PSICOBIOLOGÍA DEL MIEDO
El punto
de partida del miedo es la percepción de un peligro. Ésta produce una
hiperactivación del sistema nervioso que tiene como fin ponerse en situación de
alerta ante la amenaza y poder dar respuestas defensivas (escapada o
enfrentamiento directo).
En la
hiperactivación del sistema nervioso interviene el sistema vegetativo y están
implicados varios neurotransmisores, entre los que se encuentran las
catecolaminas (adrenalina, noradrenalina y dopamina).
El
sistema nervioso vegetativo es el responsable de la regulación del
funcionamiento de los distintos órganos y sistemas del cuerpo humano (corazón,
pulmones, aparato digestivo, etcétera) y está formado por dos subsistemas
(simpático y parasimpático) que ejercen el control de forma casi opuesta (uno
aumenta y el otro disminuye) y con un predominio variable del uno frente al
otro.
Cuando la
percepción de peligro es muy intensa, se sobreactiva el sistema nervioso y se
sobrepasa la situación de alerta generando respuestas defensivas inadecuadas
—bloqueo o agitación psicomotora—, acompañadas de un conjunto de síntomas
físicos relacionados con el sistema nervioso vegetativo: sudoración, sofocos,
enrojecimiento facial, taquicardias, opresión torácica, diarrea, necesidad de
orinar, etcétera. Con cierta independencia de que ocurra o no lo temido, todo
ello lleva a una dramática vivencia de indefensión que tiende a mantener
hiperactivado el sistema nervioso, entrando, de este modo, en la dinámica de la
ansiedad.
Dinámica
del miedo
Estímulo
-> hiperactivación -> síntomas vegetativos -> sobreactivación -> respuestas
inadecuadas -> vivencia negativa -> anticipación -> conductas de evitación ->
perpetuación -> generalización
La
ansiedad, por su parte, representa el mantenimiento del estado de
sobreactivación del sistema nervioso, cuando los mecanismos de alerta han sido
desbordados por la excesiva persistencia de la amenaza o por la intensidad del
peligro. En estas condiciones se produce una focalización en el estímulo
amenazante, una hipersensiblidad a los estímulos relacionados y una anticipación
de todos ellos. De este modo se va perdiendo objetividad y contraste con la
realidad, y se va inundando la actividad psíquica y la propia vida del peligro
temido. Así, el miedo se perpetúa y generaliza, tendiendo a anticiparse cada vez
más.
Al mismo
tiempo, la vivencia de indefensión es tan dramática que genera conductas de
evitación, destinadas a no tener que enfrentarse nuevamente a la situación, o
conductas de dependencia, orientadas a asegurar los apoyos suficientes si no se
puede evitar lo temido.
Por su
parte, los síntomas físicos ocasionados por el sistema nervioso vegetativo
terminan convirtiéndose en indicadores subjetivos de la situación de miedo, lo
que propicia un temor añadido —el temor al propio miedo— que crea una espiral
negativa en la que el miedo genera más miedo.
En
definitiva, el peligro percibido y el miedo vivido, si no son adecuadamente
resueltos, pueden poner en marcha una dinámica psicofisiológica (sobreactivación
del sistema nervioso, anticipación y generalización del miedo, conductas de
evitación) que perpetúa el miedo convirtiéndolo en fobias o ansiedad.
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