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LAS CREENCIAS
Podemos ver como las creencias políticas, religiosas, nacionales, y todo
tipo de diversas creencias separan de hecho a los seres humanos, generan
conflicto, confusión y antagonismo. Las creencias separan a las personas y
crean intolerancia.
Nos
damos cuenta de que la vida es desagradable, dolorosa, triste; deseamos
alguna clase de teoría, alguna clase de especulación o satisfacción, alguna
clase de doctrina que explique todo esto. Y de esta manera quedamos
atrapados en explicaciones, palabras, teorías, y gradualmente las creencias
echan raíces muy profundas y se vuelven inconmovibles, porque detrás de esas
creencias, de esos dogmas, está nuestro miedo constante a lo desconocido.
Pero
jamás miramos ese miedo; le volvemos la espalda. Cuanto más fuertes son las
creencias, más fuertes los dogmas. Y cuando examinamos estas creencias: la
cristiana, la hindú, la budista, etc., encontramos que dividen alas
personas.
Cada
dogma, cada creencia, tiene una serie de rituales, de compulsiones que atan
y separan a los seres humanos. De modo que comenzamos una búsqueda para
averiguar qué es lo verdadero, cuál es el significado de toda la desdicha,
de toda esta lucha y dolor, y pronto quedamos atrapados en creencias,
rituales, teorías.
La
creencia es corrupción, porque detrás de la creencia y la moralidad se
esconde la mente, el "yo" (el "yo" que se vuelve con la creencia cada vez
más grande, más poderoso y fuerte).
Consideramos que la creencia en Dios, la creencia en algo, es religión.
Pensamos que creer es religioso. Si no creemos se nos considera ateos. Una
sociedad condenará a los que creen en Dios y otra sociedad condenará a los
que no creen. Ambas condenas son la misma cosa. Así pues, la religión se
convierte en una cuestión de creencia; y la creencia actúa y ejerce su
influencia sobre la mente. De este modo la mente jamás puede ser libre. Pero
ocurre que sólo en libertad podemos descubrir qué es lo verdadero, qué es
Dios; no podemos descubrir a Dios o a lo verdadero mediante ninguna
creencia, porque nuestra misma creencia proyecta lo que pensamos que debe
ser Dios, lo que pensamos que debe ser la realidad.
Estamos confundidos y pensamos que mediante la creencia aclararemos la
confusión; es decir, la creencia se superpone a la confusión y esperamos que
con eso la confusión se despejará. Pero la creencia no es sino un modo
de escapar de la confusión, la creencia no nos ayudará a afrontar y a
comprender el hecho de nuestro infortunio y confusión.
La
creencia sólo actúa como una pantalla entre nosotros y nuestros problemas.
Por eso la religión, que es una creencia organizada, se convierte en un
medio para escapar de lo que es, de la verdad y de la realidad, para escapar
de nuestra confusión. El hombre que cree en Dios, el que cree en el más
allá, o el que tiene alguna otra forma de creencia, está escapando de un
hecho: el hecho de lo que él es.
¿Necesitamos las creencias? No necesitamos "creer" que existe la puesta de
sol, que existen las montañas, los ríos. No necesitamos "creer" que reñimos
con nuestras esposas. No necesitamos "creer" que la vida es una desdicha
terrible con su angustia, con su conflicto, con su constante ambición; todo
esto es un hecho. Pero necesitamos una creencia cuando queremos escapar de
un hecho hacia una irrealidad.
¿Acaso no conocemos a tantas personas que creen en Dios, que van a la
iglesia y practican ritos y oraciones, y que en su vida cotidiana son
dominadoras, crueles, ambiciosas, tramposas, deshonestas? Y a esas mismas
personas las consideramos respetables, porque esas personas somos nosotros
mismos.
¿Encontrarán esas personas a Dios? ¿Puede encontrarse a Dios mediante la
repetición de palabras, mediante ritos, mediante la creencia?
Mientras no comprendamos la relación con nuestro prójimo, con la sociedad,
con nuestra esposa y nuestros hijos, tiene que haber confusión; y la mente
confundida, haga lo que hiciere, sólo creará más confusión, más problemas y
conflictos.
Una
mente que escapa de los hechos de la relación jamás encontrará a Dios, una
mente agitada por las creencias no conocerá la verdad. Pero la persona que
comprende su relación con la propiedad, con la gente, con las ideas, que ha
dejado de luchar con los problemas que genera la relación, una persona para
la que la solución no es el retiro, sino la comprensión del amor, sólo una
persona así puede comprender la realidad.
Los
corazones de los/as idealistas, de los/as que tienen creencias, carecen de
amor y de pureza, y sólo un corazón puro puede dar con la realidad,
comunicarse con la persona que tienen delante. El idealista es un imitador
de su ideal, por lo tanto no puede conocer el amor. No puede ser generoso,
entregarse completamente sin pensar en sí mismo y en su ideal. Lo importante
par él o ella no es la situación y la persona que tienen ante sí, sino su
propio ideal, él/ella mismo/a es lo importante para sí.
¿Es
entonces posible vivir en este mundo y no tener creencia alguna? No cambiar
de creencias, sustituir una creencia por otra, sino estar enteramente libre
de creencias, a fin de que nos podamos enfrentar a la vida de un modo nuevo
a cada instante. Esto, después de todo es la verdad: ser capaces de
afrontarlo todo de una manera nueva, afrontarlo de instante en instante sin
la reacción condicionadora del pasado, de modo tal que no exista el efecto
acumulativo de la memoria y del conocimiento que actúan como una barrera
entre una mismo y lo que es.
Saber
si es posible vivir sin creencias sólo podemos descubrirlo si somos capaces
de estudiarnos a nosotros mismos en relación con una creencia.
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