LA
SOLEDAD. APROXIMACIÓN DESDE LA PSIQUIATRÍA
La soledad consiste en la ausencia de compañía. A veces la soledad es deseada y
buscada. Hay ratos en que queremos, incluso necesitamos, sentirlos solos. La
soledad es entonces algo agradable. Sin embargo, muchas personas viven dentro de
un clima de soledad no deseada, sino provocada a su pesar por las
circunstancias. Cuando esta soledad involuntaria se prolonga mucho en el tiempo,
termina siempre apareciendo un sentimiento de soledad ingrato y doloroso.
Muchas
personas sufren como consecuencia de la soledad. Los niños que no tienen
hermanos ni amigos con quienes jugar y compartir experiencias, los adolescentes
que se sienten solos e indefensos ante la incomprensión de sus padres (y a veces
del resto de las personas, incluso de ellos mismos), y, sobre todo, los ancianos
que, relegados y olvidados por los demás, viven su soledad con dramático
pesimismo. Pero la soledad no tiene edad y puede aparecer en cualquier momento y
circunstancia, existiendo muchas formas de soledad.
Este
sentimiento de soledad puede aparecer por motivos muy diversos y es bastante
subjetivo, siendo relativamente independiente de la situación de aislamiento
social o soledad objetiva de cada persona, ya que alguien puede sentirse muy
solo a pesar de estar acompañado. Uno de los factores que más influyen en la
aparición de este sentimiento es la falta de comunicación, o la existencia de
una comunicación tan precaria en cantidad y calidad que casi no es tal. Puede
hablarse entonces de soledad-incomunicación.
Otras
veces, el sentimiento de soledad proviene de que se echa de menos la presencia
de una o más personas determinadas. El deseo de estar con ellas, de verlas, de
hablar con ellas, de abrazarlas, etcétera, conduce a un sentimiento
desasosegante de soledad. Se trata de la soledad-ausencia. Este tipo de
sentimiento de soledad puede aparecer en muchas situaciones, pero es
particularmente característico de los recién enamorados. El deseo selectivo y
apasionado de estar con el ser amado hace que la compañía de otras personas se
viva como superficial, medio vacía de contenido, en relación con la compañía que
se desea. Si no se está acompañado, el sentimiento de soledad suele ser aún
mayor y favorece que el pensamiento se centre obsesivamente en el ser amado.
Este
sentimiento de soledad también es característico de la ausencia provocada por la
muerte de un ser querido. El sentimiento de soledad procede del vacío afectivo
que esa persona deja y de la imposibilidad de volver a estar en su compañía,
además de los aspectos simbólicos que la pérdida puede implicar en cada caso.
Por ejemplo, la muerte de los padres puede provocar una sensación de orfandad,
donde al sentimiento de ausencia se añade otro de cierta indefensión. La
soledad-indefensión aparece cuando se tiene necesidad de los demás, ante una
amenaza, peligro o carencia extrema, sin que se logre conseguir la ayuda
deseada. Se produce entonces una sensación de vacío y abandono por la que se
toma conciencia de soledad, ya que, no pudiendo contar con nadie, se está
afectivamente solo.
Cuando
existen unos fuertes lazos de dependencia de otras personas, el sentimiento de
soledad aparece fácilmente, ya que se necesita continuamente del otro para
sentir seguridad y poder llevar una vida normal. Se trata de la
soledad-dependencia. La dependencia se establece a causa de la incapacidad
objetiva para valerse por sí mismo, o bien por la fuerza de la costumbre, por la
cual una persona capacitada no ha podido o querido desarrollar esas facultades,
o por último, debido a una personalidad insegura en la que al no confiar en uno
mismo, se necesita permanentemente el consejo o la aprobación de otro.
La
soledad-dependencia es frecuente entre los niños pequeños, que temen quedarse
solos porque piensan que ante la menor dificultad no sabrían, por sí mismos, qué
hacer. La soledad-indefensión se añade fácilmente en estas personas
dependientes. Además de los niños, muchas otras personas experimentan
frecuentemente esta soledad-dependencia, como los ancianos que se sienten
limitados en sus capacidades físicas o psíquicas, o enfermos de todo tipo,
minusválidos físicos o psíquicos, que temen quedarse solos por miedo a no
poderse valer por sí mismos en caso de que ocurriese cualquier desenlace
inesperado.
Otro tipo
de sentimiento de soledad es la soledad-desamor o soledad por carencia afectiva,
que se distingue de la soledad-ausencia en que no procede directamente de la
privación de alguna persona concreta. El sentimiento de soledad no proviene de
la imposibilidad de estar junto a una persona determinada, sino que procede de
no sentirse querido por el ser amado, o mejor, de no sentirse querido por nadie.
El sentimiento de soledad surge como consecuencia directa de la imposibilidad de
dar y recibir afecto, lo cual es una de las necesidades fundamentales del ser
humano.
Otras
personas, al quedarse solas, se sienten mal porque perciben que no tienen nada
de qué hablar con ellos mismos. La soledad pone de manifiesto la existencia de
un cierto vacío interior. No sabiendo qué hacer con una soledad que aparece como
una fuente de malestar interior. Se trata de la soledad-vacío interior. A veces,
la soledad facilita que surjan en la mente toda una serie de pensamientos
indeseables. Se convierte entonces en algo intolerable, insoportable. Para
evitar estos pensamientos, muchas de estas personas se refugian en una actividad
frenética o en cualquier tipo de relación personal que sirva para eludirlos.
Existe
también una soledad-retiro, una soledad deseada, anhelada, que se busca huyendo
del bullicio de la vida social. Generalmente aparece como consecuencia de la
saturación provocada por un periodo de intensa actividad social. Se desea
descansar de los demás, de las implicaciones que supone el trato con otras
personas. En la actualidad, muchas personas huyen, a la menor oportunidad, de
los grandes núcleos urbanos en busca del sosiego y de la tranquilidad que
esperan hallar en pequeñas localidades o en el campo, donde permanecen solos o
en compañía de los más íntimos.
No se trata realmente de un sentimiento de soledad, ya que ésta es relativa y
delimitada generalmente a un periodo reducido de tiempo. Es más bien un
apartarse de la vida social, buscando la tranquilidad, el silencio, la vida
contemplativa o sosegada. Cuando se busca además el diálogo con uno mismo, la
comunicación interior, se llega al sentimiento de soledad más íntimo y profundo,
a la soledad-intimidad.
Esta
experiencia surge como consecuencia del distanciamiento de los demás, tanto en
el orden físico como en el psíquico. Durante esos momentos es cuando el ser
humano reflexiona sobre sí mismo, sobre su pasado, presente y futuro, cuando
hace proyectos, cuando viaja con la imaginación a cualquier parte, cuando deja
volar sus ambiciones y sus ilusiones inalcanzables. También cuando hace repaso
de errores, debilidades y fracasos que sólo él conoce, o bien, de alegrías,
satisfacciones y sensaciones que revive de nuevo, y que ya no se repetirán.
En esos
momentos, el hombre se encuentra frente a sí mismo, observando y analizando su
interior, buscando su propia identidad, quién es realmente, qué pudo haber sido,
qué puede llegar a ser. Se hace balance de uno mismo y pueden surgir los grandes
interrogantes de la existencia- Estas experiencias pueden ser gratas y
enriquecedoras, pero otras veces pueden resultar angustiosas y desasosegantes.
Hasta que se ha adquirido una cierta madurez de personalidad, pueden constituir
una fuente de angustia, desorientación y desatinos; sin embargo, son necesarias
para que el hombre profundice en sí mismo, en su vida, y aprenda a dirigirla
convenientemente hacia lo que realmente merece la pena, sintiéndose el
protagonista de su propia existencia.
El
problema se debe a que estos soliloquios se inician generalmente tras sucesos
que han provocado un impacto afectivo, con lo que el pensamiento se ve
determinado por un estado de ánimo bajo o alterado que, lejos de arrojar luz
sobre el camino a seguir, provoca una confusión pesimista. Algunos jóvenes
pueden empacharse de determinadas lecturas intelectualmente extremistas, que
pueden producirles una fuerte impresión y que además pueden comprender mal, ya
que no poseen aún suficiente madurez, formación intelectual y bagaje cultural
como para poder asimilar adecuadamente algunos conceptos. Como consecuencia,
intentan aplicar de un modo pleno e inflexible determinados principios teóricos
a todos los aspectos de la vida cotidiana, con lo que se estrellan ante la
imposibilidad de llevar a cabo sus propósitos en la realidad.
La
soledad puede ser necesaria en algunos momentos, pero en términos generales
resulta psicológicamente peligrosa. Favorece la aparición de numerosos
trastornos psicopatológicos, sobre todo de la depresión, los trastornos de
ansiedad, el alcoholismo, las drogodependencias y los trastornos paranoides (que
se caracterizan fundamentalmente por la creencia firme e injustificada de que
otras personas les vigilan, observan, hablan de ellos, etc., o de que les
quieren perjudicar de cualquier modo).
Por otro
lado, la soledad buscada, cuando es extrema y permanente, puede ser también el
síntoma de algunos trastornos psíquicos. Algunos mendigos y vagabundos son
auténticos solitarios, que se sienten bien llevando ese tipo de vida libre e
independiente, sin responsabilidades, sin obligaciones ni lazos con otras
personas que les condicionen, sin tener que dar cuenta a nadie de sus
comportamientos o decisiones. La falta de domicilio y de vínculos personales
estables les lleva a vivir cada día en su soledad, disfrutando de la ausencia de
obligaciones, dependencias, subordinaciones y compromisos.
Esto
explica que muchos prefieran no acudir a los centros públicos de acogida, a
veces simplemente porque deben sujetarse a horarios limitados y a otras normas
básicas, prefiriendo dormir en algún lugar determinado de la calle o donde les
sorprenda la noche. Muchas de estas personas son alcohólicas, tienen un
trastorno antisocial de la personalidad, o bien algún trastorno de la
personalidad de otro tipo, incluso esquizofrenia.
Otras
personas se convierten en solitarios como consecuencia de haber sufrido un
fuerte desengaño en sus relaciones humanas. La decepción, o toda una serie de
decepciones parecidas, les lleva a no desear entablar con nadie una relación
estrecha, para no volver a sufrir nuevamente. Se distancian de todas las
personas, manteniendo solamente los contactos indispensables para la propia
subsistencia. Muchos se vuelven huraños, de trato frío, seco, hosco y severo,
que aleja toda posibilidad de confianza y aproximación afectiva, como
consecuencia de los mecanismos de defensa establecidos para poner a salvo su
vulnerabilidad. Algunos son suspicaces y mordaces, tomando siempre a mal
cualquier pequeña broma o comentario que se pueda hacer en su presencia, como si
hubiesen extendido a toda la raza humana su resentimiento hacia la persona o
personas que les defraudaron.
Muchos
solitarios son personas extrañas. La propia soledad les ha ido acentuando y
fijando costumbres peculiares y dificultades de adaptación para las relaciones
humanas. A veces tienen algún trastorno de la personalidad, generalmente de tipo
paranoide, esquizoide o esquimotípico. En estos casos, la soledad es bien
aceptada, y no suele provocarles sufrimiento.
La
soledad de los paranoides se debe a su excesiva suspicacia y desconfianza ante
los demás, que les lleva a tener un trato frío y distante, donde difícilmente
pueden surgir relaciones personales de cierta profundidad. Los esquizoides
suelen ser ya grandes solitarios desde la infancia. Se trata de niños que
tienden a jugar solos y que a menudo están ensimismados en sus fantasías. No
echan de menos las relaciones humanas y su trato puede ser correcto, pero sin
implicación personal. Son muy reservados, ya que no sienten la necesidad de
trasmitir a nadie sus problemas e inquietudes, por lo que resulta difícil
penetrar en su intimidad. La soledad de los esquizotípicos procede de sus
escasas habilidades sociales, especialmente de sus dificultades de empatía, y de
sus alteraciones de percepción y pensamiento, que les hacen resultar extraños a
los demás, por lo que su comunicación e integración suele ser muy difícil.
Por
último, existe una soledad circunstancial que puede cerrar un círculo vicioso
que termina aislando a la persona. Al no tener a nadie con quien compartir
actividades o acudir a determinados actos sociales, se desiste de ir a los
mismos, con lo que nunca se termina de salir del aislamiento. Esto es más
frecuente entre los tímidos, en los que la soledad puede provocar incluso un
sentimiento de vergüenza que les impide organizar su tiempo libre con
actividades que les permitan conocer a otras personas de modo natural. En otros
casos no se sale de la situación de aislamiento por no saber dónde acudir para
poder aumentar el círculo de amistades, por falta de habilidades sociales, o
bien debido a una actitud excesivamente selectiva al elegir las personas con las
que se desea relacionarse.
Hay por
tanto, solitarios por vocación y solitarios a su pesar, y muchas formas de
experimentar una soledad que puede resultar grata o amarga, que a veces
proporciona paz y a veces sufrimiento, y que en mayor o medida es una vieja
conocida de todos.