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El deseo sensual.
Esta impureza es difícil de reconocer porque es muy apreciada por la
sociedad. En cada anuncio de la televisión, en los grandes almacenes, en
los escaparates y en las tiendas vemos mensajes que van dirigidos a
provocar deseos sensuales. Cuanto más se satisface la gente con coches más
grandes, casas más nuevas, vestidos preciosos, etc., más afortunada se la
considera. Como la satisfacción de deseos sensuales produce un placer
momentáneo y posee a su alrededor un brillo de oropel, tiene la apariencia
de ser algo bueno. “Si resulta agradable debe ser bueno” se justifica
mucha gente. A nadie se le acusa por tratar de satisfacer sus deseos
sensuales. Pero en realidad no sabemos lo que hacemos cuando intentamos
satisfacer nuestros deseos sensuales. Es asombroso que seamos tan
inconscientes de lo que hacemos.
Al alimentar el deseo sensual ocurre al revés que en los casos de
malevolencia y de ira, que todos las pueden ver y tratan de desprenderse
de ellas. Como éstas no están aprobadas por la sociedad ni producen placer
o sensaciones agradables no se cae en el error de creer que son algo
bueno.
A pesar de que el deseo sensual produce placer cuando se le satisface es
un ego tan devastador como puede ser la ira, se le satisfaga o no. Muy a
menudo, la ira y el deseo sensual son dos caras de la misma moneda, cuanto
más hay de uno suele haber más de otra. El deseo sensual produce un ansia
que a menudo se ve frustrada. Cuantos más deseos tengamos más deseos
encontraremos que se nos deniegan, pues nadie consigue todo lo que quiere,
es imposible. Entonces, al no conseguir lo que queremos, abrimos nuestras
puertas al mal, a la ira y a la malevolencia.
El ego, con su deseo sensual, es el que dice: “Me gustaría estar sentado
más cómodo”, “ahora me gustaría irme a dormir”, “hace demasiado calor, me
gustaría darme una ducha fría”, “tengo hambre y debo comer, tengo sed y
quiero beber, no estoy cómodo”, etc. Éste es el deseo sensual y casi
siempre tiene algo que decir. Sólo deja de hablar cuando se encuentra con
la firmeza y la fortaleza de una persona espiritual. Sólo entonces
desaparece el deseo sensual.
Se suele vivir a través de los sentidos y casi todo el mundo se encuentra
apegado a ello. Este apego crea la ilusión de que vivir la vida de los
sentidos es lo más importante que existe, que en ver bellos paisajes,
escuchar sonidos gratos, gustar buenos sabores, tener sensaciones
placenteras y pensamientos que complazcan se encuentra la vida y el camino
espiritual. Pero ese modo de dirigir la vida no puede tener buen fin.
Vivir la vida únicamente a través de los sentidos es como tener oro falso,
que brilla pero no tiene valor y dura poco.
Todas las satisfacciones sensuales, si duran demasiado, dejan de ser
placenteras. Es un placer comer o ducharnos por un breve período de
tiempo, pero no nos podemos imaginar estar dos o tres días comiendo, o en
una ducha de agua fresca diez o doce horas, entonces dejarían de ser un
placer para convertirse en una tortura. Sin embargo, eso es todo lo que el
mundo busca, la satisfacción sensual momentánea. La gente incluso se droga
o emborracha buscando placer y, evidentemente, dejan de obtener una
sensación placentera cuando se ponen ebrios y pierden la salud. Todos los
intentos de buscar la felicidad a través de los sentidos están condenados
al fracaso.
No hay nada malo ni insano en sentir placer sensual a través de los
sentidos, a través de los ojos, oídos, nariz, paladar o tacto. En el
proceso de sentir las manifestaciones físicas no hay nada personal. Lo
inadecuado surge con el deseo de querer conservar o renovar los placeres
sensuales. Algunas personas obtienen placer sensual por medio de las
drogas, el sexo, o incluso hiriendo a otras personas. Estos placeres
sensuales son muy groseros y nocivos. Otros encuentran placer sensual
mirando flores silvestres, puestas de sol u oyendo bella música. También
éstos son placeres sensuales, aunque mucho más refinados. El disfrute de
los sentidos se vuelve tanto más refinado cuanto más limpio y evolucionado
se encuentra un ser humano. Es lícito disfrutar de todas las cosas buenas
que tiene la Vida, pero existe el peligro de desearlas. Este desear, esta
ansia, provoca insatisfacción porque el deseo jamás se satisface
totalmente. Siempre hay algo más hermoso que ver, oír y tocar, siempre hay
algo más. Esto produce mucha inquietud e infelicidad, porque nunca puede
quedar nadie plenamente satisfecho mediante la satisfacción de sus deseos.
Al no estar por completo satisfechos en nuestro interior pensamos que la
carencia se halla en el objeto de nuestro deseo y que debe haber algo más
bello que encontrar. La gente registra el mundo, hoy en día es muy fácil
viajar alrededor de esta pequeña Tierra, lo único que se necesita es un
billete de avión. Van de aquí para allá en busca de más emociones, de
nuevos paisajes, de nuevas experiencias. Coleccionar experiencias se
convierte en una obsesión. Y esto tampoco satisface, porque la experiencia
no dura. Ninguna experiencia que hayamos tenido sigue aquí, todas se han
ido, todas son recuerdos y ninguna se puede guardar. Sería más útil
coleccionar sellos que experiencias, al menos los sellos se pueden mirar.
El deseo sensual es algo parecido a estar endeudado. Si tenemos una casa y
por ella debemos dinero al banco, es obligatorio ir mensualmente y
amortizar la deuda con los intereses. Aunque en el caso de la casa, con el
tiempo, se liquidaría la deuda y la casa nos pertenecería. Con el deseo
sensual no es así, no se paga la deuda, siempre tenemos hambre y sed de
nuevo, siempre queremos ver, oír, gustar y tocar una y otra vez. El deseo
sensual se puede comparar también a un viajero que se ha ido de viaje sin
provisiones. Llega un momento en el que éste tiene mucha hambre y sed, ve
un pueblo y se alegra pensado: “ah, allí hay un pueblo donde podré
conseguir algo para comer y beber”. Pero cuando llega al pueblo lo
encuentra totalmente deshabitado y vacío, así tiene que seguir en busca de
otro pueblo, que también lo encontrará deshabitado y vacío.
La esperanza y la espera de la satisfacción del deseo sensual lo hace
también placentero, pero una vez que se ha satisfecho ese deseo se acaba y
un nuevo deseo aparece. El deseo sensual deja los cuerpos sutiles de las
personas como una charca en la que se han echado muchos colores, pues la
impureza del deseo se manifiesta en la cantidad de sombras diferentes que
cubren la luz de la consciencia. Cuando la persona cede al ímpetu del
deseo, éste le impide ver que existe algo mucho más importante, pierde
todos los verdaderos valores de la existencia y sólo ve al deseo y la
posibilidad de su satisfacción. Pronto llega el momento en que no puede ni
reconocerse a sí misma
El deseo sensual es un vicio que si se le alimenta destruye el hogar
interior. Produce miedo porque no se puede conseguir todo lo que se quiere
y lleva a estados muy desagradables de la mente, como la envidia y los
celos, que no aparecen a no ser que se desee lo que otras personas tienen.
Muchos de los problemas de la humanidad están originados por el deseo
sensual. Desear sensaciones placenteras, comodidad, satisfacción,
conseguirlos y cansarse de ellos, no conseguirlos o no poder conservarlos
es una fuente de dolor psicológico. Comprender el deseo sensual significa
desprenderse del sufrimiento y de la insatisfacción. No existe otra salida
a la esclavitud del sufrimiento que tratar el anhelo de forma espiritual.
Sentirse incómodo es una magnífica oportunidad para aprender acerca de los
deseos sensuales, es el momento más adecuado para aprender sobre ello pues
no hay otro sitio ni otro lugar más idóneo donde hacerlo. No se enseñan
estas cosas, ni en colegios ni en universidades, ni tampoco se suelen
enseñar en casa, donde todos tratan de estar lo más cómodo posible.
Sentirnos faltos de comodidad es una posibilidad a nuestra medida para
aprender acerca de nuestros anhelos, que son la causa de todas nuestras
penas. Si en momentos determinados de nuestra vida nos sentimos cómodos no
ocurre nada incorrecto, es estupendo, pero si nos sentimos incómodos
también lo es.
El deseo de comodidad y el continuo movimiento tratando de obtenerlo es
exactamente lo que iguala a casi todo el mundo en todas partes. Para
escapar de la incomodidad la gente paga mucho dinero, por esa razón muchos
hacen horas extraordinarias, van de viaje o buscan distracción. Aunque es
una causa perdida nos identificamos con ella. Cuando nos hemos escapado de
una situación incómoda enseguida surge otra vez la incomodidad. Cuando se
acaba una distracción el aburrimiento aparece de nuevo. La pierna derecha
ya no nos duele porque la hemos movido, bien, ahora le toca a la pierna
izquierda, y así sin fin.
Por otra parte, en determinados círculos se piensa que el baile induce al
vicio, y que los lugares en donde se practica atraen, por sus
características, las reyertas, las envidias, la vanidad, las burlas y, en
definitiva, el deseo sensual y la superficialidad de los egos. En estos
círculos se cree que el baile abre las puertas del corazón al ego y que
éste, aprovechando la ocasión, aparta a sus víctimas de la vida
espiritual, disipa sus espíritus absorbiéndoles las fuerzas y despierta en
el alma la inclinación al mal. También están convencidos de que la
televisión, el cine y el teatro son inmorales y que invitan al ser humano,
de muy diversas maneras, siendo unas más refinadas que otras, al vicio.
Muchas personas creen que abstenerse de entrar en determinados lugares,
dejar de hacer ciertas cosas y apartar la vista de todo lo que pueda
despertar el deseo sensual, es un buen medio para vencer al ego. Pero, en
realidad, no es el mejor camino dejar de realizar determinadas cosas o
guardar la vista de lo que se ve por temor a al ego y a las propias
impurezas. Mejor que todo ello es ejercer la consciencia y la atención y
obrar en todo ordenada y adecuadamente, aunque ello signifique alguna vez
abstenerse de realizar determinadas acciones. |
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