|
EL NACIMIENTO DE LA EMOCIÓN
Además del movimiento del pensamiento, y no tan separada de él, está otra
dimensión del ego: la emoción. Claro está que no todo pensamiento ni toda
emoción le pertenecen al ego. Se convierten en ego solamente cuando nos
identificamos con ellos al punto de permitir que nos suplanten por completo; es
decir cuando se convierten en el "Yo".
El organismo físico, nuestro cuerpo, tiene su propia inteligencia, y lo mismo
sucede con todas las demás formas de vida. Esa inteligencia reacciona a lo que
dice la mente, a nuestros pensamientos. Claro está que la inteligencia del
cuerpo es una parte inseparable de la inteligencia universal, una de sus
incontables manifestaciones. Proporciona cohesión temporal a los átomos y las
moléculas que componen el organismo. Es el principio organizador de todo el
funcionamiento de los órganos del cuerpo, de la conversión del oxígeno y los
alimentos en energía, de los latidos del corazón y la circulación de la sangre,
del funcionamiento del sistema inmune encargado de proteger al cuerpo de los
invasores, de la traducción de la información sensorial en impulsos nerviosos
que llegan hasta el cerebro donde son descodificados y ensamblados nuevamente
para crear un panorama coherente de la realidad externa. Esta inteligencia
coordina perfectamente todas esas funciones, además de otras miles que ocurren
simultáneamente. No somos nosotros quienes manejamos nuestro cuerpo. Lo hace la
inteligencia, la cual está también a cargo de las reacciones de nuestro
organismo frente a su entorno.
Eso es así para todas las formas de vida. Es la misma inteligencia que dio su
forma física a la planta y que se manifiesta en la flor que abre sus pétalos
para recibir los rayos del sol de la mañana y luego los cierra durante la noche.
Es la misma inteligencia que se manifiesta como Gaia, ese ser viviente complejo
que es nuestro planeta Tierra.
Esta inteligencia da lugar a reacciones instintivas cuando el organismo se ve
amenazado o desafiado. En los animales produce reacciones semejantes a las
emociones humanas: ira, temor, placer. Podría decirse que estas reacciones
instintivas son emociones primordiales. En algunas situaciones, los seres
humanos experimentan las reacciones instintivas de la misma manera que los
animales. Ante el peligro, cuando está amenazada la supervivencia del organismo,
los latidos del corazón se aceleran, los músculos se contraen y la respiración
se hace más rápida, en preparación para luchar o huir. Es el miedo primordial.
Cuando el cuerpo se siente acorralado, se produce una intensificación súbita de
la energía que le da una fuerza que antes no tenía. Es la ira primordial. Aunque
estas reacciones instintivas parecen semejantes a las emociones, no lo son en el
sentido verdadero de la palabra. La diferencia fundamental entre una reacción
instintiva y una emoción está en que la primera es una reacción directa del
cuerpo frente a una situación externa, mientras que la emoción es la respuesta
del cuerpo a un pensamiento.
Indirectamente, una emoción también puede ser una reacción a una situación o a
un hecho real, pero vista a través del filtro de la interpretación mental, el
filtro del pensamiento, es decir, a través de los conceptos mentales de bueno y
malo, gusto y disgusto, yo y lo mío. Por ejemplo, es probable que no sintamos
emoción alguna cuando nos enteramos de que le han robado el automóvil a alguien,
mientras que si es nuestro automóvil, nos sentiremos muy alterados. Es
sorprendente cuánta emoción puede generar un concepto mental tan nimio como es
el de "mío".
Si bien el cuerpo es muy inteligente, no está en capacidad de distinguir entre
una situación real y un pensamiento. Reacciona a todos los pensamiento como si
fueran la realidad. No sabe que es apenas un pensamiento. Para el cuerpo, un
pensamiento preocupante o amenazador significa, "Estoy en peligro", llevándolo a
reaccionar de conformidad, aunque la persona esté descansando en su cama en la
noche. El corazón se acelera, los músculos se contraen, la respiración se hace
más rápida y se acumula la energía. Pero como el peligro es solamente una
ficción de la mente, esa energía no tiene por dónde desfogar. Parte de ella
retorna a la mente y genera más pensamientos angustiosos. El resto de la energía
se vuelve tóxica e interfiere con el funcionamiento armonioso del cuerpo.
|
|