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Educación y descontento.
La mayor parte de los niños son curiosos, quieren saber; pero su ansiedad
de inquirir queda embotada por nuestras aseveraciones pontificales,
nuestra impaciencia suprema y nuestra actitud de indiferencia que aparca
bruscamente a un lado su curiosidad. Nosotros no estimulamos a los niños
para que pregunten, porque estamos recelosos de lo que puedan
preguntarnos; y no alentamos su descontento, porque nosotros mismos ya
hemos dejado de cuestionar.
La mayoría de los padres y los maestros le temen al descontento porque
perturba todas las formas de seguridad; y por eso estimulan a los jóvenes
a reprimirlo por medio de empleos permanentes, de herencias, alianzas
matrimoniales y el consuelo de los dogmas religiosos. Las personas
mayores, conociendo demasiado bien las muchas maneras de entorpecer la
mente y el corazón, proceden a embotar al niño tanto como ellos lo están,
imponiéndole las autoridades, las tradiciones y las creencias que ellas
mismas han aceptado.
Sólo estimulando al niño a que cuestione el libro, cualquiera que sea, a
que investigue la validez de los valores sociales existentes, de las
tradiciones, de las formas de gobierno, de las creencias religiosas, etc.,
pueden los educadores y los padres de familia tener la esperanza de
despertar y mantener la comprensión crítica y la profunda intuición del
niño.
Los jóvenes, si el que están realmente vivos, se sienten llenos de
esperanzas e inquietudes; debe ser así, de lo contrario ya están viejos y
muertos, y los viejos son los que una vez estuvieron descontentos, pero
que han tenido éxito en apagar esa llama y han encontrado seguridad y
consuelo de varias maneras. Anhelan tener permanencia para ellos y sus
familiares, y ansían ardorosamente la certeza de sus ideas, la seguridad
en sus relaciones y en sus pertenencias; de modo que tan pronto se sienten
descontentos, se abstraen en sus responsabilidades, en sus ocupaciones, o
en cualquier otra cosa, a fin de eludir ese sentimiento perturbador de
descontento.
Cuando somos jóvenes estamos en la época de sentir el descontento, no sólo
con nosotros mismos, sino también con todo lo que nos rodea. Debemos
aprender a pensar con claridad y sin perjuicios, para no sentirnos
interiormente esclavizados y temeroso. La independencia no es para esa
sección coloreada del mapa que llamamos nuestro país, sino para nosotros
como individuos; y aunque exteriormente seamos dependientes unos de otros,
esta mutua dependencia no se hace cruel ni opresiva, si internamente,
estamos libres del anhelo de poderío, posición y autoridad.
Debemos entender el descontento, del cual la mayoría de nosotros siente
temor. El descontento puede traer lo que parece ser desorden; pero si
conduce, como debiera, al conocimiento propio, a la propia abnegación,
entonces creará un nuevo orden social y una paz duradera. Con la propia
abnegación surge un gozo inconmensurable.
El descontento es el medio que conduce a la libertad; pero para inquirir
sin prejuicios, no debe haber ninguna exacerbación emocional, que a menudo
se presenta en forma de reuniones políticas, gritos de combate, búsqueda
de un “gurú” o maestro espiritual u orgías religiosas de todas clases.
Este exceso emocional embota la mente y el corazón, incapacitándolos para
intuir y por lo tanto haciéndolos fácilmente moldeables por las
circunstancias y el miedo. Es el deseo vehemente de investigar, y no la
fácil imitación de la multitud, lo que ha de producir una nueva
comprensión de las modalidades de vida.
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