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LA TRANSFORMACIÓN DEL SUFRIMIENTO EN PAZ
He leído algo sobre un filósofo estoico de la antigua Grecia que cuando le
dijeron que su hijo había muerto en un accidente, respondió: «Sabía que no
era inmortal». ¿Es eso rendición? Si lo es, no la quiero. Hay situaciones
en las que la rendición parece antinatural e inhumana.
Estar separado de tus sentimientos no es rendición. Pero no sabemos cuál
era el estado interno del filósofo cuando dijo esas palabras. En algunas
situaciones extremas, puede que te resulte imposible aceptar el ahora.
Pero la rendición siempre te ofrece una segunda oportunidad.
Tu primera oportunidad consiste en rendirte cada momento a la realidad de
ese momento. Sabiendo que lo que es no puede deshacerse —porque ya es—,
dices sí a lo que es o aceptas lo que no es. Entonces haces lo que tienes
que hacer, lo que la situación requiera. Si te mantienes en este estado de
aceptación, no crearás más negatividad, ni más sufrimiento, ni más
infelicidad. Entonces vives en un estado de no-resistencia, en un estado
de gracia y ligereza, libre de luchas.
Cuando no eres capaz de hacerlo así, cuando pierdes esta primera
oportunidad, bien porque no eres capaz de generar suficiente presencia
consciente para impedir que surja algún patrón de resistencia habitual, o
bien porque la situación es tan extrema que te resulta absolutamente
inaceptable, entonces estarás generando dolor, sufrimiento de algún tipo.
Podría parecer que la situación está creando el sufrimiento, pero en
último término no es así: la responsable de crear el sufrimiento es tu
resistencia.
Esta es tu segunda oportunidad de rendirte: si no puedes aceptar lo de
fuera, entonces acepta lo de dentro. Si no puedes aceptar la situación
externa, acepta la situación interna. Esto significa: no te resistas al
dolor. Permítelo. Ríndete al dolor, a la desesperación, al miedo, a la
soledad o a cualquier forma que adopte el sufrimiento. Obsérvalo sin
etiquetarlo mentalmente. Abrázalo. A continuación observa cómo el milagro
de la rendición transmuta el sufrimiento profundo en paz profunda. Ésta es
tu crucifixión. Deja que se convierta también en tu resurrección y
ascensión.
No entiendo cómo puede uno rendirse al sufrimiento. Como tú mismo has
señalado, sufrimiento es no-rendición. ¿Cómo puedes rendirte a la
no-rendición?
Olvídate un momento de la rendición. Cuando sientas un dolor profundo,
toda charla sobre la rendición probablemente te parecerá intrascendente y
sin sentido. Si sientes un dolor profundo, lo más probable es que te surja
un fuerte impulso de escapar de él, no de rendirte a él. No quieres sentir
lo que sientes. ¿Qué podría ser más normal? Pero no hay escapatoria, no
hay salida. Puede que haya pseudoescapes: el trabajo, la bebida, las
drogas, enfadarte, proyectar el dolor..., pero no te liberan del dolor. La
intensidad del sufrimiento no disminuye cuando lo haces inconsciente.
Cuando niegas el dolor emocional, lo que haces o piensas, e incluso tus
relaciones, todo queda contaminado por él. Lo emites, por así decirlo,
pues es la energía que emana de ti, y otros lo notarán subliminalmente. Si
son inconscientes, puede que se sientan obligados a atacarte o herirte de
algún modo, o puede que tú les hieras al proyectar inconscientemente tu
dolor. Atraes y manifiestas lo que corresponde a tu estado, interno.
Pero, incluso cuando no hay escapatoria, existe un camino que permite
atravesar el dolor; por tanto, no te alejes de él. Afróntalo.
Siéntelo plenamente. Siéntelo, ¡no pienses en él! Exprésalo si es
necesario, pero no crees un guión mental con el dolor. Pon toda tu
atención en lo que sientes, no en la persona, evento o situación que
parece causarlo. No dejes que la mente use el dolor para crearse con él
una identidad de víctima. Compadecerte de ti mismo y contar tu historia a
los demás te mantendrá atrapado en el sufrimiento. Como es imposible huir
del sentimiento, la única posibilidad de cambio es entrar en él; si no lo
haces, no cambiará nada. Por tanto, concede toda la atención a lo que
sientes y evita etiquetarlo mentalmente. Al entrar en el sentimiento,
mantente intensamente alerta. Puede que al principio parezca un lugar
oscuro y terrorífico, pero cuando sientas el impulso de huir de él,
obsérvalo sin hacer nada. Continúa manteniendo la atención en el dolor,
sigue sintiendo la pena, el miedo, el pavor, la soledad..., lo que estés
sintiendo. Mantente alerta, sigue estando presente, presente con todo tu
ser, con cada célula de tu cuerpo. Al hacerlo, estás llevando una luz a
esa oscuridad: ésa es la llama de tu conciencia.
Llegado a esta etapa, no hace falta que te preocupes de la rendición. Ya
ha ocurrido. ¿Cómo? Plena atención es plena aceptación, es rendición.
Dando a lo que sientes toda tu atención, usas el poder del ahora, que es
el poder de tu presencia. Este poder no permite que sobrevivan
resistencias ocultas. La presencia erradica el tiempo, y sin tiempo no
pueden sobrevivir el sufrimiento y la negatividad.
La aceptación del sufrimiento es un viaje hacia la muerte. Afrontar el
dolor profundo, dejarlo ser, poner tu atención en él, es entrar en la
muerte conscientemente. Cuando hayas muerto esa muerte, te darás cuenta de
que no hay muerte y no hay nada que temer. Sólo muere el ego. Imagina un
rayo de Sol que se ha olvidado de que es parte inseparable del Sol y se
engaña creyendo que tiene que luchar por sobrevivir, construirse una
identidad diferente a la del Sol y aferrarse a ella. ¿No sería la muerte
de esa ilusión increíblemente liberadora?
¿Quieres tener una muerte fácil? ¿Prefieres morir sin dolor, sin agonía?
Entonces muere al pasado a cada instante, y deja que la luz de tu
presencia retire el viejo yo pesado y ligado al tiempo que pensabas que
eras «tú».
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