QUÉ HACER
CON LOS PROBLEMAS EN LA ALIMENTACIÓN DEL NIÑO
Los
problemas más frecuentes que se presentan en niños de corta edad respecto a la
alimentación no suelen representar todavía un trastorno como tal, pero hay que
prestar atención para que la relación y los hábitos del niño respecto al acto de
comer sean los más adecuados.
Los
padres tienen que enfrentarse normalmente, o bien con un niño que come poco y
lento, o simplemente no quiere comer, o bien con uno que come demasiado y que
empieza a presentar problemas de sobrepeso.
En caso
de que ocurriera alguna de las circunstancias anteriores, la intervención habrá
de ser más activa hacia los padres, pues son, en ese momento de la vida del
niño, los encargados de transmitir y enseñar valores y hábitos correctos que
faciliten el desarrollo óptimo de su hijo. Si se llegase a dar un trastorno,
probablemente tendría más que ver con los hábitos incorrectos que está
adquiriendo de su entorno más próximo, directamente relacionado con sus padres,
cuidadores o escuela. En esa etapa, los niños están aprendiendo todo, y su
referencia son sus educadores, por lo que una intervención sólo con el niño
resultará ineficaz. Es muy probable que los padres obtengan, a su vez, un gran
aprendizaje sobre características de sí mismos y de sus comportamientos, que, si
saben interpretar como una gran ocasión para su propio desarrollo personal,
supondrá finalmente un gran beneficio para todos los miembros de la familia.
En la
actualidad nos encontramos ante modelos y mensajes contradictorios que a los
niños les puede resultar difícil interpretar e integrar en su vida diaria. Por
un lado, la disponibilidad prácticamente ilimitada de alimentos en las
sociedades avanzadas permite el fácil acceso a ellos. Esta accesibilidad,
además, se promueve especialmente desde las estrategias de mercado de esos
mismos productos. En algunos casos, el objetivo serán los padres, pero cada vez
con más frecuencia el centro de atención son los niños, que serán quienes pidan
a sus padres que les compren la «chuche» o producto de moda, bien porque lleva
algún regalo coleccionable que puede luego intercambiar con amigos y de alguna
manera facilita su socialización con el grupo, bien porque estén convencidos de
que pueden adquirir habilidades extraordinarias como consecuencia de su consumo.
Cualquiera que sea la razón, lo cierto es que desde esferas institucionales ya
se están planteando tomar medidas específicas respecto a un problema cada vez
más relevante en la población, que supone un gasto extraordinario para los
centros cíe salud, así como una merma en la calidad de vida y en la duración de
la misma. Y es una tarea que ha de comenzarse en casa, a ser posible desde la
más tierna infancia.
Por otro
lado, se asocia el éxito social, laboral y emocional a una delgadez extrema,
muchas veces casi imposible de conseguir y mucho menos de mantener,
especialmente ante una oferta ilimitada de alimentos sabrosos, junto con la
invitación continua a consumirlos.
Por lo
tanto, nos encontramos con que, por una parte, los niños y las niñas intentarán
conseguir una imagen que suponga éxito personal, y esto lo harán dejando de
comer en pos de esa extremada delgadez que se supone, o así lo llegan a creer,
que es la cualidad fundamental para triunfar en lo que quiera que se propongan.
Y pasarán mucha hambre. Contrariamente a lo que generalmente se pueda pensar,
los niños y niñas que dejan de comer por la razón ahora explicada, no son niños
inapetentes, sino que han encontrado estrategias eficaces para superar la
sensación de hambre.
Pero
puede ocurrir que no hayan sido capaces de encontrar esas estrategias, y cuando
la sensación de hambre se hace demasiado fuerte y se acumula la tensión
nerviosa, pueden sobrevenirles los ataques de bulimia, que consisten en
atracones de comida durante los cuales pueden llegar a ingerir una cantidad
exorbitante de alimentos, normalmente hipercalóricos, tanto dulces como salados.
La oferta ilimitada en el mercado favorece esta conducta. Este comportamiento no
se corresponde con el acto placentero que se supone que debe ser la comida, sino
a la necesidad de dar salida a la alteración nerviosa bajo la que se encuentran
y que se detecta por la forma en que ingieren los alimentos: muy deprisa, mucha
cantidad, sin orden ni lógica alimenticios. Después de estos atracones puede
ocurrir que se provoque el vómito ante la aguda sensación de malestar, pero esto
no sucede todas las veces ni a todas las personas.
Los
episodios anteriormente descritos empiezan a aparecer con más relevancia a
partir de la preadolescencia y adolescencia, y tienen que ver con la pobre
valoración que tienen del propio aspecto físico, influidos por la importancia
que le dan a éste especialmente en esas edades.
Para
prevenir que esto ocurra, es importante, durante los años previos, en la
infancia, prestar atención a una serie de aspectos, algunos de ellos
relacionados con la comida directamente, pero también con la forma en la que
ayudamos al niño a crear un autoconcepto y una imagen positiva de sí mismo.
Para
ayudar a la creación positiva del autoconcepto de un niño es importante incluir
en nuestro repertorio de conductas lo siguiente:
• Valorar
al niño, hacerle sentir importante y enseñarle correctamente cuál es su sitio en
cada momento. A veces podrá ser protagonista, pero otras no.
• No
compararle con nadie, ni para bien ni para mal. Las comparaciones son
tremendamente dañinas y, además, cada uno somos seres únicos, por lo que
las comparaciones resultan inútiles.
•
Ayudarle, con paciencia y cariño, a que aprenda conductas que le vayan haciendo
sentir más eficaz. Comer solo, hacer sus deberes, relacionarse con los amigos,
etcétera.
•
Enseñarle a cuidar de su cuerpo: su higiene, la importancia del descanso, la
alimentación sana y el buen carácter. Su cuerpo es el medio que le ayudará a
conseguir en esta vida aquello que se proponga.
• Hacerle
sentir seguro y respetado. Crear un ambiente en el que se pueda hablar sin miedo
sobre desavenencias y desacuerdos, enseñándole a plantear problemas y a
centrarse en sus soluciones.
Respecto
a la comida, la intervención en esta etapa se enfocará en la enseñanza de buenos
hábitos ante los alimentos, lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer.
• Lo
que no hay que hacer:
— Comer a
deshoras.
— Comer
en exceso.
— Hablar
de asuntos desagradables, regañar, reprochar, o hacer de la mesa un campo de
batalla, por el asunto que sea.
• Lo
que es aconsejable enseñar y aprender:
— Antes
de empezar a comer, respirar profundamente, relajarse y tomar conciencia de lo
que se va a hacer a continuación: una experiencia de nutrición y también de
bienestar. En ese punto, también es muy aconsejable un momento de agradecimiento
a Dios, al Universo o la Vida -como se prefiera- por los alimentos que se van a
ingerir.
—
Utilización correcta de los utensilios para comer.
— Actitud
correcta ante la comida y ante las personas con las que están compartiendo la
mesa.
— A
saborear y a disfrutar de la comida.
— A
identificar las señales que envía el propio organismo (saciedad/hambre).
El
objetivo en cualquier tipo de intervención va a ser siempre la normalización de
las conductas. Así que:
• Si
el niño no come o se eterniza ante el plato de comida:
— No
enfadarse.
— No
hacer extravagancias que llamen su atención.
— No
distraerle con otras actividades.
— No se va a morir. Antes de eso seguro que pide comer. Dárselo solamente cuando
corresponda, y lo que corresponda. Cuando se ponga impertinente o caprichoso, no
prestarle atención. Así comprenderá que con esa manera de actuar no va a
conseguir su objetivo.
—
Explicarle lo que se espera de él. Ser firme, pero no agresivo. Para cada
situación, se dice una o dos veces, de forma clara y firme. No hay que repetir
lo mismo hasta el infinito. El momento de la comida empieza y acaba a la vez
para todos. Su conducta no va a alterar la de los demás. Si es pequeño y su
horario es distinto al de los adultos, la comida tendrá una duración
determinada, que se dirá al niño con anterioridad y que se avisará conforme se
vaya a terminar. No permitirle comer entre horas.
— Cuando
haga lo que se le ha pedido, hacérselo notar, de la forma afectiva y cariñosa
que cada uno sabe. El niño lo agradecerá y habrá más probabilidades de que su
conducta cambie.
•
Si el niño come demasiado:
— Vigilar
bien qué se le está dando, quizá sea demasiado para su edad. Consultar con el
pediatra.
— No
prohibirle ninguna comida, pues esto incitará su deseo de consumirla. Pero sí
enseñarle qué comidas se pueden comer sólo de vez en cuando, y cuáles con más
frecuencia.
— Si come
bien de todo, bastará con reducir las cantidades. No saltarse ninguna comida
para que adelgace, incluyendo el almuerzo a media mañana y la merienda. Estas
dos últimas son tentempiés que le ayudarán a disminuir la sensación de hambre y
a mantener su metabolismo activo.
—
Procurar que las cenas no sean copiosas. Un poco de proteína (carne, pescado,
huevos, lácteos o soja) y verdura serán suficientes. Su peso disminuirá poco a
poco y la calidad de sus horas de sueño mejorará, lo que hará que esté de buen
humor, e incluso mejore su rendimiento en el colegio.
— No
sustituir besos por bollos. No se quiere más a los hijos porque coman más, sino
porque coman mejor. Y que aprendan también a decir no.
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