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El complot del ántrax.

Tras los atentados del 11-S, siete expertos en guerra bacteriológica fallecieron en extrañas circunstancias... La CIA y la Marina habían instalado oficinas de inteligencia en un edificio perteneciente al World Trade Center que se vino abajo tras una misteriosa explosión... ¿Están relacionados estos hechos?

Días después de los atentados del 11-S, y cuando todas las alarmas sugerían un posible ataque bioterrorista, un sobre con esporas de carbunco (ántrax) llegó a las instalaciones de la empresa editora American Media en Florida. En días sucesivos, decenas de envíos similares provocaron una ola de pánico. Pronto se averiguó que la mayor parte de los “sobres asesinos eran falsos e inofensivos, salvo aquellos remitidos a las más altas instituciones del Estado.

Todas las sospechas confluyeron en Osama Bin Laden como inspirador de este ataque. Sin embargo, esta hipótesis se diluyó, la investigación se ralentizó y las acusaciones comenzaron a dirigirse al corazón del Imperio: “El FBI está retrasando las pesquisas porque el autor, o bien tiene información sobre el Gobierno de los EE.UU, o bien es el Gobierno mismo”, decía medio año después de que el ántrax acabara con cinco vidas Steven Block, profesor de guerra bacteriológica de la Universidad de Stanford.

Denunciado por sus propios compañeros –que descubren que es él quien encaja con el perfil que busca el FBI: científico vinculado a misiones de inteligencia y defensa, vacunado contra el patógeno e implicado en las investigaciones de guerra biológica de Fort Derrick, en Maryland, emerge la figura del culpable: Steve Hatfill.

Cuarenta y ocho años a sus espaldas, su biografía es un claroscuro constante. Lo último que se sabe de él es que compró un almacén para su “instrumental” químico a pocos kilómetros de dónde se recibieron los primeros envíos con carbunco y que se encontraría en Asia, implicado en turbias misiones de los servicios de inteligencia. Una mirada atrás le convierte en el máximo experto norteamericano en el uso del ántrax como un arma. Trabajó en proyectos vinculados a este asunto en Fort Bragg, en Virginia, un acuartelamiento del ejército asociado con la guerra química y el resurgir de los movimientos neonazis en EE.UU. Entre 1997 y 1999, estuvo destinado en el Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas de Fort Derrick, en Maryland. Su labor: estudiar el ántrax. Y, entre ambos destinos militares, una larga trayectoria en África, colaborando con el régimen racista de Rodesia-Zimbabue y capitaneando ataques con el carbunco. “Fui agente doble”, dicen que recuerda divertido al tiempo que promete “tirar de la manta” desde su escondite.

Lo relacionado con este asunto ha dado un vuelco en las últimas semanas gracias al encaje de bolillos efectuado sobre miles de pistas por el periodista Nico Haupt. Ciertamente, una larga serie de “casualidades” alimentan la tesis más conspiracionista, la que apunta a las altas esferas del poder en relación a los ataques de ántrax e, incluso, a los atentados de las Torres Gemelas.

Jerome Hauer es otro protagonista fundamental en los hechos del 11-S. Supervisó personalmente todos los operativos de rescate en Nueva York el día de los hechos. Había ocupado el cargo de Director de Gestión de Emergencia en la ciudad de los rascacielos hasta el día 10 de septiembre. En esa fecha, se situaba al frente de un organismo federal de máxima relevancia, el Instituto de Previsión de Salud Pública, cuyo cometido es controlar brotes epidémicos, afecciones colectivas por agentes bioquímicos, etc... “Lo ocurrido el 11-S no es nada en comparación con lo que puede pasar si hay un ataque con ántrax”, advertiría cuando la Zona Cero aún estaba cubierta por una nube de humo. ¿Es casualidad que en esa fecha, el 11-S, asumiera ese cambio de cargo? Quizá no... Poco antes de abandonarlo, y tras varias reuniones al más alto nivel del Estado, decide que el WTC, y por ende las Torres Gemelas, deben estar protegidas ante un futuro ataque terrorista. “¿Por qué sabía que era tan importante ese lugar?”, se pregunta Haupt. Y tomó medidas: ordenó a un oficial del FBI –John O’ Nelly- hacerse cargo de la seguridad de las Torres. Y le indicó que debía ponerse al frente el 11-S. En los días previos a la toma de posesión de su cargo, debido al momentáneo vacío de poder, las defensas del WTC se debilitaron... ¿Casualidad? O’ Nelly no lo puede explicar: su cuerpo quedó entre los escombros.

Pero hay más. Hauer y Hatfill trabajaron codo con codo en 1998. Entonces, Hauer estaba vinculado desde sus cargos administrativos a la lucha bioterrorista. Hatfill, también. Juntos elaboraron un informe dirigido a las máximas autoridades advirtiendo de los modernos modelos terroristas y cómo estos podían afectar a EE.UU en el futuro. Desde entonces, Hauer se convierte en asesor de varios organismos gubernamentales asociados a este asunto, en uno de los hombres más informados de la nación sobre el tema. Lo sabe todo sobre el ántrax, y establece contacto con varios microbiólogos americanos. Trabajan en el asunto en colaboración con Fort Derrick... Varios de ellos, como Don Willey, fallecen en extrañas circunstancias tras los atentados del 11-S. En total, son siete los microbiólogos que han fallecido asesinados o sin explicación desde entonces. Entre ellos, Hauer y Hatfill hubo vínculos laborales.

Mientras Jerome Hauer trabajó para la ciudad de Nueva York, articuló todos los mecanismos para la creación de un enclave secreto de la CIA en el World Trade Center, conocido como “el bunker”. Se situó en la planta 23 de la Torre 7, junto a las Torres Gemelas. Allí, al parecer, se mantenía un punto clave en la información relacionada con la lucha antiterrorista. Sólo 14 plantas más abajo, la Marina también estableció una de sus oficinas de inteligencia. El edificio también se colapsó el 11-S. Sin embargo, la investigación policial concluyó que la caída del inmueble fue independiente y no estuvo relacionada con los atentados... ¿Qué ocurrió entonces? Curiosamente, en la planta 9 de la Torre 7, tras los atentados, se declaró un incendio. La causa del mismo, según las autoridades, hay que buscarla en ingentes cantidades de fuel “furtivo” que se encontraban en el edificio. Las fotografías son elocuentes: el incendio que se declaró parte del interior del inmueble. ¿Se borraron así las pistas que apuntaban a las informaciones que podían estar conectadas con los ataques, con el ántrax y demás “conspiraciones” del 11 de septiembre del 2001?

 

Bruno Cardeñosa

 

 

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