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LA ACCIÓN Y LA IDEA

Tratar el problema de la acción puede ser, al principio algo abstruso y difícil. Aunque si tienes un poco de paciencia y entras en el tema reflexionando e intentando comprender lo que te decimos, podrás ver con claridad este asunto. Ver con claridad como funciona en nosotros el proceso de la idea y la acción es tremendamente importante, porque toda nuestra existencia, nuestra vida entera, es un proceso de acción.

La mayoría de nosotros vive en una serie de acciones, de acciones aparentemente inconexas, desarticuladas, que conducen a la desintegración, a la frustración. Es un problema que atañe a cada uno de nosotros, porque todos vivimos por la acción; y sin acción no hay vida, no hay experiencia, no hay pensamiento. El pensamiento es acción; y el desarrollar acción tan sólo en determinado nivel de la conciencia, o sea en lo externo, el vernos atrapados en la mera acción externa sin comprender todo el proceso de la acción en sí, inevitablemente nos llevará a la frustración, a la desdicha.

Nuestra vida, pues, es una serie de acciones, o un proceso de acción, en diferentes niveles de la conciencia. La conciencia es vivencia, nominación y registro. Es decir, la conciencia es reto y respuesta, lo cual es vivenciar, luego definir o nombrar, y finalmente registrar, que es la memoria. Este proceso es acción. La conciencia es acción; y sin reto y respuesta, sin experimentar, nombrar o definir, y sin registrar, que es la memoria, no hay acción.

Ahora bien, la acción crea el actor. Es decir, el actor surge cuando la acción tiene en vista un resultado, un fin. Si en la acción no se persigue resultado alguno, no hay actor; pero si hay un fin o un resultado en vista, la acción produce el actor. La verdad es que el actor, la acción, y el fin o resultado, son un proceso unitario, un proceso único, que se manifiesta cuando la acción tiene un fin en sí misma. La acción hacia un resultado, es voluntad; de otro modo no hay voluntad. El deseo de lograr un resultado engendra voluntad, que es el actor: “yo” quiero lograr algo, “yo” quiero escribir un libro, “yo” deseo ser hombre rico, “yo” quiero pintar un cuadro.

Los tres estados: el actor, la acción y el resultado, nos son conocidos. Eso es nuestra existencia diaria. Hasta ahora no hemos hecho más que explicar lo que es; pero sólo empezaremos a comprender como se puede transformar lo que es, cuando lo examinemos claramente, de modo que no haya ilusión, prejuicio ni parcialidad a su respecto. Ahora bien, estos tres estados constitutivos de la experiencia: el actor, la acción y el resultado, son ciertamente un proceso de devenir. De otra manera no hay devenir.

Si no hay actor, y si no hay acción hacia un fin, no hay devenir; pero la vida tal como la conocemos, nuestra vida diaria, es un proceso de devenir. Soy pobre, y actúo con un fin en vista, que es el de hacerme rico. Soy feo, y quiero volverme hermoso. Mi vida, por lo tanto, es un proceso de llegar a ser alguna cosa. La voluntad de ser es la voluntad de devenir en diferentes niveles de la conciencia, en diferentes estados; y en ello hay reto, respuesta, nominación y registro. Pero este devenir es lucha, este devenir es dolor. Es una lucha constante: soy esto y quiero llegar a ser aquello.

El problema es, pues, que para nosotros, ahora, no hay acción sin ese devenir. Es decir, no hay acción sin ese dolor, sin esa constante batalla. Si no hay finalidad no hay actor, porque la acción con un fin en vista crea el actor. Pero puede haber acción sin un propósito, sin un fin, y por lo mismo sin ningún actor, sin el deseo de un resultado. Tal acción no es un devenir y por lo tanto no hay lucha. Hay un estado de acción, un estado de vivenciar sin el experimentador y sin la experiencia. Esto suena bastante filosófico, pero es realmente muy simple.

En el momento de vivenciar, no nos damos cuenta de nosotros mismos como experimentador distinto de la experiencia nos hallamos en un estado de vivencia. Tomemos un ejemplo muy sencillo: estamos encolerizados. En ese momento de ira, no hay experimentador ni experiencia; sólo hay vivencia. Pero no bien salimos de ese estado, una fracción de segundo después de la vivencia, surge el experimentador y la experiencia, el actor y la acción con un fin en vista, que es el de deshacerse de la ira o suprimirla. La verdad es que en ese estado de vivencia nos hallamos repetidas veces; pero siempre salimos de él y le aplicamos un término, nombrándolo y registrándolo, con lo cual damos continuidad al devenir.

Si podemos comprender la acción esa comprensión fundamental afectará toda nuestra vida, tanto nuestro interior más recóndito como también las actividades superficiales de la vida cotidiana; pero primero tenemos que comprender la naturaleza fundamental de la acción. Debemos saber si nuestra acción es producida por una idea, si tenemos primero una idea y luego actuamos o si la acción viene primero, y, como la acción engendra conflicto, fabricamos después una idea en torno de ella. Es decir, necesitamos saber si la acción crea el actor, o el actor está primero y luego surge la idea.

Es muy importante descubrir cuál viene primero. Si la idea viene primero, entonces la acción se adapta simplemente a una idea, y por lo tanto ya no es acción sino imitación, compulsión conforme a una idea. Es muy importante comprender esto; porque, como nuestra sociedad está construida principalmente en el nivel intelectual o verbal, en nuestro caso la idea viene primero y la acción le sigue. Entonces la acción es la doncella de la idea, y la mera elaboración de ideas es evidentemente perjudicial para la acción. Es decir, las ideas engendran más ideas, y cuando no se hace más que engendrar ideas, hay antagonismos, y la sociedad se hipertrofia con el proceso intelectual de la ideación. Nuestra estructura social es muy intelectual. Cultivamos el intelecto a expensas de todos los otros factores de nuestro ser, y por ello las ideas nos sofocan.

Las ideas jamás pueden producir acción, ellas simplemente moldean el pensamiento y por lo tanto limitan la acción. Cuando la acción es forzada por una idea, jamás la acción puede liberar al ser humano. Es extraordinariamente importante para nosotros el comprender este punto. Si una idea plasma la acción, ésta jamás podrá traer solución a nuestras miserias; porque, antes de que la idea pueda ser puesta en acción, tenemos que descubrir cómo surge la idea. La investigación de la ideación, de la elaboración de ideas ‑sean ellas las de los socialistas, los capitalistas, los comunistas o las diversas religiones- es de la mayor importancia, máxime cuando nuestra sociedad está al borde de un precipicio, lo que puede provocar otra catástrofe, otra escisión; y los que somos realmente serios en nuestra intención de descubrir la solución humana de nuestros muchos problemas, deben primero comprender el proceso de la ideación.

Necesitamos saber qué entendemos por idea, cómo surge la idea y si es posible acoplar la idea con la acción. Es decir, yo tengo una idea y deseo ponerla en práctica, para lo cual busco un método; y nosotros especulamos, y malgastamos nuestro tiempo y energías, en disputas acerca de cómo poner la idea en ejecución. Es muy importante averiguar cómo surgen las ideas; y sólo después de descubrir la verdad al respecto, podremos discutir el problema de la acción. Sin discutir las ideas, carece de sentido el averiguar simplemente cómo se ha de actuar.

¿Cómo nos viene una idea? Cualquier idea, por simple que sea, no necesita ser filosófica, religiosa ni económica. Es evidente que ella es un proceso de pensamiento. La idea es el resultado de un proceso de pensamiento; sin proceso de pensamiento no puede haber idea. Debo, pues, comprender el proceso mismo de pensar antes de que pueda comprender su producto, la idea.

El pensamiento es el resultado de una respuesta, neurológica o psicológica. Es la respuesta inmediata de los sentidos a una sensación; o es psicológica la respuesta del recuerdo almacenado. Hay la respuesta inmediata de los nervios a una sensación, y hay la respuesta psicológica del recuerdo almacenado: la influencia de la raza, del grupo, del “gurú” de la familia, de la tradición, y lo demás. A todo eso le llamamos pensamiento. De modo que el proceso del pensamiento es la respuesta de la memoria. No tendríamos pensamientos si no tuviéramos memoria; y la respuesta de la memoria a determinada experiencia pone en acción el proceso de pensar.

Digamos, por ejemplo, que yo tengo los recuerdos almacenados del nacionalismo, llamándome a mí mismo hindú. Ese depósito de recuerdos de pasadas respuestas, acciones, implicaciones, tradiciones, costumbres, responde al reto de un musulmán, un budista o un cristiano y la respuesta de la memoria al reto produce invariablemente un proceso de pensamiento. Observemos el proceso de pensar tal como opera en nosotros mismos, y podremos poner a prueba directamente la verdad de esto. Hemos sido insultados por alguien, y eso nos queda en la memoria, forma parte de nuestro “trasfondo”; y cuando nos encontramos con la persona ‑lo cual es el reto- la respuesta es el recuerdo de aquel insulto. De esta forma, la respuesta de la memoria, que es el proceso de pensar, engendra una idea; y por eso la idea es siempre condicionada, lo que es importantísimo. Es decir, la idea es el resultado del proceso del pensamiento, éste es la respuesta de la memoria, y la memoria es siempre condicionada. El recuerdo es siempre del pasado, y un reto le da vida a ese recuerdo en el presente. El recuerdo no tiene vida por sí mismo; surge a la vida en el presente, al impacto de un estimulo. Y todo recuerdo, ya sea latente o activo, es condicionado.

Tiene, pues, que haber un enfoque totalmente diferente. Debemos descubrir por nosotros mismos, en nuestro fuero íntimo, si obramos movidos por una idea y si puede haber acción sin ideación. Veamos en qué consiste la acción que no se basa en una idea.

Existe otra forma diferente de vivir, mucho más plena que sucede cuando obramos sin ideación, cuando en nuestra vida se produce la acción que no es resultado de la idea, la memoria, el pensamiento ni la experiencia. Como ya hemos dicho, la acción basada en la experiencia es limitadora, y por consiguiente es un estorbo. La acción que no es resultado de una idea es espontánea cuando el proceso del pensamiento, que se basa en la experiencia, no gobierna la acción; es decir, la acción es independiente de la experiencia cuando no está dominada por la mente. Ese es el único estado en que hay comprensión; cuando la mente, basada en la experiencia, no guía la acción; cuando no es el pensamiento, basado en la experiencia, el que da forma a la acción.

¿Qué es la acción cuando no hay proceso de pensamiento? ¿Puede haber acción sin proceso mental? Quiero, por ejemplo, construir un puente o una casa; conozco la técnica, y ésta me dice cómo he de construir. A eso le llamamos acción. Está asimismo la acción de escribir un poema, de pintar, de asumir las responsabilidades del gobierno, la de las reacciones sociales y ambientales. Todo ello se basa en una idea o experiencia previa que imprime forma y color a la acción. Pero debemos saber si puede haber acción en ausencia de toda ideación.

Y la hay, por cierto, cuando la idea cesa; y la idea cesa tan sólo cuando hay amor. El amor no es memoria; el amor no es experiencia. El amor no es el pensar en la persona que uno ama, ya que entonces se trata simplemente de pensamiento. No podemos pensar en el amor. Podemos pensar en la persona que amamos, o a la que somos adicto: nuestro “gurú”, nuestra imagen, nuestra esposa, nuestro marido; pero el pensamiento, el símbolo, no es lo real, es decir, el amor. El amor, por consiguiente, no es una vivencia.

Cuando hay amor hay acción. Y esa es la única acción libertadora. Esta acción no es resultado de un proceso mental; y no hay intervalo entre el amor y la acción, como lo hay entre la idea y la acción. La idea es siempre vieja; ella proyecta su sombra sobre el presente y procura construir un puente entre sí misma y la acción. Cuando hay amor ‑que no ideación, ni elaboración mental, ni memoria, y que no es resultado de la experiencia o de la práctica de una disciplina- ese amor es en sí mismo acción, y sólo él puede liberarnos.

Mientras haya un proceso mental, mientras la acción sea determinada por una idea que es experiencia, no puede haber liberación; y mientras ese proceso continúe, toda acción será limitada. Cuando se percibe esta verdad, surge a la existencia la cualidad del amor, que no es elaboración mental y a cuyo respecto no cabe pensamiento alguno.

Es preciso darse cuenta de todo este proceso, de cómo surgen las ideas, de cómo la acción emana de las ideas, y cómo éstas, que dependen de la sensación, dominan la acción y por lo tanto la limitan. No importa de quien sean las ideas, si de la izquierda o de la extrema derecha. Mientras nos aferremos a las ideas, permaneceremos en un estado en que no puede haber vivencia alguna. Entonces vivimos tan sólo en la esfera del tiempo: en el pasado, que brinda más sensación, o en el futuro, que es otra forma de sensación. Sólo cuando la mente está libre de ideas puede haber vivencia, sólo cuando uno es libre de las ideas puede realmente vivir.

Las ideas no son la verdad; y la verdad es algo que ha de ser experimentado directamente, de instante en instante; no es una experiencia que deseamos, lo cual resulta entonces mera sensación. Sólo cuando se logra ir más allá del haz de ideas que es el “yo”, que es la mente, y que es continuidad, sólo cuando se puede ir más allá de eso, sólo cuando el pensamiento está totalmente callado, sólo entonces hay un estado de vivencia. Entonces uno sabrá lo que es la verdad.

 

 

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