Es imposible encontrar soluciones absolutas, siempre, en todo caso, habrá
una exigencia exterior y que, en un grado u otro, es posible que haya una
respuesta interior. Por lo tanto, más que considerar la cuestión desde un
punto de vista tajante y absoluto, se trata de descubrir la tónica
dominante, el factor que predomina en esa conducta espiritual de la
persona.
La vida espiritual es falsa cuando se utiliza
exclusivamente como refugio, como compensación de todo lo que son
desgracias, malestares, sinsabores de la vida real. Hay que observar que
decimos cuando se utiliza “exclusivamente” para eso. No pensamos que
pueda ser una equivocación el que una persona, en unos momentos de agobio,
de preocupación o de dolor, sienta una mayor necesidad de abrirse a lo
espiritual. No nos referimos a eso; eso es un mecanismo normal, es un hecho
humano, y esto lo sentirá normalmente toda persona aún con una gran
sinceridad espiritual. Aquí decimos que cuando la persona utiliza lo
espiritual exclusivamente como fin de escape, de compensación, de su
vida concreta diaria, se introduce en una situación y un estado malsanos.
¿Cómo conocemos esto? ¿Qué características tiene la
persona, o el modo de conducta de esta personas, para discernir o sospechar
que no hay allí una actitud realmente sincera? No olvidemos en ningún caso
que estamos hablando para que cada uno se examine a sí mismo, no para que
escudriñe en los demás.
En primer lugar, una de las posturas que surgen a
consecuencia de esta huida y de esta actitud religiosa artificial es una
falsa humildad. La persona tiende a menospreciarse, a minusvalorarse: “yo no
sé nada”, “no sirvo para nada”, “soy un desgraciado”, “soy muy poca cosa”...
Aquí hay una actitud, podríamos decir de encogimiento, y, curiosamente, esa
actitud contrasta con otra de egoísmo y de orgullo cuando uno sabe mirar la
trayectoria de la propia vida. Porque, si bien, por un lado, uno rechaza el
valorarse de un modo elevado, el hecho es que solamente se preocupa de sus
propias cosas, de lo que quiere, y, a la hora de actuar, a la hora de la
realidad, si uno se examina con sinceridad, descubrirá que hay en el fondo
una ansia absoluta de llegar a ser más él mismo, más importante, más
tranquilo. Faltan una serie de connotaciones a la auténtica humildad, lo
cual nos indica que la cosa es falsa.
La humildad no consiste nunca en encogerse; la humildad
consiste simplemente en relajarse, en entregarse; no se trata de hacerse más
pequeño de lo que uno es, sino de ser lo que uno exactamente es, ni más ni
menos, de no tener preocupaciones en si uno es más o es menos. Cuando uno
tiene que andar diciendo que es menos, esto demuestra que sigue siendo él
—su yo/idea—, el protagonista, el centro, el eje de todo su interés;
significa que allí, aunque exista una minusvaloración, esta constancia, esta
persistencia en estarse autodenunciando constantemente, tiene como
protagonista al yo; el yo es lo único constante, es decir, que el yo está
entronizado dentro de uno mismo; en la medida en que ocurre esto, no puede
haber auténtica espiritualidad.
No se trata de que tengamos que exigir desde un buen
principio un absoluto desasimiento, pero sí que tenemos aquí uno de los
indicios de la falta de autenticidad de la vida espiritual.
Otro indicio es cuando la persona, en contraste con esa
actitud de humildad, se cree favorecida de un modo particular,
extraordinario o único, por ser ella quien es. Siempre que la persona note
en sí misma que tiende a sentirse, o bien la más desgraciada, o bien la más
agraciada, hay que sospechar que todo eso está girando alrededor de ese
yo/idea, alrededor de ese egoísmo, de ese egocentrismo, de esa
sobrevaloración que se esconde detrás de la minusvaloración.
En otras ocasiones, la señal de que la persona tiene esta
actitud falsa ante lo espiritual es más bien de tipo social; por ejemplo,
para muchos, es importantísimo el formar parte de un grupo numeroso, de una
organización poderosa. El sentirse que forma parte de este grupo compacto y
poderoso hace que uno se sienta más seguro, más protegido, más tranquilo,
como si todos los demás individuos les sirvieran de amparo, de apoyo,
psicológicamente, no espiritualmente.
Éste es un fenómeno psicológico que encontramos en todos
los ambientes. Por ejemplo, en los países que predomina la actividad
política, está el hecho de pertenecer a un partido. En el aspecto
profesional ocurre lo mismo, el hecho de pertenecer a una gran empresa
parece que proporciona una fortaleza al individuo; éste se apoya
psicológicamente en ella; es como si participara de la fuerza de la
empresa.
Igualmente en el campo de las actividades de tipo
estatal; para la mayoría de sus empleados, el formar parte de este
.organismo parece que reviste una especie de solemnidad, de seguridad, de
prestigio. Es por eso que puede observarse con cierta frecuencia lo que
podemos llamar la mentalidad del funcionario. Esto ha sido algo muy típico,
aunque aquí sólo citamos para que se entienda mejor lo que queremos decir,
no para criticar a los funcionarios. Aunque éstos estén quizás mal pagados,
en la mayoría de los casos esto no significa que quieran dejar el empleo.
Para muchos es importante ser “empleado del Ministerio”, o “empleado de la
Diputación”.
Hay muchas personas que tienen una parte activa en lo
espiritual a través de un aspecto ya formalizado, en una estructura, en una
organización, y están muy influidos por ese aspecto protector del número del
grupo; lo cual nos indica que, en la medida que hay esto, no hay auténtica
sinceridad. Si la persona actúa por este motivo, quiere decir que no actúa
por el verdadero motivo.
Se puede reconocer también esta actitud falsa en el
hecho de que la persona tiende a esquivar los problemas concretos de su
vida diaria. La persona se inhibe, no afronta su responsabilidad y tiende a
esconder la cabeza bajo el ala, como se dice cotidianamente. Igualmente,
esta actitud la tiene frente a lo que son sus propias debilidades, sus
propios defectos; ciertamente la persona acepta algunos de sus defectos,
pero hay otros que no quiere ver, que no sabe ver, que no puede ver.