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ALIMENTOS TRANSGÉNICOS
Todos los organismos vivos están constituidos por conjuntos de genes. Las
diferentes formas en las que están compuestos estos conjuntos determinan las
características de cada uno de estos organismos. Alterando esta composición,
los científicos pueden modificar las características originales de una
planta o de un animal. Este proceso consiste en transferir desde un gen
responsable de determinada característica en un organismo, hacia otro
organismo al que se pretende incorporar esta característica, de ahí viene el
nombre de OGM -Organismo genéticamente modificado. Este tipo de tecnología
permite transferir genes de plantas, bacterias o virus hacia otros
organismos, combinar genes de vegetales con otros vegetales, de vegetales
con animales, o de animales entre sí, superando completamente las barreras
naturales que originalmente separan a unas especies de otras.
Tomates con
genes de pez para resistir el paso del tiempo, sandías sin pepitas,
melocotones con sabor a uva... No se trata de ciencia-ficción. Estos y otros
alimentos transgénicos o manipulados genéticamente ya forman parte de
nuestra dieta o lo harán muy pronto y, aunque no sean saludables o existan
serias dudas sobre sus efectos en el ser humano, se pueden encontrar en
cualquier supermercado.
Los
transgénicos están en nuestros campos y en nuestros platos. Nadie nos da a
elegir, nadie nos consulta ni nos advierte. Se llama “Democracia”. La
industria y los políticos servidores del Poder advierten que estos alimentos
son inocuos y "sustancialmente equivalentes" a los alimentos convencionales,
que unos y otros son parecidos. Pero en realidad no son "equivalentes" los
alimentos que han sido sometidos a millones de años de evolución con
aquellos que se crean en laboratorios a base de insertar genes de bacterias,
virus, peces y ratas.
No son "equivalentes" aquellos alimentos que pertenecen a la naturaleza de
esta Tierra y aquellos que crea el "Profesor Bacterio" en su laboratorio. Se
desconoce la función exacta de los genes. Recientemente se ha descubierto
que el genoma humano tiene 30.000 genes, frente a los 100.000 que se creía
hasta hace bien poco. Eso significa, que un solo gen puede determinar varias
características de un ser vivo. Por lo tanto, si se inserta un gen a un
determinado ser vivo para darle una determinada propiedad nueva e inédita,
el desconocimiento acerca de los genes puede conllevar que a ese organismo
transgénico se le estén insertando otras características no deseadas. Por el
contrario, una determinada característica o propiedad de un ser vivo puede
requerir varios genes que interactúen mediante relaciones complejas que
serán difíciles de desentrañar.
Las
características que proporcionan los genes a un determinado ser vivo no
dependen sólo de los genes. Muchas características de las células y de los
organismos son el resultado de la intrincada interacción de toda una batería
de genes, proteínas -que son los productos de la expresión de estos genes- y
del medio ambiente que rodea a la célula o al organismo. La manera en que
los genes se traducen en características de los organismos se comprende muy
poco.
Tampoco existe
la seguridad de que un gen que cumple una determinada función en una especie
lo haga de la misma manera en otra. Las propiedades de un determinado
cultivo transgénico vienen condicionadas por las características del país,
zona o municipio donde se cultiva. Factores como el clima, microorganismos,
suelo, etc... influirán inexorablemente en la vida de dicho cultivo.
La ingeniería
genética no es tan precisa y exacta como el Poder quiere hacer ver. Primero
en la fase de creación y después en la convivencia con otros seres vivos,
sus criaturas modificadas genéticamente están sometidas a infinidad de
complicados factores, circunstancias y procesos, que sus científicos no
conocen, no dominan y que tampoco controlan con un mínimo de seguridad y
garantía. Aún así, los alimentos transgénicos -brillantes y relucientes
hijos de la ingeniería genética- son cultivados y degustados por la
humanidad porque así lo quieren empresarios, científicos y políticos
corruptos; aunque existan estudios fidedignos e irrebatibles sobre los
efectos dañinos que los alimentos transgénicos tienen para la vida.
Algunos de los
pocos estudios existentes hasta el momento, empiezan a confirmar lo que
muchos nos temíamos. Pruebas realizadas con ciertos alimentos transgénicos
han provocado anomalías en animales de laboratorio. Aún así, seguimos siendo
cobayas, ya que a pesar de todas las dudas, temores y sospechas existentes,
en el año 2.002, 58,7 millones de hectáreas en el mundo se utilizaron para
sembrar cultivos transgénicos.
Actualmente,
uno de los principales riesgos directos derivados del consumo de alimentos
transgénicos para la salud humana son las alergias, que pueden ser leves
como un dolor de estómago o severas como un "shock anafiláctico", por el
cual se para la respiración y puede causar la muerte. Además, los alimentos
transgénicos afectan al sistema digestivo y al sistema inmunológico. Otro
aspecto que preocupa a la comunidad médica es la resistencia a los
antibióticos por parte de bacterias situadas en el intestino. Empieza a
suscitar también interrogantes, la ingestión de alimentos transgénicos que
poseen la toxina natural Bacillus Thuringiensis, introducida a través de la
amplia gama de cultivos transgénicos Bt. Aparte quedan las pruebas
realizadas en animales de laboratorio, que abren un nuevo abanico de
interrogantes en este debate. Por otra parte, muchos de los alimentos
transgénicos que se cultivan hoy en día forman parte de las dietas de
animales que después el ser humano ingiere. Las consecuencias sobre las
personas que ingieren animales alimentados con transgénicos pueden ser
nefastas.
Otro aspecto
de la biotecnología, resaltado por la FAO y por los fabricantes, es que la
aplicación de pesticidas y funguicidas se reducirá gracias a las plantas con
resistencia genética a las plagas. Aseguran que uno de los cultivos
mejorados por la Industria Monsanto, el algodón, ha sido protegido
genéticamente contra los insectos, lo que ha evitado la aplicación de más de
tres millones de litros de pesticidas. Sin embargo, se han encontrado
insectos resistentes a las toxinas insertadas en las plantas. También se
tiene conocimiento de insectos capaces de encontrar los tejidos menos
alterados genéticamente, por lo que la inmunización frente a ellos está
condenada al fracaso. Es imposible controlar que estos animales pasen de un
cultivo transgénico a otro que no lo sea y arrasen la cosecha. Otro tanto
ocurre con los genes resistentes a virus, que pueden dar lugar a nuevas
razas virales más peligrosas. Y con los genes que repelen las malas hierbas,
que pueden ocasionar supermalezas. Los cultivos resistentes a los herbicidas
probablemente aumentarán el uso de los mismos, así como los costes de
producción.
Estos
productos transgénicos se suelen cultivar libremente y se encuentran en el
mercado sin ningún etiquetado que los identifique. Según las leyes no hay
obligación de hacerlo cuando el nuevo gen no pueda ser identificado, lo que
ocurre en la mayoría de los casos. Esta identificación se complica aún más,
ya que las semillas de una planta pueden extenderse a otros cultivos y
ocasionar alteraciones en el ADN de plantas de la misma especie.
En todo caso, la industria
productora de organismos transgénicos cuenta con poderosos aliados, y no
sólo en el gobierno de Estados Unidos. Nada menos que la ONU, en concreto la
FAO, encargada de velar por la agricultura y la alimentación en todo el
mundo, ha declarado recientemente que la biotecnología -prefiere este
término al de manipulación genética- es un instrumento poderoso para
alimentar a una población mundial creciente. Este organismo señala que el
aumento de la población en este planeta es contínuo y que la mayor parte de
la humanidad habita en el tercer mundo. Esto obligará, según Monsanto, a que
para fechas próximas sea necesario producir un 75% más de comida.
La ONU y los laboratorios impulsores de la manipulación genética coinciden
en sus predicciones, así como en proponer alimentos transgénicos como
solución para un mundo superpoblado. Sin embargo, este argumento es
ridículo. Es vergonzoso que se quiera utilizar el hambre como excusa para
fabricar estos “alimentos”. Si fuera verdad, los países del Tercer Mundo
serían los más favorables a ello, pero precisamente son los que más se
oponen. Son las grandes multinacionales las que se benefician, y se necesita
mucha desfachatez para mantener esta postura, sobre todo cuando en la Unión
Europea se ponen multas por producir más de los cupos establecidos y se
destruyen cultivos. Además, al ser estos organismos dañinos, el primer
problema será médico. La situación podrá agravarse trágicamente, pues se
debe tener en cuenta la pobreza que reina en este planeta y las
privatizaciones de los servicios sociales, que actualmente ya no permiten
una sanidad gratuita y digna a miles de millones de personas.
No es de
extrañar que los países subdesarrollados sean los que más se oponen a los
cultivos transgénicos. Miles de agricultores se han arruinado a causa de la
producción sintética de alimentos como la vainilla o el azúcar. Las
compañías fabricantes de semillas transgénicas buscan la dependencia
económica del Tercer Mundo, más que su desarrollo. Amparándose en el GATT,
el Tratado de Libre Comercio, que respalda la propiedad intelectual,
Monsanto prohíbe a los compradores de sus semillas -un 25% más caras que las
normales- guardarlas de una cosecha para otra. En Estados Unidos un ejército
de inspectores se encarga de vigilar los graneros y de que se multe a los
infractores. En la India, donde la práctica de guardar las semillas es
milenaria, los agricultores han protagonizado protestas y han quemado
cultivos transgénicos. Para evitar conflictos e incrementar beneficios,
Monsanto ha desarrollado la tecnología Terminator, que crea plantas
transgénicas estériles. Así se garantiza que el agricultor solo pueda
obtener semillas nuevas de la compañía.
Existen
alimentos transgénicos que, a pesar de estar prohibidos por la ley, se
cuelan y llegan a las mesas de los consumidores, como por ejemplo
determinados tipos de patatas y maíz, prohibidos en la Unión Europea. Se
está llevando a cabo una introducción voluntaria y premeditada de cultivos y
alimentos con genes transgénicos. El objetivo es el de llenar el mercado de
productos transgénicos y convertir en inoperante e imposible de llevar a
término cualquier ley o mecanismo que prohíba dichas variedades.
Por otro lado,
estas empresas transnacionales se han convertido en biopiratas y roban
abiertamente el conocimiento desarrollado por las comunidades indígenas del
mundo. Están realizando una avalancha de registro de patentes. El blanco es
el conocimiento tradicional, utilizado en las sociedades no occidentales
durante siglos. Genes, plantas tradicionales, especies animales, todo se
patenta sin que nadie lo controle.
El sistema de
patentes obstaculiza el acceso a los recursos genéticos del mundo entero, ya
que encarece las semillas y las vuelve inaccesibles para los agricultores
del mundo subdesarrollado. Además, cada vez hay menos disponibilidad de
germoplasma para investigación y desarrollo en el sector público. Esta
práctica no sólo constituye un ataque directo a la riqueza de los países,
sino que además hace que los agricultores, los productores de alimentos y
los consumidores se vuelvan dependientes de las empresas que poseen las
patentes.
Nos encontramos ante un guerra
Biotecnológica secreta. Un gran problema de los cultivos modificados
genéticamente es que permiten a las grandes compañías de biotecnología
hacerse con el control de la cadena alimenticia. Al patentar los genes, y
todas las tecnologías asociadas con ellos, estas compañías están creando una
situación en la que pueden ejercer control absoluto sobre lo que la
humanidad come.
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