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LA BELLEZA SURGE EN LA QUIETUD DE TU PRESENCIA
Lo que acabas de describir es algo que experimento ocasionalmente durante
breves momentos cuando estoy solo y rodeado por la naturaleza.
Sí. Los maestros Zen usan la palabra satori para describir una comprensión
repentina, un momento de no-mente y de presencia total. El satori no es
una transformación duradera, pero agradécelo cuando llegue porque te
permite saborear la iluminación. Puede que lo hayas experimentado muchas
veces sin saber lo que era y sin reconocer su verdadera importancia. Se
necesita presencia para tomar conciencia de la belleza, de la majestad, de
la sacralidad de la naturaleza. ¿Has mirado alguna vez la infinitud del
espacio en una noche clara, quedándote anonadado ante su absoluta quietud
e inconcebible enormidad? ¿Has escuchado, realmente escuchado, el sonido
de un arroyo de montaña en el bosque? ¿Y el sonido de un mirlo al
atardecer un tranquilo día de verano? Para tomar conciencia de este tipo
de estímulos la mente tiene que estar serena. Tienes que abandonar
momentáneamente tu equipaje personal de problemas, de pasado y de futuro,
y todo tu conocimiento, porque de no hacerlo, verás pero no verás y oirás
pero no oirás. Tienes que estar totalmente presente.
Más allá de la belleza de las formas externas, hay otra cosa: algo
innombrable, inefable, algo profundo, interno, la esencia sagrada.
Dondequiera y cuando quiera que encontramos algo bello, percibimos el
brillo de esta esencia interna, que sólo se nos revela cuando estamos
presentes. ¿Podría ocurrir que esta esencia innombrable y tu presencia
fueran una única y misma cosa? ¿Estaría ahí si tú no estuvieras presente?
Entra profundamente en ello. Descúbrelo por ti mismo.
Cuando experimentaste esos momentos de presencia, probablemente no te
diste cuenta de que estabas en un estado de no-mente. Esto se debe a que
la separación entre el estado sin mente y el flujo entrante de
pensamientos era demasiado estrecha. Puede que tu satori sólo durase unos
segundos y después la mente volviera a ponerse en funcionamiento, pero fue
real, porque de otro modo no podrías haber experimentado la belleza. La
mente no puede crear belleza ni reconocerla. La belleza o la sacralidad
sólo estuvieron ahí unos segundos, mientras te mantuviste totalmente
presente. Debido a la escasa separación, y a una falta de vigilancia y de
alerta por tu parte, probablemente no fuiste capaz de ver la diferencia
fundamental entre la percepción (la conciencia sin pensamiento de la
belleza) y el proceso de nombrar e interpretar característico del
pensamiento: la separación temporal era tan pequeña que todo te pareció un
único proceso. De todos modos, lo cierto es que, en cuanto el pensamiento
se inmiscuyó, sólo te quedó un recuerdo de la experiencia.
Cuanto mayor sea la distancia entre la percepción y el pensamiento, más
profundo eres como ser humano, es decir, más consciente.
Muchos están tan atrapados en su mente que la belleza de la naturaleza no
existe para ellos. Pueden decir: «¡Qué flor tan hermosa!», pero eso no es
más que una etiqueta mental aplicada mecánicamente. Como no están en un
estado de quietud, como no están presentes, no llegan a ver realmente la
flor, no sienten su esencia, su cualidad sagrada, y tampoco se conocen a
sí mismos ni sienten su propia esencia y sacralidad.
Como vivimos en una cultura totalmente dominada por la mente, la mayor
parte de las obras artísticas, arquitectónicas, musicales y literarias no
tienen belleza ni esencia interna, aunque hay algunas excepciones. La
causa de este estado de cosas es que los autores no pueden liberarse de su
mente ni por un momento. Por eso nunca llegan a estar en contacto con ese
lugar interno de donde surgen la belleza y la verdadera creatividad.
Dejada a sí misma, la mente crea monstruosidades, y no sólo en las
galerías de arte. Observa nuestros paisajes urbanos y nuestros páramos
industriales. Ninguna otra civilización ha producido tanta fealdad.
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