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LA IMPERMANENCIA Y LOS CICLOS DE LA VIDA II
El Buda enseñó que hasta tu felicidad es dukkha: un término pali que
significa «sufrimiento» o «insatisfacción». Es inseparable de su opuesto.
Esto significa que tu felicidad y tu infelicidad son, de hecho, la misma
cosa. Sólo las separa la ilusión del tiempo.
Hacer esta afirmación no es ser negativo, sino reconocer la verdadera
naturaleza de las cosas para que no persigas una ilusión durante el resto
de tu vida. Y tampoco quiere decir que no deberías apreciar las cosas y
las situaciones bellas y placenteras. Pero buscar en ellas algo que no te
pueden dar —una identidad, un sentido de permanencia y realización— es la
mejor receta para obtener frustración y sufrimiento. Toda la industria
publicitaria y la sociedad de consumo se derrumbarían si la gente se
iluminase y dejase de buscar su identidad al través de las cosas. Cuanto
más busques la felicidad de ese modo, más te eludirá. Lo externo sólo
conseguirá satisfacerte temporal y superficialmente, pero puede que tengas
que experimentar muchas desilusiones antes de tomar conciencia de esa
verdad. Las cosas y las situaciones pueden darte placer, pero también te
darán dolor. Las cosas y los estados pueden darte placer, pero no te darán
alegría. Nada puede darte alegría. La alegría no tiene causa, surge desde
dentro como la alegría de Ser. Es parte esencial del estado de paz
interior, del estado llamado la paz de Dios. Es tu estado natural, no algo
por lo que tengas que esforzarte, algo que tengas que luchar por
conseguir.
Mucha gente no se da cuenta de que la «salvación» no está ni puede estar
en las cosas que hacen, poseen o logran. Los que se dan cuenta de ello se
sienten a menudo cansados del mundo y se deprimen: Si nada puede darme la
verdadera satisfacción, ¿queda algo por lo que merezca la pena luchar?
¿Para qué intentar nada? El profeta del Antiguo Testamento debió de haber
llegado a esta misma conclusión cuando escribió: «He visto todo lo que se
hace bajo el sol, y todo es vanidad e intentos de atrapar el viento».
Cuando llegas a este punto, estás a un paso de la desesperación, y también
a un paso de la iluminación.
Un monje budista me dijo en una ocasión: «Todo lo que he aprendido durante
los veinte años que llevo de monje puedo resumirlo en una frase: "todo lo
que surge, se desvanece". Esto lo sé con seguridad». Lo que quería indicar
es: he aprendido a no resistirme a lo que es; he aprendido a permitir que
el momento presente sea y a aceptar la naturaleza impermanente de todas
las cosas y los estados. Así he encontrado la paz.
No ofrecer resistencia a la vida es estar en un estado de gracia,
tranquilidad y ligereza. Este estado no depende de que las cosas sean de
cierta manera, buenas o malas. Parece paradójico y, sin embargo, cuando
desaparece la dependencia interna de la forma, la situación general de tu
vida, lo que tiene relación con las formas externas, parece mejorar
enormemente. Las cosas, las personas o las situaciones que creías
necesitar para ser feliz ahora llegan a ti sin esfuerzo ni lucha por tu
parte, y eres libre de disfrutarlas y apreciarlas mientras duren. Todas
esas cosas, evidentemente, seguirán teniendo un final, los ciclos irán y
vendrán, pero cuando desaparece la dependencia, desaparece también el
miedo a la pérdida. La vida fluye con tranquilidad. La felicidad derivada
de una fuente secundaria nunca es muy profunda. Sólo es un pálido reflejo
de la alegría de Ser, de la vibrante paz que encuentras en tu interior
cuando entras en el estado de no-resistencia. Ser te lleva más allá de los
opuestos polares de la mente y te libera de la dependencia de la forma.
Aunque todo colapsara y se derrumbara a tu alrededor, en lo profundo de tu
núcleo interno seguirías sintiéndote en paz. Puede que no te sintieras
feliz, pero al menos estarías en paz.
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