mayor parte de nosotros perseguimos la seguridad y el éxito; y una mente
que busca la seguridad, que ansía el triunfo, no es inteligente y es por lo
tanto incapaz de la acción integrada. Sólo puede haber acción integral si
una comprende su propio condicionamiento, sus prejuicios raciales,
nacionales, políticos y religiosos; es decir, si uno se da cuenta de que las
modalidades del “yo” tienden siempre a la separatividad.
La vida es un pozo de aguas profundas. Podemos llegar hasta él con baldes
pequeños y sacar sólo poco agua, o podemos venir con grandes cubos y sacar
mucho agua para alimentarnos y fortalecernos. Cuando se es joven se está en
la época de investigar, de experimentar con todo. La escuela debe ayudar a
los jóvenes a descubrir su vocación y sus responsabilidades, y no meramente
atiborrar sus mentes con datos y conocimiento técnico; debe ser la tierra en
la cual puedan crecer sin miedo, feliz e íntegramente.
Educar a un niño es ayudarlo a comprender la libertad y la integración. Para
tener libertad tiene que haber orden, que sólo la virtud puede dar; y la
integración sólo se produce en medio de una gran sencillez. Partiendo de
innumerables complejidades debemos llegar a la sencillez. Debemos ser
sencillos en nuestra vida interna y en nuestras necesidades externas.
La educación de hoy se ocupa tan sólo de la eficiencia externa; desatiende
totalmente o pervierte deliberadamente la naturaleza interna del ser humano;
desarrolla sólo una parte de él y abandona el resto para que se desenvuelva
lentamente lo mejor que pueda. Nuestra confusión, nuestro antagonismo y
nuestros temores internos, siempre dominan la estructura externa de la
sociedad, no importa lo hábilmente construida que esté. Cuando no hay
verdadera educación nos destruimos mutuamente, y es imposible la seguridad
física de cada uno. Educar bien al alumno es ayudarlo a entender el proceso
total de su ser; porque sólo cuando hay integración de la mente y el corazón
en cada acción cotidiana, es que puede haber inteligencia y transformación
interna.
Al ofrecer información y entrenamiento técnico la educación, sobre todo,
estimular una visión integral de la vida; debe ayudar al alumno a reconocer
y a destruir en sí mismo, todas las distinciones y todos los perjuicios
sociales y disuadirlo de la persecución codiciosa del poder y de la
autoridad. Debe estimularle a la verdadera observación de sí mismo y a vivir
la vida en su totalidad, lo cual no es dar significación sólo a una parte,
al “mí”, y a “lo mío”, sino ayudar a la mente a ir por encima y más allá de
sí mismo para descubrir lo real.
Se llega a la libertad únicamente mediante el conocimiento de sí mismo en
los menesteres cotidianos; es decir, en las relaciones con la gente, con las
cosas, con las ideas y con la naturaleza. Si el educador ayuda al estudiante
a integrarse, no puede acentuar de un modo fanático o irrazonable, ningún
aspecto particular de la vida. Es la comprensión del proceso total de la
existencia lo que produce la integración. Cuando hay autoconocimiento cesa
el poder de crear ilusiones; y sólo entonces es posible que la realidad o
Dios sea.
Los seres humanos deben estar integrados si han de salir de cualquier
crisis, especialmente de la presente crisis mundial, sin sufrir menoscabo
alguno; por lo tanto, para los padres y maestros que están realmente
interesados en la educación, el principal problemas es cómo desarrollar un
individuo integrado. Para hacer esto, evidentemente el educador mismo debe
estar integrado; de modo que la verdadera educación es de suprema
importancia, no sólo para los jóvenes, sino también para los viejos si
quieren aprender y no están ya anquilosados. Lo que somos en nuestro fuero
interno es mucho más importante que la cuestión tradicional de qué se le
debe enseñar al niño, y si amamos a nuestros hijos, debemos procurar que
tengan verdaderos educadores.
Enseñar no debe convertirse en la profesión de un especialista. Cuando ese
es el caso, y así sucede con frecuencia, el amor es esencial en el proceso
de la integración. Para que haya integración debe haber libertad de temor.
La ausencia del temor trae la independencia sin crueldad, sin desprecio para
los demás, y este es el factor más esencial en la vida. Sin amor no podemos
resolver nuestros numerosos problemas conflictivos; sin amor la adquisición
de conocimientos sólo aumenta la confusión y conduce a la propia
destrucción.
El ser humano integrado llegará a la técnica por medio de la vivencia,
porque el impulso creativo crea su propia técnica, y ese es el arte supremo.
Cuando un niño tiene el impulso creativo de pintar, pinta, sin cuidarse de
la técnica, De la misma manera, las personas están “viviendo”, y por lo
tanto enseñando, son los únicos verdaderos maestros; y ellos a su vez
crearán propia técnica.
Esto parece muy sencillo, pero solamente es una profunda revolución. Si lo
pensamos bien, podemos ver el efecto extraordinario que tendrá en la
sociedad. Hoy por hoy, la mayor parte de nosotros estamos agotados a los
cuarenta y cinco o cincuenta años de edad, por la esclavitud de la rutina,
por causa de la sumisión, del temor y de la aceptación; para nada servimos,
aunque luchemos en una sociedad que tiene muy poca significación, excepto
para los que la dominan y están seguros. Si el maestro ve esto y vive él
mismo en realidad, entonces, cualquiera que sea su temperamento y sus
habilidades, su enseñanza no será asunto de rutina y sí un instrumento de
ayuda.
Para comprender a un niño tenemos que observarlo en sus juegos, estudiarlo
en sus diferentes actitudes; no podemos imponerle nuestros propios
prejuicios, esperanzas y temores, o moldearlo de acuerdo con el patrón de
nuestros deseos. Si constantemente juzgamos al niño de acuerdo con nuestros
propios gustos y antipatías, nos exponemos a crear barreras y obstáculos en
nuestras relaciones con él y en las suyas con el mundo. Desgraciadamente, la
mayoría de nosotros deseamos plasmar al niño en forma que resulte
satisfactoria a nuestras vanidades e idiosincrasias; encontramos varios
grados de conformidad y satisfacción en poseer y dominar de un modo
exclusivo.
Por supuesto que este proceso no es de relación, sino de simple imposición,
y por lo tanto es esencial comprender el difícil y complejo deseo de
dominar. Asume muchas formas sutiles; y en su aspecto de propia rectitud, es
muy obstinado. El deseo de “servir”, con el anhelo inconsciente de dominio,
es difícil de comprender. ¿Puede haber amor cuando se quiere ejercer el
derecho de posesión? ¿Puede haber comunión con los que deseamos controlar?
Dominar es hacer uso de otro para satisfacción propia; y donde se hace uso
de otro no hay amor.
Cuando hay amor hay consideración, no sólo para los niños, sino también para
todo ser humano. A menos que estemos profundamente conmovidos por el
problema no hallaremos jamás el verdadero camino de la educación. El mero
adiestramiento técnico inevitablemente produce crueldad, y para educar a
nuestros hijos tenemos que ser sensibles al movimiento total de la vida. Lo
que pensamos, lo que hacemos, lo que decimos, es de importancia infinita
porque crea el ambiente, y ese ambiente ayuda o entorpece al niño.
Es evidente, entonces, que aquellos de nosotros que estamos profundamente
interesados en esta cuestión, tendremos que empezar por comprendernos a
nosotros mismos, para así poder contribuir a la transformación de la
sociedad; haremos que sea nuestra la responsabilidad de lograr un nuevo
enfoque de la educación. Si amamos a nuestros hijos ¿no buscaremos un medio
para acabar con las guerras? Pero si meramente usamos la palabra “amor” sin
sustancia, entonces perdurará el complicado problema de la miseria humana.
La solución del problema está en nosotros. Debemos empezar por comprender
nuestras relaciones con nuestros semejantes, con la naturaleza, con las
ideas y las cosas, porque sin esta comprensión no hay esperanza, no hay
solución del conflicto ni del sufrimiento.
Educar a un niño, requiere observación inteligente y cuidado. Los expertos y
su conocimiento no pueden jamás reemplazar el amor de los padres, pero la
mayoría de los padres corrompe ese amor con sus propios temores y
ambiciones, que condicionan y deforman la perspectiva del niño, Somos tan
pocos los que nos preocupamos por el amor; más bien nos conformamos en alto
grado con la apariencia del amor.
La actual estructura social y educativa no ayuda al individuo a conseguir la
libertad y la integración; y si los padres tienen realmente el sincero deseo
y la buena fe para que sus hijos crezcan en su más completa capacidad
integral, deben comenzar por alterar la influencia del hogar y dedicarse a
crear escuelas con verdaderos maestros.
La influencia del hogar y la de la escuela no deben ser contradictorias en
forma alguna, por lo que los padres y los maestros deben reeducarse. La
contradicción que tan a menudo existe entre la vida privada del individuo y
su vida como miembro de un grupo, provoca una lucha interminable dentro de
él y en sus relaciones con los demás.
Este conflicto se estimula y se mantiene mediante la educación errónea, y
tanto los gobiernos como las religiones organizadas aumentan la confusión de
sus doctrinas contradictorias. El niño se divide interiormente desde sus
primeros años, lo cual ocasiona desastres personales y sociales.
Si aquellos de nosotros que amamos a nuestros hijos y vemos la urgencia del
problema, ponemos nuestra mente y nuestro corazón al servicio de la causa,
entonces, por pocos que seamos, a través de la verdadera educación y de un
ambiente hogareño inteligente, podemos ayudar a desarrollar seres humanos
integrados. Pero si, como tantos otros llenamos nuestro corazón de las
astucias de la mente, entonces continuaremos viendo a nuestros hijos
destruidos por la guerra, el hambre y por sus propios conflictos
psicológicos.
La verdadera educación es consecuencia de la transformación de nosotros
mismos. Tenemos que reeducarnos para no matarnos los unos a los otros por
cualquier causa, por buena que sea, o por cualquier ideología no importa lo
prometedora que aparentemente sea para la futura felicidad del mundo.
Debemos aprender a ser misericordiosos, a contentarnos con poco y a buscar
lo Supremo, porque sólo así si conseguirá la verdadera salvación de la
humanidad. |
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