MECANISMOS
DE APRENDIZAJE: CÓMO SE IMPLANTAN Y EXTINGUEN CONDUCTAS
Para
empezar, vamos a explicar unos conceptos de los que probablemente hemos oído
hablar mucho, pero de los que se suele saber poco.
•
Refuerzo: mecanismo con que cuenta el organismo para implantar conductas.
•
Castigo: mecanismo con que cuenta el organismo para extinguir conductas.
•
Positivo: acción de administrar, dar algo.
•
Negativo: acción de retirar, quitar algo.
•
Agradable/desagradable: tiene un carácter completamente subjetivo, es decir, lo
que a uno le resulta agradable para otro puede no serlo. Tendremos en cuenta que
ha de serlo para el sujeto sobre el que se está implantando o extinguiendo una
conducta.
Antes de
seguir adelante es conveniente aclarar que no siempre implantamos las conductas
más adecuadas o eficaces, y no siempre extinguimos las más dañinas o ineficaces;
a veces, sin darnos cuenta, estamos haciendo justamente lo contrario.
Cuando
hablamos de positivo o negativo, no nos estamos refiriendo a los términos bueno
o malo, sino a dar o retirar alguna cosa, y especialmente a conductas eficaces o
ineficaces.
Vamos a
combinar estos cuatro elementos para ver qué podemos hacer con ellos.
Cómo
se implantan o implantamos conductas
Una
conducta se implanta de forma consciente, es decir, cuando quiero que alguien
aprenda a hacer algo concreto; o también se puede implantar de manera
inconsciente, a través de estos mecanismos que utilizamos, pero en ocasiones sin
entender bien su potencial. Hablamos de implantar conductas:
• En
otros para sí mismos (por ejemplo, a nuestros hijos, alumnos, etcétera).
• De
otros hacia mí mismo (cómo me tratan, qué conductas permito que tenga el otro
conmigo, etcétera).
• De mí
mismo hacia otros (cómo trato a los demás, qué me permito hacer con los demás,
etcétera).
• De mí
para mí mismo (cómo me trato, qué me permito hacer, etcétera).
Hemos
definido anteriormente que el mecanismo con el que cuenta nuestro organismo para
implantar conductas es el REFUERZO. Ahora lo vamos a combinar, y podemos
utilizar el:
Refuerzo positivo.
Siguiendo
las definiciones anteriores, el refuerzo nos sirve para implantar una conducta.
¿Cómo? Administrando (positivo) algo agradable para el sujeto.
Si lo
hago de manera consciente: por ejemplo, quiero que mi hijo aprenda a pedir lo
que necesita en un tono agradable. Primero le enseñaré cómo espero que lo haga.
Para implantar esa conducta, cuando el niño lo haga bien, le reforzaré
positivamente; es decir, le administraré algo agradable para el niño (no para
mí). En estas edades, un abrazo, un beso, una sonrisa, un elogio son
suficientes.
A veces
implantamos conductas inadecuadas de manera inconsciente: tenemos el típico
ejemplo de una madre con su hijo ante una pastelería, el niño está por el suelo
dando patadas, llorando a grito pelado, la madre gritando e incluso soltando
algún cachete, pero, finalmente, compra el bollo «porque no hay quien te
aguante. ¡A ver si te callas ya de una vez!». Analizado objetivamente, la
conducta que ha aprendido el niño es que puede patalear, berrear, incluso
insultar y pegar, pues al final consigue lo que le resulta agradable: el bollo.
Este es igualmente aplicable para el adulto que lo consigue todo a base de mal
humor, insultos y amenazas, pues finalmente se hace lo que él quiere.
Como en
ambos casos el sujeto ha obtenido algo agradable para él, repetirá la conducta,
y en la medida que siga obteniendo ese refuerzo positivo, aumentará su
frecuencia, la automatizará, la aprenderá y, por lo tanto, ya quedará implantada
en su repertorio de conductas, dentro de las cosas que sabe hacer.
Cuando
nuestro objetivo es la educación de nuestros hijos, podemos utilizar refuerzos
que varían según la edad del niño: algún tipo de chucherías, dulces, juguetes
pequeños, abrazos, caricias, gestos cómplices, actividades físicas conjuntas...
En la base de todo ello están los dos elementos fundamentales que facilitan su
aplicación: la atención y el afecto.
Refuerzo negativo.
Ahora, de
nuevo, vamos a implantar una conducta (refuerzo). ¿Cómo? Retirando algo
desagradable para el sujeto.
Si lo
hago de manera consciente: por ejemplo, quiero que mi hijo adolescente coja el
hábito de estudiar los domingos por la mañana. Normalmente, suele pasar parte
del tiempo cortando el césped, recogiendo hojas de árboles, o haciendo alguna
otra labor que se le haya encomendado, y que la realiza aunque realmente no le
entusiasma e incluso le resulta fastidioso. Si veo que estudia por la mañana,
una forma que tengo de implantar esta conducta es retirándole esa tarea que le
resulta desagradable (puede ser también de manera transitoria). Le daremos tal
alegría que, probablemente se siente a estudiar si ésa es la alternativa a los
trabajos de jardinería. Si lo hace repetidamente, estaremos implantando esa
conducta de estudio, que es la que nos interesa de momento.
Cómo
implanto conductas inadecuadas de manera inconsciente: uno de los miembros de la
pareja ha establecido turnos para sacar la basura. Cuando le toca a uno de
ellos, «se encuentra fatal, le duele todo, está muy cansado». El otro,
lógicamente, bajará la basura esa vez. Objetivamente lo que está ocurriendo es
que la conducta de queja le está sirviendo al sujeto para dejar de hacer algo
que le resulta desagradable. Si esto se repite con cierta frecuencia, quedará
implantada dicha conducta para evitar hacer aquellas cosas que le resultan
desagradables. Así que, tomemos nota. Una vez vale, pero si son varias, habrá
que poner el asunto de nuevo encima de la mesa.
En ambos
casos, las conductas han quedado implantadas porque los sujetos han conseguido
eliminar algo que no les gustaba. Y se sienten muy bien aunque no lo parezca.
Utilizar
los refuerzos suele resultar también muy satisfactorio para la persona que los
proporciona, pues saber decir o hacer las cosas sin tener que estar chillando,
insistiendo, castigando o amenazando produce una sensación de autoeficacia que
resulta muy agradable. Por otro lado, si tenemos la oportunidad de aplicar
refuerzos con cierta frecuencia será indicativo de que las cosas marchan
francamente bien y de que estamos contribuyendo a crear un entorno en armonía.
Para que
el refuerzo sea eficaz, se deben cumplir una serie de condiciones:
• El
momento: es importante que el refuerzo llegue inmediatamente después de la
conducta objeto de nuestro interés, pues tendrá más efecto, especialmente en
edades tempranas. A medida que el niño se va haciendo adulto, aprenderá a saber
esperar y a entender que una conducta puede tener un efecto demorado, como, por
ejemplo, la paga a final de mes, o los kilos que se van perdiendo de forma
gradual cuando se dejan de comer alimentos, o cantidades de ciertos alimentos,
de forma habitual.
• La
cantidad: se trata de un elemento variable, pues habrá personas que necesiten
más de un tipo de refuerzo que otras. En cualquier caso es importante que vayan
siempre acompañados de manifestaciones verbales y muestras de afecto sincero, ya
que gran cantidad de refuerzo material que no vaya acompañado de afectividad
carece prácticamente de valor alguno.
• El
modo: el refuerzo ha de administrarse (o retirarse) con buen ánimo y carácter,
incluso de forma alegre, pues si se hace de mala gana o de manera impasible, en
vez de vivirse como una felicitación, será prácticamente poco menos que un
castigo. Un error a evitar en estas ocasiones es añadir ciertas «coletillas» al
refuerzo, del tipo «muy bien, quién diría que eras capaz...», o «estupendo, a
ver si ya no...». Nos fijaremos en la conducta que se haya realizado ahora, que
es la que se quiere implantar, en lugar de hacer referencia a las experiencias
anteriores o los juicios personales sobre el sujeto.
Cómo extinguimos o eliminamos conductas
Al igual
que ocurre con el refuerzo, una conducta se extingue de forma consciente, es
decir, cuando quiero que alguien deje de hacer algo concreto; o también se puede
extinguir de manera inconsciente. Hablamos también de conductas:
• De
otros para sí mismos (por ejemplo, el autodiálogo interno que mantienen muchas
personas y las conductas autolesivas).
• De
otros hacia mí mismo (qué no quiero que vuelva a ocurrir, o qué tipo de
tratamiento no estoy dispuesto a permitir).
• De mí
mismo hacia otros (tipo de lenguaje, de acciones).
• De mí
para mí mismo (cómo me trato, cuál es el diálogo que mantengo conmigo mismo,
etcétera).
Para este cometido, el mecanismo con el que cuenta nuestro organismo para
extinguir conductas es el CASTIGO. Ahora lo vamos a combinar, y podemos utilizar
el:
• Castigo
positivo.
Siguiendo
las definiciones anteriores, el castigo nos sirve para extinguir una conducta.
¿Cómo? Administrando (positivo) algo desagradable para el sujeto (vemos que aquí
es lo contrario al refuerzo positivo).
Si lo
hago de manera consciente: por ejemplo, los padres les dicen a sus hijos que
estén a una hora en casa, pero se retrasan dos horas más de lo acordado. Cuando
llegan, les espera «una gran bronca», que les cae como un chaparrón de agua
fría. Objetivamente analizado, el padre quiere extinguir la conducta de llegar
tarde a casa por parte de su hijo. Administra algo desagradable (bronca), con la
idea de que no se vuelva a repetir.
El sujeto
ha obtenido algo desagradable para él, dejará de hacer la conducta, en general,
o simplemente con nosotros.
• Castigo
negativo.
Ahora, de
nuevo, vamos a extinguir una conducta (castigo). ¿Cómo? Retirando (negativo)
algo agradable para el sujeto.
Si lo
hago de manera consciente: seguimos con el ejemplo de llegar tarde a casa, pero
esta vez el padre (o la madre) castiga a sus hijos sin jugar al día siguiente a
la videoconsola, o sin salir con los amigos (algo agradable para el sujeto).
Analizado objetivamente, el padre está intentando extinguir dicha conducta
retirando algo agradable para el sujeto.
La
conducta ha quedado extinguida porque el sujeto ha recibido algo que le
resultaba desagradable. En consecuencia intentamos evitarlo, dejamos de hacerlo.
Antes de
terminar con el funcionamiento del CASTIGO, es importante resaltar que, como
veremos a continuación, no es la forma óptima de extinguir conductas y solamente
tiene efecto si se realiza de forma:
—
Esporádica: el castigo utilizado de forma sistemática pierde toda su eficacia y,
además, favorece la aparición del resentimiento, pues estamos continuamente
administrando experiencias desagradables (dolorosas) para el sujeto.
—
Inmediata: a ser posible, el castigo debe administrarse de forma que el sujeto
entienda claramente cuál es la conducta que ha producido que reciba algo
desagradable o se le retire algo agradable. De esta forma, nos aseguraremos de
que es consciente de las consecuencias que tiene un cierto tipo de conducta para
que no la repita.
—
Proporcionada: nos olvidaremos, como medida eficaz, de los castigos
ejemplarizantes y fuera de lugar. Castigar a un niño sin ver la tele toda la
semana porque ese día no ha cenado el filete es absolutamente ineficaz. En
primer lugar, porque es injusto, no guarda proporción el acto de no tomarse un
filete con que se esté toda una semana sin ver la tele. En segundo lugar, porque
probablemente los propios padres sean incapaces de hacer cumplir dicho castigo.
Y, si no se cumple, la próxima vez habremos perdido credibilidad. Un simple
«vete a tu cuarto» será suficiente y mucho más eficaz.
La
aplicación de castigos no resulta agradable ni para quien los da ni para el que
los recibe, pues no coinciden lo deseable y lo posible para ninguna de las
partes implicadas. A pesar del malestar, en la práctica diaria a veces resulta
inevitable, dependiendo de las circunstancias en que se produzcan, como
conductas en el niño que impliquen un riesgo físico para él o para otros, o
actitudes que van a suponer una socialización prácticamente imposible por su
agresividad o falta de consideración. Cada persona y cada circunstancia tienen
unos límites saludables que, cuando se sobrepasan, producen consecuencias
indeseables, y esto forma parte de la formación y del aprendizaje de todo ser
humano, niño o adulto.
Con la
aplicación del castigo se pretende que disminuyan o extingan determinados
comportamientos incorrectos, pero suelen ser bastante ineficaces para mejorar
aquellos que sí lo son. Por ejemplo, si un hijo estudia, pero no consigue
aprobar, en lugar de castigarle, por ejemplo, no dejándole salir con los amigos,
intentar favorecer que entienda mejor los contenidos o facilitar un ambiente de
silencio y concentración será lo más eficaz.
Optimizando nuestra actuación
Ahora que
ya conocemos cómo funcionan estos mecanismos básicos, vamos a optimizar su uso;
es decir, vamos a ver cuáles son las mejores formas de implantar o de extinguir
una conducta.
Forma
óptima de extinguir una conducta.
La forma
más eficaz de extinguir una conducta consiste en IGNORAR dicho comportamiento
cuando ocurre. La explicación es muy sencilla: cuando realizamos una conducta,
si no ocurre nada, no obtenemos ningún beneficio después de realizarla y dejamos
de hacerla. Es un gasto inútil de energía y tiempo. Enseguida intentaremos hacer
otra distinta con la que sí obtengamos algún tipo de resultados.
Ignorar
no es decir «paso de lo que me estás diciendo», porque esto en sí ya es una
respuesta. Ignorar consiste en que una conducta dirigida, por ejemplo a
nosotros, no obtenga respuesta alguna por nuestra parte. Si el niño que coge la
pataleta ve que con esa conducta no consigue el bollo, intentará otra, o las que
hagan falta, hasta obtener lo que quiere. Se seguirá hablando al niño con
normalidad, sin prestar atención a su comportamiento y con la rutina que nos
hayamos marcado. Si somos hábiles, podremos aprender que se consiguen mejor las
cosas con una sonrisa.
Forma
óptima de implantar una conducta.
Ya hemos
visto que las conductas se implantan por el refuerzo, pero vamos a darle una
vuelta más a esta estrategia. Iremos por partes.
Tenemos
una conducta que queremos que se implante y, por lo tanto, que ha de ejecutarse
un número elevado de veces. Ya hemos visto que si cada vez que ocurre la
conducta, el sujeto no obtiene ningún tipo de refuerzo porque la estoy
ignorando, ésta se extinguirá. Si, por el contrario, cada vez que ocurre la
conducta aplico algún tipo de refuerzo, éste pierde su valor, pues se produce
una habituación, el organismo se adapta, lo que recibo deja de ser especialmente
agradable, y pasa a ser algo más de lo que me ocurre.
Por lo
tanto, la forma óptima de implantar una conducta se produciría con lo que
llamamos REFUERZO DE INTERVALO VARIABLE. Es decir, aplicar el refuerzo de vez en
cuando y de forma imprevisible para el sujeto, pues, si ya sabe que haciendo una
conducta va a tener un refuerzo seguro, éste pierde valor, y además no me
aseguro de que se implante la conducta y puede que se esté realizando por un
interés. Pero si el sujeto no sabe cuándo va a recibir el estímulo agradable, o
va a evitar el desagradable, repetirá la conducta porque espera que eso ocurra,
pero no sabe cuándo. Si repite la conducta, la automatizará, y quedará aprendida
e incorporada en el repertorio conductual del sujeto.
Aunque lo
expuesto anteriormente tiene mayores aplicaciones, más complejas, por los
especialistas y los investigadores de la psicología básica, supone un abanico de
conocimientos que resultan de gran utilidad para resolver de una forma
relativamente sencilla pequeñas situaciones que se nos presentan cada día y que,
con frecuencia, por su desconocimiento, aplicamos de manera inadecuada, con
consecuencias que nos producen cierto malestar. Conocer, al menos de forma
básica, este sencillo mecanismo con el que cuenta nuestro organismo, nos va a
facilitar gran parte de nuestra vida cotidiana, tanto en el ámbito familiar,
como en el laboral o social.
|