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CONSEJOS A LOS PADRES / ADULTOS
PARA EDUCAR A NIÑOS TIRANOS
Puede que
se tenga que solicitar la intervención y directrices de un especialista, sin
embargo, en un primer momento, cuando el problema es incipiente, cabe una labor
conciliadora y de resolución de conflictos por parte de un familiar o amigo que
tenga verdadera auctoritas, capacidad para observar desde una distancia óptima
el epicentro de la cima que se inicia y poder designado para reconducir las
conductas erróneas (ya sean de uno o varios miembros familiares).
Cuanto
más tiempo se arrastre una situación, el remedio será más lento y, en ese caso,
hará falta una gran dosis de paciencia y unificar los mensajes de todos los
adultos de la casa. Los padres han de actuar unidos, en bloque, para ayudar
(aunque sea difícil ponerse de acuerdo, a veces, aun sin estar separados o
enfrentados, sólo porque se tengan criterios diferentes, no debe ir cada uno a
su aire). El niño tirano sabe aprovechar los puntos de conflicto entre los
padres, sabe dividirlos para reinar.
Los
padres del niño tirano no han de esperar; se valorará la situación y se tomarán
las decisiones de actuación con estrategias educativas o acudiendo a
especialistas, sin olvidar la confianza en sí mismos. Este proceso lleva su
tiempo, y para cambiar el presente y el futuro de las cosas hace falta optimismo
y constancia.
También
puede resultar útil para los padres participar en sesiones orientativas, junto
con otras familias. Como la capacidad educativa no se consigue de golpe, el
contacto con los padres de otros niños puede resultar una clara ayuda. Un grupo
de orientación familiar, en el que se discute abiertamente sobre problemas
habituales en los hogares, puede permitir recuperar o aprender algunas viejas
prácticas educativas.
Hablar
con los abuelos, compartir experiencias, tácticas, etcétera, puede resultar de
gran ayuda.
Formar
hijos íntegros y más humanos no es tarea fácil, existe una gran presión social y
familiar para educarlos en un mundo de consumismos, complacencias, mediocridades
y flojera. Necesitamos padres valerosos que confronten y desafíen a otras
familias en el quehacer formativo, padres que ejerzan la durísima cotidianeidad
educativa. Educar exige constancia, asiduidad, entrega, disgustos, sonrisas
compartidas. No admite el desánimo, la vacación. Es un programa de vida, un
marcarse objetivos e ir cumpliéndolos; exige el ejemplo correcto sin
desfallecimiento.
Educar es
lo más bello; es compartir, ser flexible, tener criterio, es arduo, es
preocuparse, pensar, disgustarse, es tiempo y tiempo, es querer, es llorar, es
ilusionarse y aplaudir. Es vida, pura vida. Es transmisión.
Cuando
vemos a los hijos podemos imaginarnos normalmente cómo son los padres, cuando
vemos a los padres nos lo podemos explicar todo, ya sea para mal o para bien. Es
difícil que suceda aquello que tantas veces se dice: «¡me ha salido así!». Los
hijos no nacen y se desarrollan por generación espontánea, se forman, se
conforman; pueden ser complicados y hasta malos, aunque nos cueste escribir esta
expresión, o ser irresponsables de sus actos, pero, en el primer momento, ¿quién
les dio las pautas, quién les riñó, quién mantuvo el pulso firme y mezcló los
condimentos exactos en los tiempos correctos?
Cuando no
se empieza con buen pie, cuando todo se complica, cuando el desamor brota y los
disgustos se cronifican, educar se hace áspero, insoportable. Es por ello que
las pautas educativas, los criterios, el amor y las normas han de establecerse y
arraigarse desde el primer momento de la vida del niño.
Educar
bien es la tarea más difícil, la más bella. Merece que se le dedique la vida.
Hemos de
educar a nuestros jóvenes, y ya desde su más tierna infancia hay que enseñarles
a vivir en sociedad. Por ello es preciso transmitirles valores y han de ver,
captar y sentir que se les quiere. Entendemos esencial formar en la empatía,
haciéndoles que aprendan a ponerse en el lugar del otro, en lo que siente, en lo
que piensa. Precisamos motivar a nuestros niños, sin el estímulo vacío de la
insaciabilidad. Educarles en sus derechos y deberes, siendo tolerantes,
soslayando el lema «dejar hacer», marcando reglas, ejerciendo control y,
ocasionalmente, diciendo «no».
Debemos
instaurar en ellos un modelo de ética, utilizando el razonamiento, la capacidad
crítica y la explicación de las consecuencias que la propia conducta puede tener
para los demás. Hacer más grande su capacidad de diferir las gratificaciones, de
tolerar frustraciones, de controlar los impulsos, de relacionarse con los otros,
y fomentar la reflexión como contrapeso a la acción, la correcta toma de
perspectiva y la deseabilidad social.
La
tiranía infantil refleja una educación (si así puede llamarse) familiar y
ambiental distorsionada, que aboca al más paradójico y lastimero resultado,
dando alas a la expresión: «Cría cuervos...».
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