LA
SOLEDAD: UN BREVE REPASO AL CONCEPTO DE «RESPONSABILIDAD»
Algunas
de las razones por las que muchas personas eluden sus responsabilidades son las
que proponemos a continuación:
• Una
primera razón fundamental es que, a veces, las situaciones superan los propios
recursos de la persona para hacerlas frente, y no se sienten capaces de
encargarse de ellas.
• Otras
personas asocian la responsabilidad a pérdida de libertad o dejar de hacer lo
que a uno le place. Dejar de hacer aquello que no nos gusta es muy agradable,
nos sentimos bien. En este caso falta el análisis que suele hacer la persona
responsable: no es que a ésta no le importe hacer lo que no le gusta, pero
entiende que las consecuencias a largo plazo son peores que el hacer algo menos
cómodo a corto plazo. La persona irresponsable busca la satisfacción inmediata.
De lo que ocurra a largo plazo ya se encargará, o habrá aprendido recursos
suficientes para que, probablemente, otro cargue con la culpa.
• En
ocasiones, asumir que uno se ha equivocado resulta terriblemente doloroso y es
preferible «echar balones fuera» y no sentir. Una de las características de las
personas responsables es que asumen sus errores y se ponen manos a la obra para
que no vuelvan ocurrir. Por muy humillante que pueda parecer asumir una
equivocación, entienden que las consecuencias de no hacerlo son todavía peores.
Cabe
preguntarnos qué hacer para asumir o ayudar a hacerse cargo de las propias
responsabilidades. Si nos encontramos, por ejemplo, ante una situación en la que
evadir la responsabilidad se deba a la falta de habilidades para hacerle frente,
se puede ayudar a la persona a analizar qué necesita para sentirse seguro y
animarla a dar un paso más en su crecimiento personal. Supongamos un caso
concreto, por ejemplo, en el trabajo, en que se ve que uno de los subordinados
no está haciendo una tarea que se le ha pedido que resuelva. Es posible que no
se sienta capaz y por eso esté dándole largas. En este caso, es conveniente
sentarse con la persona, crear un clima de confianza para que exprese en qué
puntos reconoce no tener recursos o habilidades para resolver lo que se le ha
pedido, indicarle la manera de obtener esa información, y permitirle que se
encargue de ello conociendo sus limitaciones.
Es
importante ayudar, ya se trate de un niño o de un adulto, a analizar las
consecuencias de los propios actos, a corto, medio y largo plazo. Cuando las
consecuencias a largo plazo son perjudiciales, no merece la pena la satisfacción
que se siente a corto plazo. Por ejemplo, la práctica del sexo sin protección, a
corto plazo puede resultar placentera pero si, como consecuencia de ella,
resulta uno infectado por una enfermedad de transmisión sexual, es preciso
asumir la responsabilidad de lo que se ha hecho con el propio organismo y de lo
que, a su vez, se pueda transmitir.
Cuando la
persona es irresponsable porque no quiere dejar de hacer lo que le gusta, o
porque se ve obligado a hacer lo que no le gusta, lo más probable es que haga la
transferencia de esa responsabilidad a otro, bien culpándole de lo ocurrido, o
bien dejándole a cargo de lo que le tocaba hacer, y para ello utilizará excusas
que abarcarán desde la imposición más déspota hasta el numerito perfectamente
depurado de lo inútil que se siente frente a sus maravillosas habilidades.
Cualquier cosa con tal de no hacerlo.
En este
caso aprender a decir NO es fundamental. También, no sentirse culpable por ello.
Por ejemplo, una pareja se ha repartido las tareas de la casa. A uno de ellos no
le gusta nada recoger la pila, pero le toca. Empezará a alabar a su pareja, lo
bien que lo hace y lo mal que se siente por la torpeza de su propia ejecución,
con el fin de provocar algo de lástima y, finalmente, que lo reemplace «en un
gesto de amor». Misión cumplida: no toca recoger la pila. Consecuencias a largo
plazo: la pareja va a acabar, casi con probabilidad, resentida, especialmente si
esta situación se produce con relativa frecuencia. En este caso, es mejor dejar
que aprenda a hacerlo bien, e indicar dónde están el estropajo y el jabón.
Aprender
a vivir los errores como algo normal en el proceso vital sería muy recomendable
para aquellos que no asumen las consecuencias de sus actos, especialmente si
éstas no son lo que esperaban, y con más razón si son negativas. Todos buscamos
el éxito, pero éste sólo llega cuando aprendemos de los errores. Por ejemplo, si
se ha levantado la voz a la pareja porque hoy no ha tirado el periódico a la
basura, si uno es responsable, admitirá que no hay nada que justifique que
levante la voz por ese tema, y en el futuro intentará hablar las cosas, no
chillarlas. Para la persona no responsable, la culpa de que chille la tendrá la
pareja porque no ha tirado el periódico, cuando, en realidad, cada uno es
responsable de su tono de voz, de lo que dice y cómo lo dice, independientemente
de las circunstancias en las que se produce.
Sea cual
sea el caso, es importante entender que realmente no estamos realizando ningún
favor a nadie, ni tampoco somos mejores personas, cuando asumimos sus
responsabilidades. Más bien al contrario, estamos impidiendo que esa persona
crezca, que se sienta útil y capaz ante las dificultades del día a día, y
estaremos favoreciendo que se convierta en una persona frustrada y amargada
cuando la vida le ponga frente a su propia inutilidad para resolverla.
No se
nace siendo responsable o irresponsable. La responsabilidad tampoco «ocurre», es
decir, no es algo que se adquiere de forma «natural» con el paso de los años. La
responsabilidad es una conducta que se aprende. Por eso, es posible —y no hay
por qué mostrarse extrañado— encontrarse con niños y adolescentes más
responsables que muchas personas adultas.
En la
medida en que la responsabilidad es una conducta aprendida, para que ésta se
implante en el repertorio de comportamientos de una persona, niño o adulto, será
importante elogiarlas cuando se produzcan. Se irán proporcionando tareas que se
sientan capaces de afrontar, o se les facilitará la información o las
habilidades necesarias para que se sientan seguros. Y desempolvar el sentido del
humor. Aprender a ser responsable también puede ser divertido.
Si estás
conviviendo con una persona, en cualquier entorno, que tiende a echar la culpa a
los demás, o que utiliza el chantaje apelando a grandes valores como el amor o
la amistad para que otros hagan lo que les correspondería a ellos, te encuentras
ante un gran irresponsable. Tú decides qué hacer con esa persona.