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El deseo.
El desarrollo oculto requiere muy especialmente la educación de lo relativo
al deseo. No se trata de que el discípulo se convierta en hombre sin deseos,
pues todo lo que hemos de alcanzar, también hemos de desearlo, y el deseo
siempre quedará satisfecho cuando se apoye en una bien definida fuerza, que
se origina en el verdadero conocimiento. Una de las reglas de oro para el
discípulo es: "De ninguna manera desear algo antes de saber si es lo
correcto en el dominio correspondiente".
El sabio ante todo aprende a conocer las leyes del mundo, y luego sus deseos
se transforman en fuerzas que llevan en sí mismas su realización. Cabe citar
un ejemplo que lo explica claramente. Muchos desearían conocer, por propia
visión, algo de su vida antes de su nacimiento. Semejante deseo no tiene
objeto, ni puede dar resultado alguno en tanto que tal persona no haya
adquirido, mediante el estudio científico-espiritual (y eso en su
característica más sutil e íntima) el conocimiento de las leyes de la
naturaleza de lo Eterno. Una vez adquirido este conocimiento, si entonces
quiere progresar, su deseo ennoblecido y purificado le capacitará para
lograrlo.
Es también inútil decir: "quiero precisamente conocer mi vida precedente y,
con este propósito, deseo aprender". Por el contrario, es menester renunciar
totalmente a ese deseo, eliminarlo absolutamente y empezar a estudiar sin
esa intención. La alegría y la devoción por lo que se aprende, han de
desarrollarse sin el propósito mencionado; sólo así se aprende a tener el
deseo respectivo en forma tal que lleve consigo su realización. |
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