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TIPOS DE
MIEDOS
En la
infancia pueden existir muchos tipos de miedo, según el estímulo que lo
condicione y el contexto en el que se desarrolle. Los más frecuentes son los
siguientes:
• Oscuridad
•
Separación
•
Extraños
•
Animales
• Daño y
enfermedad Escolares
Miedo
a la oscuridad
La
oscuridad es una causa frecuente de miedo en la infancia. A más de un tercio de
los niños les da miedo la oscuridad. Generalmente, surge hacia los 2 años de
edad y suele desaparecer cuando llegan a los 9.
La
limitación y la distorsión sensorial que causa la oscuridad inducen en el niño
una serie de miedos que tienen que ver con personajes de ficción, malvados o
terroríficos, situaciones de peligro o personas que pueden causar daño,
alimentados por imágenes previas o recuerdos (sucesos vividos o relatados,
películas, narraciones, etcétera) y forjados en su imaginación.
Habitualmente, el miedo a la oscuridad surge cuando va anocheciendo y se acerca
el momento de acostarse. La anticipación de ese momento puede ser más o menos
grande, pero termina desencadenándose cuando es preciso apagar las luces de la
habitación. Las manifestaciones del miedo se van acentuando progresivamente
hasta generar un estado de temor intenso (frecuentemente expresado en llantos y
agitación) que lleva al niño a buscar la compañía de los padres y evitar
quedarse solo. En ocasiones, estas demandas son tan intensas que condicionan
mucho a los padres y generan situaciones problemáticas: presencia de uno de los
padres hasta que se quede dormido, dormir con él, llevarle a la cama de los
padres, etcétera.
Con
cierta frecuencia, el miedo a la oscuridad se puede relacionar con las
pesadillas y los terrores nocturnos, que son fenómenos del sueño, distintos de
los propios miedos, que suelen aparecer entre los 3 y 10 años.
Las pesadillas son sueños desagradables, relacionados con vivencias del niño
(sucesos experimentados o imágenes de películas), que terminan despertándole,
con un recuerdo muy vivo de todo lo soñado, y suelen hacer que busque asustado a
sus padres en mitad de la noche.
Los
terrores nocturnos dan lugar a llantos y gritos durante el sueño, acompañados de
intensas manifestaciones vegetativas (sudoración, temblor, hiperventilación,
palidez, etcétera), que despiertan a los padres pero siguen manteniendo al niño
en un estado de ensoñación hasta que termina despertándose sin recordar bien las
causas de sus miedos.
Ambos
fenómenos pueden darse sin representar problemas específicos, si bien, cuando
los terrores nocturnos son frecuentes, es preciso considerar la posibilidad de
un trastorno de ansiedad o alguna situación psicológicamente traumática.
Miedo
a la separación
Es un
miedo natural y, por tanto, frecuente en la infancia, que surge cuando se
produce una separación o alejamiento de los padres, familiares o personas con
significación afectiva para el niño. En este caso, el miedo se relaciona con la
soledad y la indefensión.
Las
razones por las que se puede producir esa separación o alejamiento son muy
variadas. Las más frecuentes forman parte de la vida cotidiana (escolarización,
actividad laboral, obligaciones sociales, etcétera), pero también pueden ser
debidas a situaciones más excepcionales que llevan consigo algunos factores
añadidos (separación o divorcio, fallecimiento de personas queridas,
hospitalización del niño o de alguno de los padres, etcétera).
En esas
circunstancias, las probabilidades de que surja este miedo aumentan cuanto menor
edad tiene el niño, más impredecible e incontrolable es la situación y mayor
relación de dependencia se haya establecido. Con todo, la ansiedad por la
separación puede estar ya presente en el bebé, que la exterioriza con llantos al
alejarse de los padres y, más tarde, yendo precipitadamente en su búsqueda.
El tipo
de vínculo con los padres y el estilo educativo son factores que condicionan
notablemente la aparición y duración del miedo a la separación. Las actitudes de
sobreprotección de los padres y los mensajes reiterativos de alerta y
precaución, que pueden formar parte de las pautas de funcionamiento en la
familia, son factores que facilitan y perpetúan el miedo a la separación.
La
primera respuesta a la separación es la inquietud, el lloro y la búsqueda activa
de la persona, esto se puede transformar en llantos, pataletas y verdaderos
episodios de descontrol. Tras esta vivencia, si no es adecuadamente superada, se
desarrollarán otros elementos vinculados a las experiencias de miedo: ansiedad
de anticipación y conductas de evitación (demandas de atención, llamadas a los
padres, simulación de síntomas, etcétera).
Si la
separación se prolonga de forma indefinida o definitiva, es frecuente observar
que el niño, después de una fase de clara demanda y protesta, se muestra
retraído y triste, con una actitud y vivencia de desesperanza, y suele terminar
adoptando una postura de desapego o desinterés por la persona de la que lo han
separado.
En
ocasiones, el miedo a la separación se prolonga y genera conflictos importantes,
transformándose en ansiedad de separación, lo que obliga a una evaluación y a un
tratamiento por parte de especialistas.
Miedo
al daño físico o a la enfermedad
La fuente
de estos miedos puede ser muy variada. Entre los relacionados con el daño físico
están el miedo a algunas pruebas médicas, a ir al dentista, a tener que ponerse
una inyección, o a un amplio grupo de situaciones en las que puede haber un
cierto riesgo de daño físico, como montar en bicicleta, subir en los columpios,
nadar, etcétera.
El miedo
a la enfermedad puede ser el propio temor a ponerse enfermo o a hacerse una
herida, o el rechazo que produce ver sangre.
Tanto un
grupo de miedos como el otro, no sólo hacen referencia a la propia persona, sino
que, en bastantes casos, también involucran a las personas más cercanas: el
miedo a que les pueda pasar algo a los padres, hermanos, etcétera.
En todos ellos pesan mucho las experiencias previas y las actitudes familiares
sobre estas situaciones.
Miedos
escolares
El miedo
que surge en el entorno escolar tiene orígenes diversos. Es importante
distinguirlo del miedo a la separación de los padres por tener que ir a la
escuela.
En la
infancia, la escuela ocupa la mayor parte del tiempo. En este contexto, el niño
tiene una rica gama de experiencias que dependen del entorno físico (sitios y
lugares del colegio y sus alrededores), los profesores (personas y materias),
los compañeros (juegos, competiciones, amistades, disputas) y el propio estilo
educativo (pautas, objetivos, premios, castigos). Muchas de esas experiencias
serán positivas y gratificantes para el niño, pero, inevitablemente, otras serán
negativas y, sí no se asumen bien, generarán miedos u otros conflictos.
La mayor
parte de los miedos relacionados con la escuela tiene que ver con los
rendimientos académicos y los castigos. En ocasiones, pueden estar relacionados
con la interacción con los demás, como es el caso de niños muy retraídos y
tímidos a los que les cuesta mucho la relación con el profesor o el trato con
los compañeros.
La mayor
parte de los miedos escolares tienen una estrecha relación con el estilo de
aplicación de la exigencia académica de la escuela y de los padres. Los
requerimientos muy autoritarios, reforzados por castigos y con escasa
consideración del esfuerzo realizado, tienen un alto riesgo de promover estos
miedos. Por el contrario, las exigencias flexibles, alentadas por refuerzos
positivos y focalizadas preferentemente en la valoración del esfuerzo realizado,
son un factor de protección frente a ellos.
Miedo
a los extraños
Este tipo
de miedo puede nacer de una desconfianza hacia personas ajenas al entorno
familiar, por temor a sufrir algún tipo de daño, o de un sentimiento de
vergüenza del niño en las situaciones en que se siente observado, por temor a
ser valorado negativamente.
Las
manifestaciones más frecuentes de este tipo de miedo son actitudes de
retraimiento e inhibición, búsqueda de apoyo en los padres y, en ocasiones,
episodios de llanto. A veces, este miedo lleva a que el niño permanezca callado
todo el tiempo sin atreverse a hablar.
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