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LA PARADOJA DEL TIEMPO
A simple vista, el momento presente es "lo que sucede". Puesto que los sucesos
cambian continuamente, parecería que cada día de la vida consta de miles de
momentos en los cuales suceden distintas cosas. El tiempo es para nosotros como
una cadena interminable de momentos, algunos "buenos" y otros "malos". Sin
embargo, si analizamos más detenidamente, es decir, a través de nuestra
experiencia inmediata, descubrimos que realmente no hay muchos momentos.
Descubrimos que lo único que hay es este momento.
La Vida siempre es ahora. La vida entera se desenvuelve en este Ahora constante.
Los momentos pasados o futuros existen solamente cuando los recordamos o los
imaginamos, trayéndolos a la mente en el único momento que existe: éste.
¿Por qué tenemos la impresión de que hay muchos momentos? Porque confundimos el
momento presente con lo que sucede, con el contenido. Confundimos el espacio del
Ahora con lo que sucede en ese espacio. Al confundir el momento presente con el
contenido no solamente creamos la ilusión del tiempo, sino también la ilusión
del ego.
He aquí la paradoja. Por una parte, ¿cómo podemos negar la realidad del tiempo?
Lo necesitamos para ir de aquí para allá, para preparar la cena, construir una
casa, leer este libro. Lo necesitamos para crecer, aprender cosas nuevas. Al
parecer, consumimos tiempo en todo lo que hacemos. Todo está sujeto a eso y, al
cabo de los años, "este maldito tirano que es el tiempo", termina matándonos.
Podríamos compararlo con un incendio voraz o con un río de aguas embravecidas
que nos arrastra en su corriente.
Hace poco me reuní con unos viejos amigos, una familia a la cual no veía hacía
tiempo, y me llevé una fuerte impresión cuando los vi. Casi les pregunto,
"¿están enfermos? ¿Qué sucedió? ¿Quién les hizo eso?" La madre, apoyada en un
bastón, parecía como si se hubiera encogido y su rostro estaba arrugado como una
manzana vieja. La hija, a quien había visto la última vez llena de la energía,
el entusiasmo y las esperanzas de la juventud, parecía agotada, cansada después
de educar a sus tres hijos. Entonces recordé: habían pasado casi treinta años
desde nuestro último encuentro. El tiempo les había hecho eso. Seguramente ellas
tuvieron la misma impresión cuando me vieron.
Todo parece estar sujeto al tiempo y, no obstante, todo
sucede en el Ahora. Esa es la paradoja. A donde quiera que miremos hay
suficiente evidencia circunstancial de la realidad del tiempo: la manzana que se
pudre, el rostro en el espejo comparado con el rostro en la fotografía de hace
treinta años. Sin embargo, nunca encontramos evidencia directa, nunca
experimentamos el tiempo propiamente. Lo único que experimentamos es el momento
presente o, más bien, lo que sucede en él. Si nos guiamos solamente por la
evidencia directa, entonces no hay tiempo, y lo único que existe es el Ahora.
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