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INFELICIDAD
No toda la infelicidad es del cuerpo del dolor. Una parte es nueva infelicidad,
creada cada vez que no estamos en armonía con el momento presente, cuando
negamos el ahora de una forma u otra. Cuando reconocemos que el momento presente
es lo que ya está sucediendo y, por ende, es inevitable, podemos aportarle una
actitud positiva de aceptación imparcial y no solamente no crear más infelicidad
sino apropiarnos del poder de la Vida misma al eliminar toda resistencia.
La infelicidad que provoca el cuerpo del dolor siempre es completamente
desproporcionada en relación con su causa aparente. En otras palabras, es una
reacción exagerada. Es así como se la reconoce, aunque generalmente no es la
persona poseída quien la reconoce. Una persona con un cuerpo del dolor pesado
encuentra fácilmente las razones para sentirse alterada, molesta, afligida,
triste o temerosa. Las cosas relativamente insignificantes que en otra persona
provocarían solamente un encogimiento de hombros y una sonrisa indiferente, se
convierten en la causa aparente de un sufrimiento intenso. Y claro está que no
son la causa verdadera, sino el factor desencadenante, el cual revive las viejas
emociones acumuladas. La emoción se aposenta luego en la cabeza, donde amplifica
e imprime energía a las estructuras egotistas de la mente.
El cuerpo del dolor y el ego son parientes cercanos. Se necesitan mutuamente. El
suceso o la situación desencadenante se interpreta y se pone en escena a través
de la pantalla de un ego altamente emocional. Esto quiere decir que su
significado se distorsiona completamente. Vemos el presente a través de los ojos
del pasado emocional que llevamos dentro. En otras palabras, lo que vemos o
experimentamos no está en el suceso ni en la situación, sino en nosotros. O, en
algunos casos, aunque sea parte del suceso o de la situación terminamos
amplificándolo con nuestra reacción. Esta reacción, esta amplificación, es el
alimento que el cuerpo del dolor desea y necesita.
La persona poseedora de un cuerpo del dolor pesado encuentra a veces imposible
distanciarse de su interpretación distorsionada, de su "historia" cargada de
emoción. Mientras más emoción negativa haya en una historia, más pesada e
impenetrable es ésta. Así, la historia no se reconoce como tal sino que se la
confunde con la realidad. Cuando estamos completamente atrapados en el devenir
del pensamiento y las emociones que lo acompañan, es imposible desprendernos
porque ni siquiera sabemos que podemos hacerlo. Estamos atrapados en nuestra
propia película o ilusión. Y hasta donde sabemos, nuestra reacción es la única
reacción posible.
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